El presidente francés Emmanuel Macron (C) posa con un grupo de participantes en la Cumbre de las dos Orillas el 24 de junio de 2019 en Marsella/GETTY

Una nueva agenda para el Mediterráneo

Marcos Suárez Sipmann
 |  3 de julio de 2019

La semana pasada concluyó en Marsella la Cumbre de las dos Orillas, una iniciativa de Emmanuel Macron para relanzar la región del Mediterráneo occidental. La reunión sirvió por culminar un proceso participativo y una serie de encuentros de miembros de la sociedad civil de ambas riberas del Mediterráneo. El mandatario se encargó de clausurar este acto, en el que el acento se ha puesto en la sociedad civil.

La “Sommet des deux Rives de la Méditerranée” se encuadra en el contexto del Diálogo 5+5 del Mediterráneo, que reúne cinco Estados de la orilla sur (Mauritania, Marruecos, Argelia, Túnez y Libia) y cinco Estados de la orilla norte (Portugal, España, Francia, Italia y Malta). Al encuentro se sumaron en esta ocasión también Alemania, la Unión Europea y organizaciones panmediterráneas. Acudieron los ministros de Asuntos Exteriores integrantes del Diálogo 5+5. Lo hicieron también delegados de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), el Banco Europeo de Inversiones (BEI), el Banco Europeo para la Reconstrucción y el Desarrollo (BERD), el Banco Mundial y la Fundación Anna Lindh. Junto a ellos y con un papel significativo, asistieron también diez representantes de la sociedad civil de cada uno de los diez países incluidos en el denominado en el denominado ‘Grupo de los Cien’. Ese grupo proviene de cada Estado del Diálogo 5+5, que propuso diez figuras públicas.

La diplomacia macroniana ha conseguido una movilización “sin precedentes” de la cooperación en capítulos básicos de la sociedad civil. Durante las últimas semanas en ambas orillas, los actores económicos, sociales, científicos y culturales han estado trabajando juntos para hallar soluciones concretas. De una manera muy especial han sido protagonistas los jóvenes. Durante la Cumbre dirigentes y representantes gubernamentales recibieron las reflexiones de la sociedad civil. Unas propuestas que surgieron de cinco encuentros temáticos preparatorios y una reunión plenaria. Así, a lo largo del último trimestre tuvieron lugar los foros: “Energía”, organizado por Argelia; “Juventud, educación, movilidad”, llevado a cabo en Malta; “Economía y competitividad”, organizado por Marruecos; “Cultura, medios de comunicación, turismo”, por Francia y “Medioambiente y desarrollo sostenible”, por Italia. La reunión de síntesis fue organizada por Túnez, días 11 y 12 del mes pasado.

Se subraya así el renovado deseo de potenciar la región euromediterránea, creando un corredor basado en una unión geográfica e histórica con el que impulsar su carácter multilateral.

 

Diálogo euromediterráneo

¿Se logrará revitalizar tras esta cumbre el tantas veces fallido diálogo euromediterráneo? De forma pragmática el presidente galo ha optado por este formato 5+5 más modesto y prudente. Deja atrás el ineficaz y engorroso marco multilateral de la Unión por el Mediterráneo (UpM) de 43 países (EU28+15) para pasar a un G10 con mayor capacidad de decisión y acción. Al menos en teoría. Sin embargo, centrándose en el Mediterráneo occidental, este encuentro excluye temas tan espinosos como el conflicto entre Israel y Palestina y la guerra en Siria que retrasaban –o impedían sin más– la adopción y puesta en marcha de medidas.

Las tensiones y presiones internas en los países de la orilla sur del actual grupo son patentes, constituyendo serios avisos. Con todo, hay señales que invitan a un cauto optimismo. El tradicional desencuentro entre Marruecos y Argelia, símbolo de la fractura geopolítica del Magreb, podría suavizarse. Marruecos va camino de una relativa mayor apertura. En Argelia no es descartable tampoco que el descontento social y las protestas propicien una transición política. En Túnez continúa el avance democrático, aunque lastrado por los recientes atentados.

En cuanto a Libia, evitar que la guerra civil y el caos la conviertan en un Estado fallido es de interés prioritario para Europa. De Libia tratan de salir los migrantes desesperados con la ayuda de traficantes y mafias. Su destino es sombrío. Con el cese de la misión humanitaria por parte de la UE y las acciones esporádicas de los barcos privados, es difícil saber cuántas personas mueren en el mar intentando llegar a Europa.

La mención de Libia, uno de los actores principales en la crisis migratoria agravada por la falta de acuerdo en Europa, obliga a un inciso. Frente a sus costas el barco humanitario de la ONG alemana Sea Watch rescató a 40 personas. Su capitana, Carola Rackete, fue puesta en libertad ayer en Italia tras ser detenida el sábado por llevarlos sin permiso a la isla de Lampedusa. Pese a realizar una maniobra imprudente que dañó un barco de la policía ha de valorarse el claro deseo de la joven activista alemana de encontrar un refugio para los náufragos. La afirmación del titular de Interior y viceprimer ministro italiano, Matteo Salvini, calificando esa entrada como “un acto de guerra” o piratería, era completamente insostenible según el derecho marítimo. Esta ONG y otras –como la española ‘Open Arms’– seguirán con su labor, aunque la buena intención de sus espectaculares protestas poco puede hacer contra políticos como Salvini. Con su estrategia de cerrar los puertos a las embarcaciones dedicadas a rescatar migrantes y exigir que estos sean acogidos por otros países europeos o devueltos a África, el líder populista beneficia a los opositores radicales de la migración. La única solución es la creación urgente por parte de la UE de un sistema de distribución unificado evitando confrontaciones y disensiones para ofrecer acogida a los migrantes. Algo que ha sido incapaz de realizarse hasta ahora.

 

Dudas sobre el papel de Francia

En relación a la iniciativa francesa no faltan las críticas. Se teme que pudiera ignorar o en su caso desvirtuar formatos existentes de la política mediterránea de la UE: la UpM, la Política Europea de Vecindad o la Política Exterior y de Seguridad Común. Sin embargo, no parece que Bruselas vaya a permitir que eso vuelva a ocurrir. Más consistente es la objeción relativa a qué se entiende por sociedad civil y cómo va desarrollarse exactamente su actividad futura en el proceso. Los participantes en los foros aludidos fueron en su mayoría recomendados por los respectivos gobiernos. No hubo apenas intervención de activistas independientes o críticos; lo que lleva a preguntarse hasta qué punto quedan incorporadas todas las cuestiones que preocupan a la sociedad.

Es indudable que el nuevo impulso de Macron se enmarca en su plan para retomar el papel predominante de Francia en la región francófona africana. Será tarea del ministro de Exteriores en funciones español, Josep Borrell, desde noviembre el nuevo jefe de la diplomacia comunitaria, aglutinar y poner en valor los esfuerzos de la Unión, limitando unilateralismos y protagonismos nacionales excesivos. Y en cualquier caso, conviene no olvidar que los desafíos regionales fundamentales –como migración, seguridad y terrorismo o medio ambiente– tienen que ser abordados de forma conjunta por la totalidad de los países de la cuenca mediterránea.

Es un momento complejo en el que es positivo que la sociedad civil participe plenamente complementando a la diplomacia. España se suma a esta nueva agenda definida en los ámbitos juventud, transición energética, economía sostenible, cultura y medioambiental. Con las reservas señaladas, puede afirmarse que se trata de una agenda positiva para el Mediterráneo.

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