telegrama más largo
Un tripulante estadounidense camina junto a un caza a reacción F-18 a bordo del portaaviones USS Eisenhower en el mar Arábigo en mayo de 2010, durante una misión para apoyar a las fuerzas de coalición liderada por EEUU en Afganistán. GETTY

Washington, Pekín y el vuelo del Oozlum

El 'telegrama más largo', enésimo documento que desgrana la rivalidad Washington-Pekín, combina grandes pretensiones con una capacidad de análisis mediocre. Pero refleja a la perfección el momento que atraviesa Estados Unidos.
Jorge Tamames
 |  3 de febrero de 2021

El Oozlum es una criatura folclórica australiana. Cuenta la leyenda que, cuando es asustada, este ave comienza a volar trazando círculos cada vez menores, de modo que termina por estrellarse contra sí misma. Una pulsión autorreferencial parecida atraviesa a Estados Unidos. De aquí a un tiempo, el país parece buscar su futuro en el pasado, siendo así que sus principales apuestas culturales –las películas de superhéroes, los remakes hollywodienses– y políticas –Donald Trump copiando eslóganes de Ronald Reagan; Joe Biden prometiendo un retorno a la era de Barack Obama­– pretenden recrear alguna Arcadia feliz.

Era cuestión de tiempo hasta que la tendencia afectase al pensamiento estratégico estadounidense. El Atlantic Council –un reconocido think tank de relaciones internacionales– y el portal periodístico Politico acaban de publicar, de forma conjunta y a bombo y platillo, un documento anónimo sobre la rivalidad Estados Unidos-China. Se titula “El telegrama más largo”, en un guiño al “telegrama largo” que envió George Kennan desde la embajada estadounidense en Moscú en los albores de la guerra fría. La revista Foreign Affairs lo publicó en 1947, bajo la firma “X” (Kennan, entonces un diplomático de rango medio, necesitaba conservar el anonimato). Este diagnóstico –que pronosticaba una eventual implosión de la Unión Soviética debido a sus contradicciones internas– se considera la piedra angular de la doctrina de contención mediante la cual EEUU y sus aliados cercaron a la URSS, sin intentar derrotarla en su propia esfera de influencia. Al final, el orden soviético colapsó por contradicciones internas.

El telegrama 2.0 está escrito con más pretensiones y menos aptitud. Su autor es, según el think tank atlantista, “un alto oficial del gobierno [estadounidense] con profunda experiencia [sobre China]”. No parece que existan motivos para conservar su anonimato, más allá del morbo que tal vez suscite la comparación con Kennan. Tampoco es un telegrama, porque en 2021 nadie escribe telegramas. Pero sí que es “más largo”: 85 páginas, con un resumen ejecutivo que abarca casi tanto como la misiva entera de Kennan.

 

Martillo, tornillo, puñetazos

Según el informe, China –no los desastres climáticos, crisis económicas ni nuevas epidemias que depara el futuro– es “el reto más importante” para EEUU y el mundo democrático en el siglo XXI. Un rival a la altura de la antigua URSS, contra el que –debido al poderío económico de Pekín, que Moscú jamás adquirió– la contención no bastará. Urge una aproximación “más granular”. El plan consiste en “enfocar todas las respuestas” en torno a la figura de Xi Jinping, presidente desde 2013 y presunto artífice de la deriva ideológica y geopolítica china hacia posiciones más agresivas. Si Xi y sus colaboradores más cercanos ­son desplazados del poder, Washington podrá mantener su liderazgo global.

Esta es la idea-fuerza del autor, a la que retorna con ahínco. Se trata de una afirmación extravagante. Xi es el dirigente chino más ambicioso desde Deng Xiaoping, pero su actitud no sería comprensible sin un despegue económico ni un rearme militar que le preceden. En la política internacional, las intenciones de un Estado las determina en gran medida su capacidad. Y las capacidades chinas acumulan cuatro décadas fortaleciéndose. El texto atribuye en exclusiva a Xi intenciones que comparte con el resto del PCCh.

El razonamiento es doblemente confuso. De la política exterior estadounidense se dice con frecuencia que, para el hombre armado con un martillo –el mayor presupuesto de defensa del mundo–, todos los problemas parecen clavos –es decir, oportunidades para que intervenga el Pentágono–. Reconocer que la contención frente a China no funcionará, para a continuación circunscibir el problema al carácter del presidente chino, es como aceptar que un martillo es inútil para enroscar tornillos… pero en vez de cambiarlo por un destornillador, proceder a encajar tornillos a puñetazos.

La ficción de que el problema de EEUU empieza y termina con Xi se sostiene mediante argumentos caprichosos. El texto contrasta al Partido Comunista de China (PCCh) –que sería un monolito realista, capaz de apreciar la realidad con pragmatismo– con el fanático que lleva sus riendas, promotor de un retorno al marxismo-leninismo más ideológico. Para afirmar algo así es necesario entender poco sobre marxismo-leninismo e ignorar mucho sobre la relación de Xi con su partido, donde existe resquemor hacia su centralización de poder, pero también un reconocimiento tácito de que la próxima década presenta retos inmensos, que requieren un liderazgo fuerte y cohesionado.

No es el único párrafo del informe en que los estereotipos acuden al rescate del análisis. América, luminosa “ciudad sobre una colina”, no puede aceptar la hegemonía china porque “degradaría su alma”. En última instancia, los estadounidenses no necesitan alta estrategia sino coaching: deben “creer en sí mismos” (self-belief) para mantener su liderazgo en las procelosas aguas de la política global. El lector descubrirá que la democracia no es incompatible con otras “culturas confucianas”, como Japón y Corea del Sur. Que los chinos son gente tenaz pero “respetan la fuerza”, y que su cultura estratégica antecede a Carl von Clausewitz. Para ilustrar esta verdad ancestral, el texto cita El arte de la guerra de Sun Tzu.

Cuando no discurre por los jardines del orientalismo, el larguísimo telegrama enuncia obviedades. El enfrentamiento con China requiere coordinar las distintas ramas de la administración estadounidense, así como una colaboración estrecha entre sus dos grandes partidos y el mantenimiento de alianzas internacionales. Los pilares que apuntalan la hegemonía estadounidense son la posición internacional del dólar, la innovación tecnológica, su preponderancia militar y los “valores” (democráticos, etcétera). La propuesta más heterodoxa del texto es reconducir la relación con Rusia para lograr que bascule contra China, en la línea propuesta por pensadores de la escuela realista como Stephen Walt y John Mearsheimer.

 

Reflexividad sin nostalgia

No deja de sorprender que un texto tan autorreferencial se muestre incapaz de reflexionar sobre la propia trayectoria estadounidense. Los augurios sobre la inestabilidad en el PCCh de Xi son habituales –en 2015, por ejemplo, el sinólogo David Shambaugh apostó su prestigio a un colapso inminente del partido–, pero nunca se cumplen. Los esfuerzos estadounidenses por reemplazar dirigentes que les incordian con otros más plegables suelen fracasar: refuerzan a los primeros a expensas de los segundos, presentados como títeres de Washington. Para muestra, un botón llamado Venezuela.

Los momentos estelares del larguísimo telegrama son, de hecho, aquellos en que se acusa a China de hacer exactamente lo mismo que EEUU. No ya en lo referido a una política exterior intrusiva, sino en sus propias políticas domésticas. Pekín, explica el texto, tiene serios problemas con el aumento de la desigualdad económica, el despilfarro y la opresión de sus minorías étnicas.

Es cierto que la prosperidad y estabilidad internas son esenciales para destacar en la arena internacional. También que China acumula retos en este frente, derivados de un modelo económico que prioriza la exportación sobre el consumo y bienestar domésticos. Pero el corolario es que EEUU debería centrarse en adquirir fortaleza interna, rescatando a unas clases medias y trabajadoras laminadas por décadas de desigualdad económica. En definitiva, recobrar una fuerza derivada de su situación interna, en vez de “partir al extranjero en busca de monstruos que destruir”, como criticó John Quincy Adams hace exactamente dos siglos.

En el crepúsculo del imperio estadounidense no alza el vuelo el búho de Minerva, portador de sabiduría, sino un pájaro que insiste en volar contra su propio trasero. La nostalgia no puede ser el principio rector de una gran potencia en el siglo XXI.

1 comentario en “Washington, Pekín y el vuelo del Oozlum

  1. En relación con el telegrama de Georges Kennan de 1946 y su artículo «The Sources of Soviet Conduct», publicado en la revista «Foreign Affairs» en 1947, y la estrategia de la contención («containment»), que se plasmó en la denominada doctrina Truman, recomiendo el artículo «The Sources of Chinese Conduct» de Odd Arne Westad, profesor de la Universidad de Yale, publicado en esa misma revista en el número de septiembre-octubre de 2019.

    Empieza Jorge Tamames la última frase de este artículo con «En el crepúsculo del imperio estadounidense …» Estados Unidos no está en ningún crepúsculo, y Estados Unidos no es ningún imperio. Al igual que dice el Sr. Tamames en este artículo que «Los augurios sobre la inestabilidad en el PCCh de Xi son habituales … pero nunca se cumplen», los augurios sobre el declive de Estados Unidos hace décadas que son habituales, pero nunca se cumplen.

    1) Estados Unidos no está en declive. Su poder duro («hard power») está intacto: como potencia marítima (en el sentido de «sea power» de Alfred Mahan), es el único país que tiene dividido todo el planeta en zonas marítimas controladas por sus flotas de guerra. China, que sigue siendo básicamente una potencia continental («land power»), como lo ha sido durante toda su historia (excepto en el período de exploraciones marítimas del almirante Zheng He en el siglo XV – que recuerdan mucho la ruta marítima de la «Belt and Road Initiative» actual china -), está dedicando muchísimos recursos para convertirse en una potencia marítima y, en su ansia de hegemonía, desafiar a Estados Unidos en ese terreno. Sin embargo, es cierto que el poder duro de Estados Unidos no se puede mantener si falla su economía y su cohesión interna, y ahí tiene Estados Unidos graves problemas.

    Por otro lado, el «mundo digital» en el que vivimos ha sido inventado por Estados Unidos. En la época contemporánea, China no ha inventado nada: lo que hace China es innovar, no inventar (innovar muchas veces después de copiar, de ahí los contenciosos en materia de propiedad intelectual). La sociedad urbana china es una sociedad hiperconectada. Los jóvenes chinos son totalmente adictos a un «mundo digital» chino, BATX (Baidu, Alibaba, Tencent y Xiaomi), que es una copia de los GAFA estadounidenses. El poder blando («soft power») estadounidense se refleja también en las ciudades chinas, que copian el modelo estadounidense: la mayoría de los jóvenes chinos tiene una mentalidad totalmente capitalista, está obnubilada por el dinero, los «shopping malls», la moda occidental. Cuando le preguntas a un joven chino sobre si practica la meditación o el «taichi» (como ejemplo de cultura china), te dice que eso es «para viejos». Son las contradicciones de la sociedad china, entre unos dirigentes que presumen de los valores de una sociedad milenaria y la realidad de la calle.

    2) A diferencia de lo que dice Jorge Tamames, Estados Unidos no es tampoco un imperio. Es un Estado nación. China es un imperio. Un imperio que desea convertirse en un Estado nación, de ahí el envío de colonos (chinos de la etnia han) a las provincias de Xinjiang y el Tibet, dentro de su estrategia de construcción nacional.

    Estados Unidos es un país muy nacionalista y que, pese a los aparentes períodos de aislacionismo, busca la hegemonía, pero no es un imperio, como sí lo es China. La política actual de la China de Xi Jinping tiene como hilo conductor la estrategia de las épocas imperiales: la visión geopolítica del «imperio del centro», la doctrina del «tian xia».

    Por último, en cuanto a lo que dice Jorge Tamames sobre Xi Jinping, estoy de acuerdo en que Xi Jinping no ha salido de la nada: en todo proceso político hay una evolución, que en este caso empezó con Deng Xiaoping y su política de perfil bajo «temporal». Sin embargo, las características personales de los dirigentes son un factor fundamental para el análisis. Xi Jinping fue vicealcalde del puerto de Xiamen, en la provincia de Fujian, la provincia china que está en frente de Taiwán, donde gestionó una de las primeras zonas económicas especiales de Deng Xiaoping. Luego fue secretario general del Partido Comunista Chino en la capital de Fujian, gobernador de esa provincia, etc. Durante todos esos años, trabajó en favor de la «integración» económica y humana de China y Taiwán.

    Ese interés personal por Taiwán, junto con su fascinación por el poder militar, hacen de Xi Jinping un elemento muy específico de la política exterior china actual.

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