Zonas Calientes 2017: Oriente Próximo y Norte de África (II)

Crisis Group
 |  23 de mayo de 2017

Siria: La promesa de lo peor y cómo evitarlo

La caída del este de Alepo en manos del régimen y sus fuerzas aliadas es un momento potencialmente crucial en la guerra de Siria. A través de herramientas bélicas conocidas –incluyendo el castigo colectivo masivo de población civil y la participación de milicianos extranjeros– la captura de Alepo eliminó una carta de valor único para la oposición. También supuso un duro golpe a las facciones no yihadistas que habían dominado los vecindarios controlados por los rebeldes y cuya derrota ha sido una prioridad para Damasco desde hace tiempo. Lograr un éxito de tal magnitud a un coste manejable, ha hecho que el régimen se vea tentado a continuar con ofensivas adicionales siguiendo una hoja de ruta similar. Si Damasco y sus aliados ponen en marcha esas ofensivas en zonas controladas por la oposición altamente pobladas –como el este de Ghouta, la zona rural occidental de Alepo, y partes de la provincia de Idlib– los niveles de víctimas mortales y desplazados se dispararán. En este escenario, las opciones para un acuerdo significativo o una reducción negociada de las hostilidades se reducirán considerablemente. Para prevenir esa evolución se necesita entender las posibles maneras de influir en la toma de decisiones del régimen y sus aliados.

 

Las limitaciones del régimen

A pesar de haber registrado una victoria deseada en Alepo, las limitaciones y vulnerabilidades del régimen siguen expuestas. En la ciudad de Palmira, las fuerzas de Bachar el Asad demostraron no tener posibilidades de victoria en el ataque de diciembre de 2016 por el Estado Islámico (EI), que se hizo rápidamente con la ciudad por segunda vez –menos de nueve meses después de que Damasco y los aliados lograran detener su recaptura. La lección estaba clara: si bien el régimen, Rusia e Irán son capaces de aplicar suficiente violencia y recursos para ganar terreno contra las fuerzas de la oposición en frentes prioritarios, estas mismas campañas les dejan vulnerables ante ataques en otras localizaciones.

El régimen busca recuperar con el tiempo todo el territorio de Siria, y El Asad ha descrito la victoria en Alepo como un trampolín a otros bastiones rebeldes. Aun así, El Asad no puede dictar las prioridades de forma unilateral; tomar y mantener terreno adicional en el noroeste requerirá una ayuda significativa por parte de las milicias apoyadas por Irán, e incluso contando con ese apoyo sería insuficiente si no está acompañado por la fuerza aérea rusa. Teherán y Moscú tienen mucho en sus manos, ambos con sus propias agendas en Siria.

 

Las diferentes agendas de Irán y Rusia

Si bien Irán ha tendido a compartir el entusiasmo del régimen para abordar los territorios controlados por la oposición en el oeste de Siria –la franja territorial estratégicamente más valiosa– las prioridades de Rusia son más ambiguas. Moscú se ha mostrado a menudo preocupado por la overstretch de las fuerzas del régimen –un riesgo significativo que se incrementará si intentar avanzar hacia Idlib. Las facciones rebeldes que dominan esta ciudad (Ahrar Al Sham y el grupo vinculado a Al Qaeda, Fatah al Sham), a pesar de estar divididos internamente demostrarán más capacidas que los rebeldes de Alepo. La maniobra política seguida por Moscú inmediatamente después de la victoria de Alepo sugiere que no tiene ninguna prisa en tantear el terreno en Idlib, focalizando sus esfuerzos en la vía diplomática con Turquía en lugar de involucrarse en ofensivas militares adicionales. El Asad parece querer un proceso político que incluya sus intereses y preservar (para finalmente reconstruir) las estructuras del régimen. Puede que no le preocupe tanto la restauración de la autoridad del régimen a lo ancho y largo de Siria, especialmente si ello conlleva una mayor fatiga y fragmentación del régimen. Moscú ha dado muestras también de una mayor apertura que Teherán o Damasco hacia una posible descentralización del poder en una Siria postconflicto.

 

Rusia y Turquía: ¿posibilidad de un alto el fuego?

La implicación de Rusia y Turquía produjo un acuerdo de alto el fuego a finales de diciembre de 2016 que redujo la violencia en algunas partes del país –en particular en el noroeste– pero que fue aparentemente insostenible. Como en anteriores “cese de hostilidades” negociados por Moscú y Washington, las posibilidades son limitadas porque los actores clave de ambas partes –el régimen e Irán por un lado, y Fatah Al Sham y los grupos opositores más inflexibles por otro– consideran que su adhesión al alto el fuego va en detrimento a sus intereses. El hecho de que Fatah Al Sham está expresamente excluido del alto el fuego, y que sus militantes en algunas áreas combaten junto a rebeldes que se habían unido a la tregua, deja espacio de maniobra a aquellos actores en ambos lados que quieran continuar con operaciones militares. El régimen y las fuerzas secundadas por Irán han hecho justamente eso contra las posiciones de la oposición fuera de Damasco. En estas zonas se han beneficiado de la reducción de la actividad de los rebeldes consecuencia del alto el fuego, mientras que virtualmente garantizaba que la tregua (y las constricciones que imponga sobre las ambiciones del régimen) fuera efímera. Y mientras las ofensivas prorrégimen contra las fuerzas de la oposición continúen en otras localizaciones, mermarán la voluntad y capacidad de Turquía para contener a sus aliados rebeldes en el norte. De hecho, un par de ataques rebeldes sobre fuerzas del régimen en las provincias de Lattakia y Hama el 9 de febrero, lanzados siguiendo un repunte de los ataques aéreos por parte del régimen en el centro y norte de Siria, sugieren que lo que queda del alto el fuego se está derrumbando.

Esta misma dinámica limita cualquier posibilidad de negociación entre el régimen y las delegaciones de la oposición, incluyendo la que tuvo lugar en Astaná a finales de enero –otro producto del acercamiento entre Rusia y Turquía– y la de Ginebra de finales de febrero. Aunque Moscú y Ankara estuvieran verdaderamente involucrados en las negociaciones para reforzar el alto el fuego y crear así un camino de progreso político significativo, sus medios para conseguir estos avances son limitados. No hay indicación alguna de que Rusia tenga la voluntad política ni la capacidad de conseguir un compromiso real por parte de Damasco, y mucho menos concesiones políticas. Para conseguir que el régimen dé su brazo a torcer, es necesaria la ayuda iraní; algo poco probable dado que Teherán prefiere focalizar esfuerzos en conseguir victorias en los campos de batalla, máxime en las áreas donde sea fundamental para sus intereses. Las aguas se han enturbiado mucho más debido a la incertidumbre de la nueva administración de Estados Unidos en torno a Siria. Multitud de actores en ambas partes están deseosos de dar pasos favorables sobre el terreno mientras la involucración de EEUU es mínima, pero no es probable que avancen de forma sustancial hasta que detecten una verdadera intencionalidad desde Washington.

El régimen, como se pudo ver claro en Palmira, no tiene la capacidad de mantener el control sobre la mayor parte del territorio una vez que lo retoma (y mucho menos estabilizar o gobernar esas áreas). Sin embargo, podría conseguir ciertas conquistas a corto plazo siempre y cuando cuente con el apoyo humano y aéreo de las milicias apoyadas por Irán y Rusia. El resultado podría ser una trágica continuación de las muertes de civiles y desplazamientos humanos. Esta situación también podría convertir a las facciones opositoras no yihadistas en irrelevantes, y eliminar cualquier posibilidad de que se impongan sobre los rivales yihadistas. Todo ello, a su vez, reduciría cualquier oportunidad de un acuerdo significativo o de negociaciones para reducir el conflicto, que se convertiría en una campaña contrainsurgente de un régimen erosionado contra grupos yihadistas bien entrenados y apoyados por potencias extranjeras.

 

Limitar las posibilidades de una catástrofe mayor

Prevenir ese nefasto escenario debería ser prioritario. A pesar de que la Unión Europea y sus estados miembros han desempeñado un papel marginal en las dinámicas militar y política del conflicto sirio, su potencial de ayuda para promover estabilidad y reconstrucción proporciona una ventaja –acrecentada por el desinterés o la incapacidad de los partidarios del régimen para hacerlo–. Esa ventaja debe ser aprovechada para disuadir las metas maximalistas beligerantes, al tiempo que incentiva el compromiso dentro del bando progubernamental. A ese fin, los europeos deberían reafirmar y mostrar su apoyo unido al principio “no hay reconstrucción sin transición creíble”, dejando claro que la UE solo proporcionará fondos para la reconstrucción dentro de un contexto de acuerdo político con la participación de todos los actores regionales del conflicto y de una masa crítica de la oposición no yihadista.

Los gobiernos europeos, ansiosos por minimizar el desplazamiento de la población y la radicalización resultantes del conflictos deben resistir la tentación de ceder a un optimismo no realista. El Assad no negociará su cese, Moscú y Teherán han demostrado escaso interés en presionar en esta solución el contexto actual sugiere que ninguna de esas dos realidades vayan a cambiar en un futuro próximo. Sin embargo, aceptar que el bando prorrégimen se ha impuesto y tiene un protagonismo superior, y proveer financiación para la reconstrucción en ausencia de un acuerdo, tampoco es un medio plausible para abordar las principales preocupaciones de europeas. Debido a las debilidades del régimen, y la profundidad y amplitud de la animosidad en su contra, es muy probable que continúe la amenaza de una insurgencia robusta. El régimen la combatiría con las mismas tácticas de castigo colectivo y con el empleo de milicias que viene empleando desde que estalló el conflicto hace seis años, alimentando los niveles de desplazamiento de población y radicalización. El régimen se resistiría también a poner en marcha reformas sustanciales, una vez asegurada su posición por las victorias militares y por el hecho de que no sería capaz de mantener su autoridad en grandes partes del territorio y sectores de población salvo que amenace con utilizar una brutalidad aplastante.

Europa no puede hacer frente a estos problemas simplemente poniendo condiciones a la financiación para el proceso de reconstrucción, dado que la voluntad y capacidad del régimen para evadir sus compromisos supera con creces la voluntad y capacidad de Europa para imponer su respeto. Al contrario, los fondos destinados a la reconstrucción de áreas controladas por el gobierno probablemente se derivarían a financiar los esfuerzos bélicos. Con ello, se minaría aún más la credibilidad de Occidente, proporcionando incentivos peligrosos a otros líderes autoritarios enzarzados en diversos conflictos.

Escapar del círculo vicioso que determina el conflicto sirio requiere una solución acordada y facilitado por los actores externos principales: Irán, Rusia, Turquía y EEUU. Esta solución debe ser tolerable para la masa crítica de combatientes sirios en ambos bandos. Debe tener en consideración no solo el actual balance de poder en el campo de batalla, sino también las realidades geopolítica y demográfica de Siria; en caso contrario, la insurgencia residual puede resultar incontrolable. La UE y sus Estados miembros deberían aclarar que la mencionada financiación esperará hasta el acuerdo, y estará supeditada a su implementación. Mientras tanto, la diplomacia europea puede explorar los potenciales componentes de tal acuerdo, incluyendo un posible proceso de descentralización que permita una gobernanza local en zonas actualmente fuera del control del régimen.

Política Exterior publica en español la serie «Watch List 2017» («Zonas Calientes 2017») elaborada por Crisis Group para alertar de las amenazas actuales a la paz y estabilidad internacionales. Se analizan los conflictos en la cuenca del Lago Chad, Libia, Myanmar, Nagorno Karabaj, Sahel, Somalia, Siria, Turquía, Venezuela y Yemen.

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