Manifestantes se enfrentan con la policía frente al edificio del Consejo Legislativo después de un mitin de boicot escolar en el distrito central de Hong Kong el 2 de septiembre de 2019/CHRIS MCGRATH/GETTY

Agenda Exterior: Hong Kong

Política Exterior
 |  5 de septiembre de 2019

¿Qué se juega China en Hong Kong?

Las protestas multitudinarias que se suceden en Hong Kong desde junio, con motivo de la polémica propuesta de ley de extradición promovida por el gobierno chino han puesto a este último contra las cuerdas. Aunque la jefa de gobierno de la ciudad, Carrie Lam, ya ha anunciado la retirada del proyecto de ley, no se vislumbra una salida clara a la situación. Preguntamos a diferentes expertos por la posición del gobierno de Pekín y el futuro de la autonomía de Hong Kong.

 

Isidre Ambrós | Periodista. Fue corresponsal en Asia-Pacífico para La Vanguardia 2008-2018. @iambros

China se juega mucho en la crisis de Hong Kong, tanto en clave interna como internacional. Son las protestas más importantes que afronta desde las de Tiananmen en 1989 y sus líderes son conscientes de que la gestión y resolución de esta crisis afectará a su reputación, ya que es seguida con lupa y preocupación por la comunidad internacional.

Pero lo que más preocupa a China son las repercusiones en clave interna. En Pekín saben que su grado de intransigencia con las protestas de Hong Kong tiene una repercusión directa en Taiwán y afecta a su estrategia política para lograr la anexión de la isla. La contundencia de la policía hongkonesa, por ejemplo, da votos a la candidata y actual presidenta de Taiwán, la independentista Tsai Ing-wen, frente al representante del Kuomintang y favorito de Pekín en las elecciones de enero.

En Pekín inquieta, asimismo, que las protestas afecten a Hong Kong como cuarto mercado bursátil mundial y ahuyenten el capital extranjero. Un horizonte dañino para las empresas chinas, que allí pueden acceder al capital foráneo. Una situación que hace de Hong Kong un enclave fundamental para el país asiático, ya que por él circula más del 60% de la inversión extranjera directa hacia y desde China.

Un horizonte, en definitiva, que sugiere prudencia a Pekín y dejar todo el protagonismo a las autoridades de Hong Kong.

  

Javier Borràs Arumí | Periodista en distintos medios y excorresponsal de EFE en Pekín. Autor de Roja y Gris. Andanzas y tribulaciones de un joven corresponsal en China. @jborrasarumi

Una situación prolongada en la que los manifestantes de Hong Kong sigan con su pulso –y con el aumento de violencia que ya se ve– y, a la vez, en la que el gobierno local no ceda a sus demandas, seguramente tendrá como resultado una disminución amplia y permanente de las libertades en la ciudad y el aumento de la vigilancia y represión. Pekín no va a perder si el terreno de juego es el de la confrontación. Hay otras vías que podrían ser más constructivas, pero no dominan el debate.

Hasta antes de la protesta, Pekín había marcado una serie de líneas rojas informales que coartaban ciertas libertades (partidos independentistas, venta de libros amarillistas sobre líderes del Partido…) pero que dejaban un amplio margen de maniobra, ya que los derechos individuales en Hong Kong son amplios, hay un fuerte Estado de derecho y un sistema semi-democrático funcional. Es probable que el futuro de Hong Kong se hubiera mantenido en este sistema de líneas rojas y no en la homogeneización total, como algunos dicen. Pero las protestas han cambiado esta perspectiva: la situación es mucho más tensa y peligrosa, y es probable que las líneas rojas no sean suficientes para mantener la estabilidad y se cierren más, reduciendo las esferas de libertad. Seguramente eso se hará mediante métodos de represión avanzada, no de manera brutal como en Tiananmen en 1989.

Pekín no va a perder la batalla pero puede perder cosas importantes. Si la situación avanza hacia la represión, China abandonará los beneficios que le supone tener una zona más abierta y emocionalmente cercana a Occidente, que además le ofrece ventajas financieras y económicas excepcionales. También perderá legitimidad internacional como actor benevolente –algo necesario para la Nueva Ruta de la Seda– y la desconfianza con Taiwán se profundizará. Dicho esto, quienes acabaran perdiendo más si la situación escala serán los hongkoneses.

 

Pablo M. Díez | Corresponsal de ABC en China y Asia. Autor de la novela Fukushima mon amour@PabloDiez_ABC

Para un régimen autoritario como el chino, la agitación política de Hong Kong supone su peor pesadilla. Las protestas, iniciadas en junio contra la ya retirada ley de extradición a China, han derivado en la demanda democrática del sufragio universal, prometido pero aplazado por Pekín. Unido a los problemas económicos que sufre Hong Kong, que ha tocado techo como otras sociedades desarrolladas de Occidente en un mundo cada vez más globalizado y competitivo, este malestar ha estallado en los peores disturbios que sufre la antigua colonia británica desde su devolución a China en 1997.

En un país democrático, habría mecanismos e instituciones para negociar soluciones políticas. Pero Hong Kong, que tiene unas libertades mucho mayores que el resto de China pero no democracia, se encuentra atrapado en un callejón sin salida. Por un lado, dispone de una oposición política y una prensa libre y combativa, así como de una sociedad educada en valores liberales que se moviliza y organiza con rapidez al ritmo frenético de los móviles y la nuevas tecnologías. Y, por el otro, depende del régimen del Partido Comunista que, en China continental, censura la información y adoctrina a su pueblo con la propaganda para mantener el orden social, justificado por el crecimiento económico. Tarde o temprano, el choque era inevitable.

Al presidente Xi Jinping, que pretende perpetuarse en el poder y aspira a erigir a China en la superpotencia del siglo XXI, no podía haberle estallado una revuelta en peor lugar. Si en el Tíbet, Xinjiang y otros lugares del país le basta con enviar al Ejército y cerrarlos a cal y canto, eso es imposible en una ciudad internacional como Hong Kong. A pesar de las advertencias y amenazas, como acampar a la Policía Armada en la frontera de Shenzhen, el régimen se está mostrando muy cauto y deja que los antidisturbios traten de sofocar las protestas, cada vez más violentas.

Al desastre económico que causaría la intervención militar en Hong Kong, unas de las capitales financieras del mundo, se suma el alto coste político que tendría para China. Enviar a las tropas no solo reviviría los fantasmas de la masacre de Tiananmen hace treinta años, sino que arruinaría la imagen de superpotencia responsable y estable que la “diplomacia suave” de Pekín lleva tanto tiempo construyendo para expandirse por el mundo. Gracias a su auge y su gigantesco mercado, China plantea una alternativa a las democracias occidentales, cuestionadas por el declive que vienen sufriendo desde la gran crisis económica de 2008. Pero no puede resolver un problema político, que se podía haber arreglado hace tres meses con la retirada de la ley de extradición, porque su sistema autoritario no admite errores y no puede ser cuestionado. En Hong Kong, China no solo se juega su mayor crisis política de las tres últimas décadas, sino su lugar en el mundo.

 

Xulio Ríos | Director del Observatorio de la Política China. Su última obra es La China de Xi Jinping (2018). @XulioRios

En lo inmediato, en primer lugar, la normalidad en las celebraciones por el 70 aniversario de la República Popular China. Esta premisa, a pesar de los riesgos, podría influir en la adopción de medidas más drásticas para poner coto a la actual escalada antes del 1 de octubre. En segundo lugar, la estabilidad presente y futura de la región administrativa especial. En tercer lugar, la credibilidad del principio “un país, dos sistemas”. En cuarto lugar, que la fórmula de la autonomía no devenga en sinónimo de desestabilización del país en su conjunto. En quinto lugar, en gran medida, el resultado de las elecciones presidenciales y legislativas del 11 de enero de 2020 en Taiwán. En sexto lugar, la imagen internacional del “sueño chino” y de su propio mentor, Xi Jinping.

La significación económica de Hong Kong, con ser importante, ha mermado en los últimos lustros. La significación política de la crisis tiene mayor alcance. El mandato de Xi se ha caracterizado, entre otros, por instar a una mayor centralización política y prácticas más autoritarias. Esta circunstancia, los desencuentros en la gestión de la agenda cotidiana (afluencia de continentales, vivienda, educación, salud, desigualdades…) o el mayor apoyo de los países occidentales a las demandas de los manifestantes han creado un caldo de cultivo para el desapego y, quizá, la tragedia. Pero Pekín no dará el brazo a torcer. Por el contrario, las medidas de integración económica con el entorno de la Gran Bahía se complementarán con iniciativas intervencionistas más incisivas en otros planos, desde la educación a la seguridad.

 

Macarena Vidal Liy | Corresponsal de El País en China. @Macchinetta

En pocas palabras, se juega todo lo que le importa. Cómo maneje la situación tendrá un importante impacto en su imagen internacional, que como bien reconocía la jefa del gobierno autónomo, Carrie Lam, en la grabación divulgada esta semana por Reuters, le preocupa, y mucho, a Pekín. “Le ha llevado mucho tiempo a China edificar ese tipo de perfil internacional y tener voz” global. Lam ha venido a reconocer que, por tanto, la posibilidad de que el gobierno central actúe directa y violentamente, mediante un envío de tropas, no es algo que entre dentro de sus planes.

Pero tanto o más que su imagen internacional está en juego también, a ojos de Pekín, su seguridad nacional, su soberanía y el control de su territorio. Las protestas, que duran ya tres meses, amenazan con ensombrecer un momento clave: la celebración, el 1 de octubre, del 70 aniversario de la fundación de la República Popular. Un festejo por todo lo alto, incluido un desfile militar y civil, que el gobierno prepara en todo detalle desde hace meses y que no quiere que nada empañe bajo ninguna circunstancia. Desde luego, no las imágenes de manifestaciones multitudinarias de protesta en uno de sus territorios periféricos. Y menos aún, unas manifestaciones a las que acusa de tener por detrás a una “mano negra” extranjera.

También le importa la repercusión que las protestas puedan tener en Taiwán, la isla autogobernada que Pekín considera parte inalienable de su territorio y con la que aspira a unificarse en el futuro. Taiwán celebrará elecciones en enero y los acontecimientos en Hong Kong han convertido la relación con China en uno de los asuntos clave de la campaña electoral.

Y para Pekín también es clave la estabilidad a largo plazo de Hong Kong como plaza de negocios. El territorio autónomo actúa como puente financiero y empresarial entre la China continental y el resto del mundo, y sigue siendo fundamental para la economía china.

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