2022 2001 paralelismos
Los escombros del World Trade Center arden tras el ataque terrorista el 11 de septiembre de 2001 en Nueva York. GETTY

2022 es el nuevo… 2001

Este año se perfila como uno pendular, un momento clave de la historia en el que las grandes fuerzas que dan forma al mundo invierten su dirección. Existen paralelos reveladores con el año 2001 y esta vez Europa debería extraer las lecciones adecuadas.
Roderick Parkes
 |  24 de marzo de 2022

En solo tres meses, 2022 ya ha demostrado que será un año trascendental. No es, desde luego, el primero que vivimos. La Historia tiende a rimar. ¿Qué año estaremos reeditando, pues? ¿1918, con pandemia, inflación, guerra mundial y el asesinato de un zar? ¿Estamos de nuevo en 1812, solo que, en lugar de la desastrosa marcha de Napoleón para traer el progreso a Rusia, asistimos al desastroso intento de Moscú de traer el siglo XIX a Europa? ¿O se trata de una mezcla entre 1979 –con la fatídica invasión de Afganistán por parte del Kremlin– y 1962, con la crisis de los misiles en Cuba?

Los acontecimientos en Ucrania son demasiado trágicos para estos juegos de salón, pero los paralelos históricos pueden ayudarnos a dar sentido a los desconcertantes acontecimientos que estamos viviendo. Este año se perfila como un año pendular: un momento en el que se constituye un nuevo orden global, pero también en el que empiezan a tomar forma las contrafuerzas a dicho orden. En otras palabras, nos encontramos en un momento en el que los observadores inteligentes pueden ver tanto en qué dirección oscila el mundo como las fuerzas que corregirán dicha dirección.

Para los europeos, leer correctamente este momento histórico es importante, porque tenemos que estar en la vanguardia de las contrafuerzas.

El último año pendular fue 2001: después de los atentados terroristas islamistas del 11 de septiembre en Nueva York y Washington, los gobiernos occidentales sometieron a Afganistán a la construcción de un Estado liberal. Ese mismo año, Estados Unidos introdujo a China en la Organización Mundial del Comercio, impulsándola de manera formidable en su transformación hacia una economía de mercado. Y los gobiernos occidentales presionaron a Rusia para que aceptara Internet –un invento del ejército estadounidense– como vector de apertura e intercambio mundial. La maquinaria de la civilización estadounidense se hacía patente, pero también las semillas de su destrucción.

 

Los cuatro factores que impulsan los asuntos mundiales

A principios de 2022, llamé a colegas de Brasil, Corea del Sur, Suráfrica y Singapur. Todos los que hablaron conmigo corroboraron las opiniones que prevalecen en Europa sobre qué está impulsando los asuntos mundiales, nombrando prácticamente los mismos cuatro factores: la bipolaridad –el G2 formado por China y EEUU–, la geoeconomía –los intentos de los gobiernos de utilizar la industria con fines de política exterior–, la “soberanización” –la reafirmación de Estados fuertes como Rusia– y los agujeros negros de conflicto –Yemen, Libia–. Todos, además, coincidían en darle más o menos este orden de importancia.

Este sondeo sugiere que la gente por lo general está de acuerdo en la dirección en que se mueve el mundo. Y aquí es donde entra la teoría del péndulo. Según esta teoría, el orden mundial oscila de un lado a otro en busca de un equilibrio. Históricamente, la interdependencia mundial ha ido en oleadas, profundizándose y luego retrocediendo. La economía mundial se ha expandido de manera repetida para abarcar nuevos territorios y sociedades. Luego ha retrocedido, antes de volver a expandirse, sobre una base políticamente más inclusiva, buscando un orden estable que convenga a todos.

 

«Históricamente, la interdependencia mundial ha ido en oleadas, profundizándose y luego retrocediendo»

 

Hace tiempo que es evidente que el péndulo retrocede, invirtiendo el impulso expansivo de la década de los 2000, pero solo este año han quedado patentes las fuerzas constitutivas del nuevo orden. Además, la pauta solo surge realmente si comparamos 2022 con los considerados en general como los años anteriores del péndulo: 2001, cuando las políticas reaganianas alcanzaron su cénit, y 1980, cuando la distensión dio paso a una guerra fría más profunda.

Ya en enero vimos pruebas de este flujo y reflujo. La estructuración actual de la economía mundial en torno a la rivalidad bipolar entre EEUU y China sustituye a la unipolaridad estadounidense de 2001, que a su vez corrigió la división bipolar de los asuntos mundiales en 1980 entre Washington y Moscú. Los intentos actuales de los gobiernos de utilizar la tecnología comercial con fines geoeconómicos corrigen la comercialización de tecnologías militares como Internet y los drones a partir de 2001, que a su vez corrigió el complejo industrial militar en 1980.

Los intentos, como el del presidente ruso, Vladímir Putin, de establecer en 2022 una autarquía cuya preparación viene de lejos son la contrafuerza de 2001, cuando el imperativo del comercio mundial obligó a los gobiernos a desmantelar la burocracia nacional, lo que a su vez corrigió la fuerte promoción de los campeones industriales en 1980. Y las “guerras por delegación” de 2022 en Libia o Yemen son la reacción a 2001 y los cambios de régimen dirigidos por EEUU en “Estados fallidos”, que a su vez corregían los intentos de Washington y Moscú de crear regímenes títeres en Nicaragua y Afganistán.

 

Los europeos lo leen de forma diferente

Si las fuerzas constitutivas del –regresivo– nuevo orden mundial son cada vez más claras, también lo son las contrafuerzas. La Unión Europea es considerada una de las principales contrafuerzas: una fuerza potencial de integración y apertura. Todas las personas con las que hablé estaban entusiasmadas con los esfuerzos de la Unión para lograr la “soberanía europea” y consideraban a la UE como un aliado vital para hacer retroceder el péndulo.

Así, resulta preocupante que, aunque los europeos utilicemos los mismos términos que el resto del mundo, nuestra interpretación de estas cuatro fuerzas resulte de hecho muy diferente si profundizamos en ellas.

La bipolaridad sino-estadounidense. Todos estamos de acuerdo en que las relaciones entre China y EEUU definen las rupturas del orden mundial. Pero los europeos hablan cada vez más de una rivalidad ideológica implacable entre China y EEUU, de la aparición de dos sistemas económicos en competencia y de la necesidad de alinearse detrás de Washington en pos de los valores liberales. Por el contrario, el resto del mundo ve a dos grandes potencias interesadas sobre todo en el estatus de hegemón, apuradas por sus debilidades internas y demasiado vulnerables para competir realmente. Se habla de “implosión o colusión”: la pareja se recalentaría si compitiera y, por tanto, es más probable que acaben cocinando los asuntos mundiales tranquilamente entre ellos. Aunque Pekín y Washington puedan establecer pruebas de lealtad ideológica a sus respectivos socios, no podrían hacerlas cumplir, y mucho menos mostrar lealtad a cambio. El resto del mundo lo que espera de la UE es que promueva las normas liberales por su propio mérito, en lugar de utilizarlas como excusa para tomar partido y alinearse detrás de EEUU.

 

«El resto del mundo ve a China y EEUU como dos grandes potencias interesadas sobre todo en el estatus de hegemón, apuradas por sus debilidades internas y demasiado vulnerables para competir realmente»

 

Geoeconomía. Todos coinciden en que el Estado ha vuelto a la economía global, entre otras cosas por el modelo de economía dirigida de China. Pero los europeos hablan de responder a la tendencia convirtiéndose ellos mismos en una potencia geoeconómica, aprendiendo a aprovechar su enorme mercado interior para difundir sus normas. Por el contrario, en la percepción del resto del mundo, la UE, al igual que EEUU, ya es una potencia geoeconómica, y lo es desde hace décadas, utilizando su influencia estructural en los organismos normativos mundiales, sus empresas multinacionales y, sobre todo, sus mercados internos para abrir la economía mundial. Mis colegas sugieren que la UE tiende a verse como una víctima pasiva del regreso de la geoeconomía y les preocupa que ahora la UE se aísle aún más, poniendo primero barreras al comercio y luego aprovechando el acceso a su mercado para difundir sus normas. Esto es un verdadero dilema para mis colegas, a los que les gusta el espíritu de las normas de la UE, pero no ven por qué deben imponerse unilateralmente desde Bruselas.

Soberanización. Todos consideran que Rusia está a la vanguardia cuando se trata de preferir la construcción del Estado a la riqueza. Pero los europeos ven a Rusia como un descontento sin límites, un saboteador indiscriminado, ávido de riesgos, que arma vínculos económicos y de infraestructuras transfronterizos para aislarse, simplemente. Por el contrario, el resto del mundo describe a Rusia como una potencia implicada en el orden internacional, un poder constituyente que intenta ganarse a sus pares y demostrar que su modelo de construcción del Estado sin interdependencia puede funcionar. Mis colegas hablan de una extraña alianza entre una Rusia neoimperial y las antiguas colonias europeas de África, Asia y América Latina, con Putin empeñado en demostrar que la construcción del Estado al estilo de los años cincuenta sigue funcionando. Mis colegas argumentan que la única manera de derrotar a Rusia es en términos normativos, demostrando que su “modelo de Estado fuerte” es cualquier cosa menos eso, pues crea caos y depende de China, y que el modelo abierto de la UE sigue siendo viable y atractivo.

Agujeros negros de conflicto. Todas las partes se preocupan por las zonas de conflicto, a las que ven como la materia oscura del nuevo orden. Los europeos se quejan de estar rodeados de estos conflictos, en los que no pueden entrar ni contener: Libia, Siria, Yemen, Nagorno-Karabaj, Donbás, Transnistria. Imaginan a la UE rodeada de un “anillo de fuego” que absorbe a las grandes potencias. El resto del mundo, por su parte, señala, en primer lugar, que estos focos de conflicto están mucho más extendidos, que no marcan simplemente la vecindad de la UE. Y en segundo lugar, que no están “vacíos”. Son espacios donde las grandes potencias prueban nuevas tecnologías militares, cortan el acceso a Internet y generan nuevas normas globales citando cínicamente imperativos humanitarios y estableciendo excepciones al Derecho Internacional. Estos agujeros negros representan más el nuevo orden global que el antiguo. De nuevo, este es un campo en el que el resto del mundo esperaba que la UE liderase una respuesta multilateral.

 

Se necesita empatía

Este sondeo entre colegas no es muy científico, pero sugiere que la gente de otras partes del mundo espera que la UE se convierta en un baluarte principal del multilateralismo y la apertura, oponiéndose al impulso regresivo actual. A su vez, Bruselas tendrá que diversificar sus relaciones más allá de EEUU y buscar nuevos socios en todo el mundo, si quiere defender la globalización sobre la base de una forma nueva y más equitativa de orden mundial. Esto, a su vez, requiere cierta empatía por parte de los europeos con otras partes del mundo: tienen que ser conscientes de que están perdiendo la guerra de la información en el Sur, de que sus sanciones los describen como creadores de inestabilidad y de que cualquier nuevo acuerdo en la arquitectura de seguridad internacional debe basarse tanto en el Sur como en el Norte, tanto en el Oeste como en el Este.

El sondeo también sugiere que la forma en que los europeos ven la situación mundial es profundamente eurocéntrica. Vista desde Berlín, Bruselas o París, la UE aparece como un faro de estabilidad en un mundo en llamas, desprovisto de socios fiables, que ve en la mezcla de unilateralismo comercial y defensa militar el único medio fiable para difundir sus normas. Para todas las regiones del mundo que quieren trabajar con la UE, esta es una lectura sombría de la situación. El resto del mundo tiende a describir 2022 como una “corrección” de los excesos de la globalización. Se habla a bombo y platillo del fin del “paréntesis de la historia” que comenzó en 1989.

La ministra de Asuntos Exteriores británica, Liz Truss, en un discurso pronunciado el 10 de marzo, sí estableció un paralelismo con 2001. Pero no como un año pendular. La suya fue una lectura eurocéntrica de los paralelos: al igual que los ataques al World Trade Center y al Pentágono, la guerra ruso-ucraniana es un ataque en suelo occidental, por el que Occidente espera una solidaridad especial por parte del resto del mundo. Esto es sacar las lecciones equivocadas de la historia. Nuestros amigos del resto del mundo simplemente han dicho: “Bienvenidos a nuestro club”.

Versión en inglés en la web del Internationale Politik Quarterly (IPQ).

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