Durante lo que el presidente Donald Trump ha denominado la “guerra de los doce días”, el parlamento de Irán ha instado al líder supremo, el ayatolá Alí Jamenei, a responder a los ataques israelíes y estadounidenses contra sus instalaciones nucleares empleando el arma económica: cerrando el estrecho de Ormuz, para tensionar el mercado petrolífero y desatar una crisis inflacionaria en Occidente. El estrecho que conecta el golfo Pérsico con el de Omán y da salida al Mar Arábigo y el Océano Índico, tiene apenas 33 kilómetros en su punto más angosto. Por sus aguas, controladas por Irán, al norte, y Omán y Emiratos Árabes Unidos, al sur, transita alrededor del 20% del petróleo mundial (entre 18 y 20 millones de barriles al día) proveniente de los grandes productores petrolíferos del Golfo –Arabia Saudí, Kuwait, Irak, Emiratos Árabes Unidos– y un 25% del gas natural licuado, mayormente procedente Catar.
«La opción de cerrar Ormuz está sobre la mesa e Irán no dudará en aprobarla si fuera necesario. Pero no parece probable»
El Consejo de Seguridad de la República Islámica respondió al parlamento que la opción de cerrar Ormuz estaba sobre la mesa y que no dudaría en aprobarla si fuera necesario. Llegado el momento, lo más seguro es que el régimen siembre minas en el fondo marino del estrecho. La Armada iraní no es de las más potentes de cuantas surcan aquellas aguas, pero su arsenal de minas submarinas no es desdeñable. Ya en la Guerra Irán-Irak (1980-88), Teherán empleó esta táctica para destruir petroleros iraquíes; y, recientemente, ha incrementado su arsenal con material de Corea del Norte, Rusia y China. Los países occidentales, en especial Estados Unidos, cuentan con patrullas anti-minas en la zona, pero sería peligroso exponer ahora a estos buques a una misión tan cerca de las costas iraníes.
A pesar de la capacidad iraní para cerrar el estrecho, la opción no parece probable. Teherán sabe que el arma petrolífera que con tanto éxito emplearon los países de la OPEP contra Estados Unidos en 1973, en represalia al apoyo a Israel durante la Guerra del Yom Kippur, ha perdido gran parte de su capacidad de daño. Occidente notaría la crisis inflacionaria desatada por el cierre, pero los principales afectados se encontrarían en Asia, destino del 80% del petróleo que sale por Ormuz. Japón importa el 96% de su petróleo de países árabes en el Golfo; Corea del Sur, el 68%; India el 53%; y China el 90%, siendo su principal proveedor Irán. Estas cifras contrastan agudamente con las de las economías occidentales. Es cierto que la Unión Europea ha aumentado su dependencia energética de Oriente Medio tras la guerra de Ucrania y las sanciones a Rusia, pero sus importaciones aún se mantienen sólo en torno al 15%; las de Estados Unidos, prácticamente autosuficiente gracias al fracking, no llegan al 7%.
«Los datos indican que el cierre del estrecho sería un suicidio económico y política para Irán»
Aunque no es la primera vez que Irán amenaza con cerrar el estrecho en respuesta a maniobras militares o sanciones por parte de Occidente, la amenaza nunca se ha llevado a término. Los datos indican que el cierre del estrecho sería un suicidio económico y político. La economía iraní subsiste gracias a la libre circulación de bienes (petrolíferos y no) a través de Ormuz. Irán exporta casi 23 millones de toneladas de trigo al año, pero también importa, como el resto de los países del golfo Pérsico, ingentes cantidades de otros cereales y productos agrícolas. Durante estos días de guerra, el régimen de los ayatolás se ha revelado más frágil de lo que aparenta, y una crisis económica desatada por el tensionamiento del mercado petrolífero y el agroalimentario evocaría los años setenta, cuando la caída del régimen imperial del sha y el advenimiento de la revolución.
«China ha condenado a Israel y EEUU por sus ataques, pero habrá que ver su reacción si Teherán cierra Ormuz y empuja a Asia a una crisis severa»
En términos diplomáticos, el cierre también traería graves consecuencias al gobierno de Teherán. Primero, avivaría la animadversión ya existente de los países árabes suníes que, en represalia por el golpe a sus exportaciones de petróleo, podrían ser conniventes con la ofensiva de Estados Unidos e Israel. Segundo, y quizás más importante, arriesgaría alienar a China, un aliado estratégico vital para el régimen chií. Pekín compra casi la totalidad del petróleo que produce Irán y ha apoyado y atizado sus acciones y las de sus satélites del “eje de la resistencia” –Hezbolá en Líbano y los hutíes en el Mar Rojo– durante los pasados dos años. China ha condenado a Israel y Estados Unidos por sus ataques, pero está por ver su reacción si Teherán cierra Ormuz y empuja a las economías de Asia a una crisis muy severa. El cálculo estratégico es pues calamitoso. El régimen iraní podrá estrangular el comercio mundial, pero se puede anudar la soga a su propio cuello.

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