dialogar con putin
El presidente ruso Vladímir Putin durante en una conferencia de prensa conjunta con el canciller alemán O. Scholz tras varias horas de conversaciones sobre la situación en la frontera entre Ucrania y Rusia, en el Kremlin, el 15 de febrero de 2022. GETTY.

Agenda Exterior: ¿nos equivocamos al dialogar con Putin?

Política Exterior
 |  25 de febrero de 2022

“Con el diablo no se dialoga”, afirmó el papa Francisco en una homilía en la Casa de Santa Marta, en la Ciudad del Vaticano, en mayo de 2018. “Es más inteligente que nosotros”. En la crisis en torno a Ucrania, sin embargo, los líderes estadounidenses y europeos no han hecho otra cosa, tratando de propiciar una desescalada que evitase la guerra. El presidente francés, Emmanuel Macron, y el canciller alemán, Olaf Scholz, visitaron a Vladímir Putin en Moscú. ¿Qué consiguieron con esos encuentros? ¿Ganar tiempo? ¿Perderlo? ¿Templar las ambiciones de Putin? ¿Desatarlas?

Preguntamos a los expertos si podremos volver a fiarnos alguna vez de Rusia. 

Participan

 

RICCARDO ALCARO | Coordinador de investigación y director del programa Global Actors en el Istituto Affari Internazionali (IAI). @Ric_Alcaro

La decisión de Putin de reconocer primero la independencia de Donetsk y Lugansk y luego atacar Ucrania ha destruido cualquier posibilidad de una solución diplomática a la crisis ucraniana. De hecho, el presidente ruso ha dejado claro que no veía ninguna posibilidad de resolver el conflicto de forma que se salvara la independencia de la política exterior –en realidad la independencia tout court– de Ucrania. La movilización militar de Rusia no es solo una respuesta a la cuestión del Donbás, sino que forma parte de un proceso de reducción de Ucrania a un Estado vasallo de Rusia.

La tragedia es que había una salida diplomática a la crisis que habría beneficiado a todas las partes: Ucrania, Rusia, Europa y Estados Unidos. Si Putin hubiera aceptado la oferta de Joe Biden, Macron y Scholz de una amplia negociación sobre cuestiones de seguridad europea –transparencia en las maniobras militares, límites a los despliegues de fuerzas convencionales y bombarderos estratégicos, compromiso de no desplegar misiles ofensivos con base en tierra ni tropas permanentes en Ucrania, y una moratoria en el ingreso de Ucrania en la OTAN–, habría tenido la oportunidad de reconstruir la arquitectura de seguridad europea sobre una base compartida con la OTAN y EEUU. En este contexto, Rusia podría haber visto un alivio de las restricciones sobre su economía que se mantienen desde 2014 y encontrar la posibilidad de aliviar la presión sobre Ucrania.

Pero a Putin no le interesa eso, porque no ve Ucrania como una nación totalmente independiente. Esta es la tragedia que ha llevado a la guerra, obligando a la Unión Europea y EEUU a responder con sanciones y posiblemente con despliegues militares en los Estados miembros de la OTAN en Europa Central y Oriental.

La experiencia de las aventuras de Putin en política exterior –en Siria y Libia– demuestra que el presidente ruso es capaz de adaptar su curso de acción cuando se encuentra con un obstáculo –en ambos casos, fue Turquía quien puso ese obstáculo en el camino de Putin–. Por tanto, EEUU y Europa deberían llenar de obstáculos el camino de Putin. Deberían imponer sanciones financieras y restricciones a la exportación de tecnologías clave para la economía rusa, desde la industria nuclear hasta la energía –aunque debería permitirse la importación europea de hidrocarburos– y los productos de doble uso. Deberían poner en suspenso las inversiones en sectores críticos de Rusia. Los planes de la UE y de EEUU de adoptar sanciones y, sobre todo, la decisión de Alemania de suspender indefinidamente la activación del controvertido gasoducto Nord Stream 2 indican que los líderes a ambas orillas del Atlántico están dispuestos a tomar dicho camino. Pero deberían hacer más. La UE debería comenzar a trabajar en un mecanismo financiero que diera un alivio inmediato a los operadores de la UE que se vean afectados por las inevitables contra-sanciones rusas, así como ayudar a los hogares en apuros por los disparados precios de la energía. También es necesario reforzar los medios de defensa de la OTAN en Europa Central y Oriental, al menos mientras continúen las operaciones rusas en Ucrania.

 

ARGEMINO BARRO | Periodista. Es corresponsal de El Confidencial en Estados Unidos y cubrió para este diario el conflicto ucraniano en 2014. Es autor de Una historia de Rus. Crónica de la guerra en el este de Ucrania. @Argemino

Tal como ha quedado claro con la infamia de las últimas horas, el problema de lidiar con Rusia respecto a Ucrania es que no hay buenas opciones. La intención de Moscú es horadar o destruir la soberanía ucraniana: amarrarla a su área de influencia, dominar sus políticas y reservarse el derecho, como vemos en estos momentos, a desmembrarla. Putin considera a Ucrania un país artificial; una provincia arrebatada por Occidente cuyo lugar natural es Rusia. Así lo ha expresado repetidas veces. Con palabras y acciones.

Dado que ni la OTAN ni la UE pueden aceptar estas premisas, su margen de acción es reducido. Las sanciones, condenas y envíos de armas no impresionan a Moscú, y la diplomacia occidental es una tibia marejada que rompe contra los muros del Kremlin. Hasta hace pocos días, cada vez que un dignatario visitaba Rusia, era como si hablara otro idioma. Un idioma del siglo XXI, suave, formulario, multilateral. Pero el idioma de Moscú era otro: un idioma de soldados y de territorios. Un idioma del siglo XIX.

Por eso las recientes visitas a Putin no han arrojado más fruto que la estampa de un emperador bizantino que se aburre en la distancia. Pero, ¿acaso hay alternativa? Hasta hace poco, diría que uno de los muchos mimbres que nos han llevado hasta aquí es el desconocimiento y el desdén hacia Rusia, y que eso quizá podría haberse solucionado con más tiempo, diálogo y visitas al Kremlin. Y seguro que es cierto. Lo malo es que, con los bombardeos y las tropas rusas ocupando Ucrania, se hace difícil conservar la paciencia con este argumento.

 

NICOLÁS DE PEDRO | Senior Fellow en The Institute for Statecraft de Londres. @nicolasdepedro 

No solo no han conseguido nada de lo que esperaban, sino que reafirman a Putin en su percepción de que los europeos están divididos, son vulnerables y cuánto más aumente su apuesta, más probabilidades de que acepten las demandas –léase chantaje– del Kremlin. Así que, como mínimo, esos encuentros han sido contraproducentes. En la burbuja de Bruselas y algunas capitales, sobre todo Berlín y París, hay una incapacidad profunda para comprender y descodificar correctamente al Kremlin. Y eso explica que se cometan una y otra vez los mismos errores, de los que este desfile de líderes europeos por Moscú –contribuyendo en la estrategia rusa de negarle el reconocimiento a la UE como interlocutor político– es solo el penúltimo ejemplo. La cacofonía sobre el alcance de las sanciones –con Rusia bombardeando Kiev– es el último. Aunque quizá mañana será ya el penúltimo.

¿Podemos fiarnos de Rusia en la mesa de negociaciones? Sí y no, dependiendo de si somos capaces de articular una posición común firme y creíble –y ahí juega un papel clave la disuasión militar–. Hay que tener muy en cuenta que el Kremlin y su diplomacia hacen un uso recurrente de la mentira y del engaño. Por eso, son imprescindibles la unidad, la firmeza y la comprensión correcta de los objetivos e intenciones últimas del Kremlin. Seguir haciéndonos trampas al solitario nos puede acabar costando mucho más caro en un futuro, quizás, no tan lejano y, desde luego, ya no inconcebible.

 

ARANCHA GONZÁLEZ LAYA | Ministra de Asuntos Exteriores, Unión Europea y Cooperación (2020-21), es decana de la Paris School of International Affairs (PSIA). @AranchaGlezLaya

La invasión de Ucrania ordenada por Putin es el fracaso de nuestra generación. Nuestros abuelos acabaron con la Segunda Guerra Mundial. Nuestros padres construyeron las instituciones que nos han permitido visir en paz, libertad y prosperidad en las últimas décadas. Con nuestra generación ha vuelto la guerra que creíamos desterrada de Europa.

Desde la UE hemos hecho grandes esfuerzos para evitar esta situación. Se multiplicaron las llamadas a Putin al diálogo. El Canciller alemán, Olaf Scholz, y el presidente francés, Emmanuel Macron, viajaron a Moscú buscando evitar lo peor. Quizás porque sentían el peso de la historia. Alemania y Francia, los dos países en el corazón de Europa enfrentados en dos guerras mundiales, saben más que nadie que hoy nadie gana una guerra. Por eso su mano tendida no era debilidad, era realismo.

Putin ha respondido con desprecio y se ha embarcado en una agresión unilateral hacia Ucrania. No hay ninguna justificación para ello. En Europa existen mecanismos para resolver cualquier diferencia entre países. Nada de ello ha servido a Putin porque su objetivo último no es solo castrar Ucrania, es poner en cuestión la estabilidad de Europa, es cuestionar el orden internacional basado en reglas. Ahí es donde nos la jugamos. Por eso no nos queda otro camino que la unidad dentro de la UE, trabajando con el mayor número posible de aliados. No nos queda otro camino que las sanciones más severas sobre Putin y sus intereses, sabiendo que estas sanciones también nos van a costar a nosotros, pero que lo que está en juego es la esencia misma de nuestras sociedades: la libertad, la democracia y el respeto de la legalidad. Se ha roto la confianza y se tardará décadas en recuperarla.

 

ANDREY MARKARYCHEV | Profesor de Estudios Políticos Regionales en la Universidad de Tartu, Estonia. 

Hay tres explicaciones principales –e interrelacionadas– de las múltiples visitas de líderes occidentales a Moscú en las últimas semanas. Una de ellas tiene un trasfondo cognitivo: al estar desorientados por lo absurdo y el alto nivel de emotividad de las demandas del Kremlin, deseaban descifrar qué es exactamente lo que hay detrás de estas reclamaciones y peticiones. Este deseo de comprender la motivación del Kremlin se basaba en la presunción de la existencia de una cierta racionalidad en los planes de Putin, que debe ser descubierta a través de conversaciones y diálogos.

En segundo lugar, esta actividad diplomática inusualmente densa se ha basado en una fuerte creencia en lo que se conoce como poder comunicativo, o capacidad de tender puentes mediante interacciones directas y algún tipo de diálogo con los oponentes. La estrategia para hacer entrar en razón a Putin incluía argumentos económicos –nuevas sanciones– y de lógica política –ausencia de intenciones de desafiar a Rusia militarmente– que eran evidentes, si no elementales, desde la perspectiva occidental, pero que han sido rechazados por Putin.

La tercera explicación es un intento de ganar tiempo, asumiendo que cada día o semana podría ser importante para mejorar la preparación técnica de Ucrania para repeler militarmente la agresión rusa. El factor tiempo también era importante para construir una plataforma común entre los aliados occidentales en una situación de incertidumbre. El hecho de que haya sido Putin quien, con su decisión de reconocer los territorios separatistas y luego atacar Ucrania, pusiera fin al proceso de Minsk, servirá sin duda para consolidar aún más al Occidente transatlántico en su nueva política de disuasión frente a Rusia.

 

ZACHARY PAIKIN | Investigador del Centre for European Policy Studies (CEPS) en Bruselas. @zpaikin

Mientras escribo estas palabras, Rusia prosigue su invasión a gran escala de Ucrania. El ataque fue precedido a principios de semana por una reunión escenificada del Consejo de Seguridad de Rusia –donde se aconsejó al presidente ruso que reconociera a las dos repúblicas separatistas del este de Ucrania– y un discurso de una hora de duración en el que Putin expuso ampliamente sus quejas, seguidos de un anuncio el 24 de febrero de los objetivos de guerra de Moscú para “desmilitarizar” y “desnazificar” Ucrania.

En vista de los acontecimientos, muchos han cuestionado la racionalidad de Putin, mientras otros afirman que el odio del presidente ruso a la estatalidad y la democracia ucranianas es la verdadera fuerza motriz de la intervención. Todas estas explicaciones buscan afirmar que las quejas de Putin nunca fueron realmente sobre la expansión de la OTAN.

Sin embargo, la preocupación rusa por la ampliación de la Alianza viene expresándose desde la época de Gorbachov y Yeltsin. Y proporcionan el contexto de por qué la confianza entre Rusia y Occidente ha disminuido tras el final de la guerra fría. En esta crisis, los países occidentales se negaron a discutir las preocupaciones de seguridad de Moscú sobre la continua deriva geopolítica de Kiev hacia el oeste, a pesar de que Rusia lleva 15 años advirtiendo de que la adhesión de Ucrania a la OTAN representa una clara línea roja.

La invasión no provocada de Ucrania por parte de Rusia es un acto de agresión ilegal e inmoral. Pero, por desgracia, muy pocas voces estadounidenses y europeas han interiorizado que un orden de seguridad europeo en el que Rusia no sea parte interesada nunca podrá resultar estable.

 

ANA PALACIO | Ministra de Asuntos Exteriores (2002-04), es abogada internacional especializada en Derecho Europeo, Derecho Internacional Público y arbitraje. @anapalacio

La primera pregunta se contesta por sí sola viendo las escenas por toda Ucrania hoy. Glosar más allá de la brutalidad desplegada solo conduce a la melancolía.

De acuerdo con el popular dicho “It’s tough to make predictions, especially about the future” atribuido a Yogi Berra, tenemos que partir de la realidad. Del hoy. Rusia ha atacado los fundamentos del orden de seguridad europeo. Pretende pulverizarlos. Volver a Yalta, a una banda de “Estados tampón”. Someter a Ucrania y, por supuesto, a Belarús. En esta ecuación entran geográficamente, además, los países bálticos que pertenecen a la OTAN y la UE. La ambición de Putin no se sacia con Europa. Se trata en última instancia de vaciar el orden liberal cimentado en normas y apropiarse su carcasa y marca.

Todos los intentos de los últimos años de entablar un intercambio constructivo con Moscú han fracasado. Sin duda, debemos mantener canales de contacto abiertos, pero lo prioritario para Occidente, para la OTAN, para la Unión, para España, es reforzar nuestros medios de disuasión y defensa, armando una visión común.

Y generar resiliencia. Nos va a hacer falta.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *