Un collage de horrores

Jorge Tamames
 |  14 de junio de 2016

Si una imaginación enferma idease el atentado perfecto, un acto tan destructivo en su naturaleza como en sus implicaciones políticas, el resultado no sería muy diferente a lo ocurrido en Orlando en la madrugada del 12 de junio. Las circunstancias del peor tiroteo en la historia de Estados Unidos ­–50 muertos en un local gay, asesinados por un estadounidense actuando en nombre del Estado Islámico, en plena campaña electoral– dificultan una lectura lúcida de los hechos. En la medida en que el objetivo fundamental del terrorismo es quebrar la normalidad y deformar los valores de una sociedad, esta masacre es, indudablemente, un acto de terror y odio.

A primera vista, lo sucedido contiene elementos de los dos atentados que sacudieron París en 2015. La masacre en una discoteca recuerda, inevitablemente, a la de la sala Bataclan. Pero el local en cuestión también era un lugar de comunión y empoderamiento para la comunidad gay de Orlando. Como ocurrió en Francia tras la masacre en la redacción de Charlie Hebdo, una legión de políticos reaccionarios, volcados en cruzadas contra el Islam, se apropian hoy de la muerte de personas a las que en vida despreciaron.

En ambos países, la extrema derecha es la principal beneficiaria de cualquier atentado perpetrado en nombre del islamismo radical. Donald Trump, el multimillonario xenófobo y candidato del Partido Republicano, ha respondido a la masacre con el oportunismo que le caracteriza. Indiferente al hecho de que el autor sea estadounidense, Trump sostiene que el atentado reivindica su propuesta de prohibir la entrada de musulmanes al país. Ajeno a cualquier norma de juego limpio, también ha insinuado que Barack Obama es cómplice en la masacre.

 

 

El asesino, Omar Siddique Marteen, era musulmán y pertenecía a una familia afgana. Su radicalización le llevó a actuar en nombre del Estado Islámico –grupo al que aparentemente ni siquiera estaba afiliado, aunque se atribuya la autoría de la masacre–.  A finales de mayo, el EI pidió a sus seguidores que celebrasen el mes de Ramadán (6 de junio al 6 de julio) atentando en EE UU y Europa.

En realidad, la figura de Marteen no encaja con el arquetipo del terrorista islámico ni, llegados al caso, con el de un lobo solitario. Maltratador y homófobo, trabajaba como guarda en un centro penitenciario para menores, donde un compañero le describió como “desequilibrado e inestable”, añadiendo que “hablaba de matar a gente”. Familiares y antiguas parejas aseguran que su radicalización fue tardía y que en el pasado ni siquiera era un musulmán devoto. El FBI, que le investigó en 2013 y de nuevo en 2014, no encontró pruebas que indicasen su colaboración con islamistas radicales. Pero estar bajo sospecha no impidió a Marteen comprar legalmente un AR – 15: el mismo fusil que emplean las tropas estadounidenses en Afganistán y los autores de las masacres de San Bernardino, Sandy Hook y Utoya.

 

Tiroteos masivos en EE UU, 1982-2016

Tiroteos masivos en EE UU, 1982-2016

 

Si Marteen hubiese sido un simple desequilibrado, el Partido Republicano guardaría un silencio indigno para “no politizar” una tragedia y bloquear el debate, hoy inaplazable, sobre la prohibición de las armas automáticas. Como era un desequilibrado musulmán, el Partido Republicano se recrea en su ruido y furia, azuzando un miedo al otro que ya es igual o mayor que tras los atentados del 11 de septiembre.

La masacre de Orlando y la crispación que ha generado componen, en el fondo, una historia profundamente estadounidense. Un collage de horrores patrios, en el que se entremezclan miedos comprensibles y neurosis injustificables: terrorismo islámico, homofobia, la predecible reacción islamófoba y una veneración malsana de las armas de fuego.

Ningún país debe encajar un evento tan desgarrador sin pararse a reflexionar de forma colectiva. Pero todo apunta a que la sociedad estadounidense, polarizada por un ciclo electoral especialmente tenso, dividida ante la cuestión de las armas de fuego y perennemente aterrada ante la posibilidad de un nuevo ataque terrorista, no se encuentra en condiciones de realizar ese esfuerzo. La reflexión tendrá que esperar.

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