Louise Arbour, António Guterres y Nasser Bourita en la apertura de la conferencia intergubernamental para adoptar el "Pacto Mundial por una migración segura ordenada y regular" (Marrakech, 10 de diciembre de 2018). KARIM TIBARI/ONU

El Pacto Mundial y el multilateralismo migratorio

Gonzalo Fanjul
 |  12 de diciembre de 2018

Cuando la polvareda levantada por Estados Unidos y su escuadrón antinmigración se haya despejado, la comunidad internacional se encontrará con que está un paso más cerca de resolver el desafío migratorio. El Pacto Mundial por una Migración Segura, Ordenada y Regular –aprobado esta semana en Marrakech– constituye el primer esfuerzo real por establecer un marco multilateral de cooperación que reduzca los riesgos asociados a la movilidad humana y multiplique sus muchas oportunidades. El hecho de que haya sido recibido con tanta hostilidad por algunas delegaciones ilustra únicamente la toxicidad del tiempo que nos ha tocado vivir.

Concebido como un acuerdo no vinculante y estrictamente cooperativo, el pacto despliega a través de 23 objetivos una narrativa política de las migraciones como un hecho natural, inevitable y esencialmente positivo. Los Estados se abren a la posibilidad de tomar medidas que reduzcan la vulnerabilidad de los migrantes y faciliten su integración en las sociedades de destino –por ejemplo, universalizando el acceso a la salud–. Pero buena parte de la agenda se centra en territorios mucho menos explorados como ampliar las vías legales y seguras de migración laboral, asegurar los derechos de todos los trabajadores o fomentar la coordinación entre Estados y de estos con actores no tradicionales como el sector privado. En otras palabras, trasladar al ámbito de las migraciones la lógica que ya ha dado buenos resultados en otros ámbitos complejos de la globalización como el comercio internacional o la lucha contra el cambio climático.

Cuando las negociaciones comenzaron, hace solo dos años, el mundo era diferente al que es ahora. La lógica nacionalista y aislacionista que hoy nos ahoga todavía no tenía fuerza en EEUU, Australia o los varios países europeos que se han retirado del pacto. Mientras los estadounidenses se descolgaban esta semana con una declaración incendiaria y con presiones bilaterales a países firmantes, en Suiza se organizaba una campaña pública contra el embajador que ha coliderado, junto a los mexicanos, el proceso de negociaciones. En Bélgica, el empeño del primer ministro, Charles Michel, por respetar la palabra dada en este proceso ha provocado la ruptura del gobierno y la salida de los ministros flamencos.

Estas actitudes están a medio camino entre la histeria colectiva y el puro cálculo electoral. La realidad es que nada en el texto aprobado obliga a los gobiernos a cambiar lo que ahora están haciendo o ir un paso más allá de lo que deseen. El pacto es explícito en garantizar la soberanía de los Estados sobre sus fronteras. Enfatiza el derecho a emigrar tal como está reconocido en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, sin que nadie tenga una obligación de admitirte.

Pero eso no quiere decir que el acuerdo sea ideológicamente inocuo o irrelevante. Quienes se oponen a él tienen razón al afirmar que se trata de una apuesta clara por el multilateralismo y por el compromiso de los Estados a generar bienes públicos globales a través de la cooperación. Se trata a los migrantes como seres humanos y no como meros poseedores de un pasaporte. Para muchos de nosotros, este pacto pone la primera piedra en la construcción de marco institucional y normativo que garantice el derecho a la protección y la prosperidad más allá del lugar en el que has nacido.

Pero eso lo verán mis nietos, en el mejor de los casos. Mientras tanto, la prioridad es trabajar para obtener el máximo rendimiento de lo que tenemos. Además de una Red Migratoria que coordine el trabajo de las agencias de la ONU bajo el liderazgo de la Organización Internacional de Migraciones, el acuerdo anima a los países a hacer una interpretación nacional y regional de los contenidos del pacto. Estos planes tienen un enorme potencial. En las jornadas previas a la cumbre oficial tuvimos oportunidad de conocer la experiencia de países como Canadá, que experimentan con modelos de migración laboral ajustados a las necesidades de sus mercados de trabajo. O el caso de Uganda, que garantiza acceso a servicios y permiso de trabajo a los refugiados que llegan a su país, demostrando que no esto no es cuestión de repartir lo que nos sobra. Otras muchas experiencias locales y nacionales pueden inspirar mejores programas de integración, mecanismos más eficaces de protección de migrantes vulnerables o medidas para maximizar el impacto de las remesas en el desarrollo.

El Pacto Mundial por las Migraciones es un terreno de juego disponible para el que quiera ponerse manos a la obra. Unos países ni siquiera querrán asomarse y otros –como ha sugerido España, lamentablemente– seguirán haciendo más de lo mismo. Pero habrá quien aproveche la oportunidad para trabajar decididamente por una migración más segura, ordenada y regular. Y esa será la semilla de un régimen migratorio justo e inteligente.

 

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