“Twelve points to…”: Música y diplomacia en Eurovisión

Joel Cava Barrocal
 |  13 de mayo de 2016

“Me encanta Eurovisión y el festival seguirá celebrándose mucho después de que yo me haya ido. Pero por favor no me pidan que me lo tome en serio”. Pese a no habérselo tomado en serio, o precisamente por ello, Terry Wogan, mítico presentador de la BBC, quedará asociado siempre al festival, que narró con fina ironía británica durante casi 40 años, entre 1971 y 2008. Quizá las cosas ligeras, al final, sean de las más serias.

Con la 61ª edición del festival ya en marcha, este concurso que nació en plena guerra fría se presenta hoy como la competición musical televisiva anual más longeva del mundo. Eurovisión es todo un Guinness de los récords que, para los más críticos, enarbola la bandera de la excentricidad y lo grotesco. Sin embargo, en los años cincuenta, Marcel Bezençon, presidente de la Unión Europea de Radiodifusión (UER), había concebido el festival como una oportunidad para desarrollar una identidad europea en una Europa en reconstrucción. El certamen, retransmitido simultáneamente por los miembros activos de la UER, perseguía promocionar el folclore de los países, y no habría ningún premio más que el hecho de participar ya que, al fin y al cabo, se asistía con la voluntad de tender puentes entre los distintos pueblos de Europa.

 

 

Eurovisión es hoy un altavoz de eurodramas. Sin ir más lejos, tanto miembros como la propia dirección de la Real Academia Española han cargado contra la candidata española por acudir a Estocolmo con una canción íntegramente en la lengua de Shakespeare. Atrás no queda el candidato bielorruso y su arriesgada propuesta de aparecer desnudo en el escenario y rodeado de lobos, algo que la organización no tolerará de ninguna de las maneras. Por otro lado, aunque las consignas políticas en las letras de las canciones están tajantemente prohibidas, hay algunos países que aprovechan el certamen para mandar un mensaje de socorro al mundo. El drama de los refugiados se ha colado sutilmente esta edición a través de la candidatura helena. Grecia está siendo uno de los países más afectados por la llegada masiva de migrantes sirios. La televisión pública del país ha decidido enviar una canción crítica con la gestión comunitaria de la crisis migratoria.

 

 

Se avecina eurodrama también desde Ucrania, que vuelve al concurso tras un año ausente. Aunque la UER ya ha dado el visto bueno a la canción de Jamala, Rusia sigue denunciando la candidatura ucraniana, que ha optado por interpretar en inglés y tártaro las deportaciones de Crimea ordenadas por Stalin en 1944. Y Rumania ha sido expulsada de Eurovisión a última hora, a dos semanas de empezar los ensayos en la capital sueca. La televisión pública rumana ha sido excluida de la UER por impago de una deuda de 15 millones de euros con el ente europeo. Es la primera vez en el concurso que la organización del festival expulsa por moroso a un país participante.

También pende de un hilo la candidatura armenia tras haber estallado otro enfrentamiento en la República de Nagorno-Karabaj, territorio de la Transcaucasia que confronta a Armenia y Azerbaiyán desde 1991. Bosnia y Herzegovina, Croacia, Bulgaria y Australia regresan este año al festival, en una edición blindada por un potente operativo de seguridad ante la amenaza terrorista que acecha en el continente.

 

Más allá de Europa: el problema israelí

Aunque el festival nació en el seno de Europa, pertenecer al continente no sería un requisito para participar en el concurso. Sí lo es radicar en el Área de Radiodifusión Europea, una zona que incluye de oeste a este a todos los territorios que caen del Atlántico Norte al mar Caspio y, de norte a sur, a todos aquellos entre el Ártico y la cuenca del Mediterráneo. Los países de Europa, el norte de África y Oriente Próximo pueden concursar en Eurovisión. Sin embargo, la mayoría de los países árabes se niegan a participar porque, de hacerlo, supondría el reconocimiento de Israel como país.

El debut de Israel en 1973 acabó limitando, a partir de entonces, la entrada de los países de la Liga Árabe en el certamen. Túnez quiso intentarlo en 1977 pero acabó retirándose a última hora. Lo mismo ocurrió con Líbano, debutando en 2005, que abandonó la competición en el último minuto al negarse por imperativo legal a retransmitir la actuación israelí en televisión. Pero el mayor desprecio a Israel vino de Jordania, interrumpiendo la señal del festival y sustituyendo la imagen por un campo de flores cuando el Estado judío se proclamaba ganador de la edición de 1978. La televisión jordana no reconoció el triunfo israelí y anunció a Bélgica, que había quedado segunda, como la ganadora. Israel logró el doblete al año siguiente. La victoria de la transexual Dana International en 1998, la tercera para el país, acabó alejando aún más a los países árabes del concurso. Hasta el día de hoy, solo Marruecos se ha atrevido a participar en Eurovisión, tras la ausencia de Israel en el certamen de 1980.

 

 

Política de bloques y buena vecindad

Con los años se ha ido confirmando la existencia de coaliciones que actúan por lealtad histórica, cultural y geográfica en el reparto de los votos: el intercambio de 1-7, 8, 10 y 12 puntos entre los países del bloque “vikingo” formado por Suecia, Noruega, Finlandia, Dinamarca, Islandia, Estonia, Letonia y Lituania; el bloque “soviético”, por Rusia, Bielorrusia, Ucrania, Moldavia, Rumania, Armenia, Georgia y Azerbaiyán; y el “balcánico”, por Serbia, Montenegro, Bosnia y Herzegovina, Eslovenia, Croacia, Albania, Macedonia, Grecia y Bulgaria. Este intercambio descarado de votos se hizo explícito desde inicios del nuevo milenio, mucho más a partir de 2004 cuando se constituyó una fase de semifinal, y dos semifinales desde 2008, después de un aumento significativo de participantes en el concurso.

Algunos inscritos en el certamen creían que una victoria en este festival les llevaría a la antesala de su pertenencia a la Unión Europea. Es el caso de Turquía y Serbia, que ganaron en 2003 y 2007, respectivamente. Meses más tarde de sus triunfos, ambos se presentaron ante el Consejo Europeo para formalizar su solicitud de adhesión a la UE. Eurovisión se había convertido para ellos en una catapulta a las instituciones europeas.

También, desde 2004, se instituyó el Big Four, un bloque de países (con pase directo a la final del festival) formado por los mayores contribuyentes financieros de la UER. Francia, Reino Unido, Alemania y España son los que más aportan al sostenimiento de Eurovisión. Italia se incorporó a ellos en 2011 tras su regreso al concurso y rebautizó el grupo como el Big Five.

El voto por vecindad puede considerarse diplomático y muy sutil, pero también descarado y masivo en aquellos países con rencillas o parentescos históricos. Grecia y la Antigua República Yugoslava (ARY) de Macedonia siguen en disputa por el uso de la denominación “Macedonia” en sus respectivos territorios, un conflicto que ha requerido la medición de las Naciones Unidas desde 1993. Por un lado, el gobierno griego denomina Macedonia una de sus regiones del norte, y reclama el uso exclusivo del nombre. El gobierno macedonio, por su parte, reafirma el término para su pueblo y su identidad, historia y cultura propias. Este encontronazo, en su punto más álgido tras la desintegración de Yugoslavia en 1991, se encuentra aún sin resolver y es la razón por la que Grecia sigue bloqueando la adhesión del país eslavo a la UE y a la OTAN. En este sentido, la ARY de Macedonia otorga sus puntos a Grecia año tras año en el festival como una medida cautelar para entablar una nueva negociación que resuelva el desencuentro.

El caso ibérico concierne a España, Portugal y Andorra. A excepción de las ediciones de 2012 y 2014, donde nuestro país ha conseguido un meritorio décimo puesto, España ha estado caracterizada desde 2004 por candidaturas más bien laxas, ostentando la segunda parrilla, del puesto 15 en adelante. La mayoría de las canciones, sin embargo, han acabado recibiendo la máxima puntuación de sus vecinos luso y andorrano, un voto diplomático a los lazos culturales que nos unen en la península. Andorra, desgraciadamente, abandonó el festival en 2010 alegando motivos económicos; la misma mala suerte corre Portugal esta vez, por lo que España pierde este año su único punto asegurado.

El factor étnico-migratorio merece un análisis aparte. El caso más sonado es el de Grecia y Chipre. Ambos países se intercambian los 12 puntos de forma explícita entre abucheos del público. La isla se encuentra dividida en dos, el sur tradicionalmente griego (que es la parte reconocida por la UE) y el tercio norte turco-chipriota, la zona ocupada por Turquía desde 1974.

Tanto Alemania como Turquía, España y Rumania siguen una dinámica similar en el trasvase de los votos. El país germánico es el hogar de tres millones de ciudadanos turcos (casi el 4% de la población total), asentados en la República Federal Alemana (RFA) desde los sesenta, cuando el país afrontaba una grave falta de mano de obra en sus fábricas. Alemania es hoy el principal socio económico de Turquía. España, por su parte, acoge cerca de un millón de ciudadanos rumanos, desplazados durante los años noventa en busca de un empleo y atraídos por la facilidad de aprender el español. Los países del Big Five son los que presentan una mayor tasa de inmigración, procedente tanto del resto de los Estados miembros de la UE como de países extracomunitarios. El efecto de la diáspora explica que las candidaturas del Big Five se hayan visto muy resentidas en ediciones anteriores, porque la población inmigrante votaba de forma masiva por sus países de origen.

 

Festival de Eurovision

 

Renovarse o morir

La política de bloques, la buena vecindad y el efecto de la diáspora eran asuntos que preocupaban al Big Five. La presión del quinteto por corregir los efectos de estas anomalías hizo que la UER modificara el sistema de votaciones en 2009. Anteriormente, el sistema de televoto (1997-2009) había logrado democratizar el concurso, donde históricamente un jurado interno se había encargado de dar los puntos. Sin embargo, el voto popular se convirtió en la herramienta perfecta de los bloques para perpetuar su posición y dibujar un palmarés ubicado entre el Báltico, los Balcanes y los montes Urales, a excepción de las ediciones de 2010 y 2014, donde Alemania y Austria se llevaron la victoria a casa.

El sistema mixto desde 2009, que combinaba la decisión de los jurados profesionales y el televoto en un 50% cada uno sobre la puntuación final de cada país, traía consigo muchas expectativas, pero según el investigador Jesús M. Rodrigo Céspedes, el factor no musical sigue jugando aún un papel muy importante por encima de la calidad de los representantes. Este año el sistema de voto sufre una vuelta de tuerca más: ahora las votaciones de los jurados profesionales y las de los espectadores se presentarán por separado. Así, tras revelar las puntuaciones otorgadas por los jurados, los puntos del televoto de todos los países participantes serán combinados, proporcionando una única puntuación para cada canción. Los candidatos no recibirán una votación del 1 al 12, sino la suma total del televoto de todos los países, por lo que cada país puede recibir, de una sola vez, más de 100 puntos, por ejemplo. Hasta el último momento no se conocerá quién será el ganador y el efecto país vecino queda así atenuado.

Turquía había denunciado la modificación del sistema de votaciones y el poder del Big Five y en 2013 decidió abandonar el concurso para desarrollar el suyo, Turkovisión. Rusia amenazó con lo mismo e insinuó recuperar Intervisión, su propio certamen, que había coexistido con Eurovisión durante los años setenta, para impulsarlo ahora hacia sus socios comerciales de la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS).

 

Espectáculo global

El Festival de Eurovisión lo siguen casi 200 millones de espectadores de todo el planeta. El concurso había nacido con un cometido, unir a personas, países y culturas distintas de toda una región a través de la música, una misión que Jon Ola Sand, supervisor ejecutivo del certamen desde 2010, ha querido recuperar y pretende exportar fuera de las fronteras europeas para convertir este espectáculo paneuropeo en todo un evento global.

La participación de Australia por segunda vez consecutiva ya advierte el nuevo rumbo del concurso. Por primera vez, el festival se retransmite en directo en Estados Unidos y Justin Timberlake actuará en el intermedio de la final.

Eurovisión abre sus puertas. Se trata de una decisión controvertida, arriesgada y que a muchos confunde ahora, pero que espera lograr una exhibición aún más emocionante. El certamen vive una auténtica renovación, un golpe de timón de la UER tras los sesenta años que acumula el festival a sus espaldas. El futuro no es incierto. “Worldvisión” ha venido para quedarse.

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