Mubarak Egipto
Los manifestantes ocupan la plaza Tahrir en El Cairo (Egipto) exigiendo la caída del régimen del presidente Hosni Mubarak, el 30 de enero de 2011. GETTY

Año 2011: el Nilo se tiñe de sangre

Una década después de la caída de Hosni Mubarak en Egipto, compartimos las notas tomadas por el diplomático Pedro Calvo-Sotelo en aquellas jornadas de tensión de 2011 en El Cairo.
Pedro Calvo-Sotelo
 |  11 de febrero de 2021

Lunes, 24 de enero. Informamos a Madrid sobre la confusión que rodea la manifestación de mañana, en cuanto a apoyos y rechazos: convocan los jóvenes del 6 de abril, pero no se suman ni los coptos ni los Hermanos Musulmanes, ni varios partidos de la oposición. Lo cierto es que, según la prensa independiente, se palpa un clima, si no pre insurreccional, sí reivindicativo, y no solo en El Cairo.

Miércoles, 26 de enero. Los manifestantes de ayer salieron de diversos puntos de El Cairo para concentrarse en la plaza de Tahrir, en número de 30.000, una magnitud hasta ahora desconocida. Allí fue mayor la actuación de la policía, que usó gases lacrimógenos y cañones de agua. La gente pedía más trabajo, mejores sueldos, la renuncia de Hosni Mubarak y la derogación de la ley del Estado de Emergencia, con referencias a la revolución tunecina.

Jueves, 27 de enero. Vuelo a Asuán, la ciudad más meridional del Alto Egipto, porque se inaugura una exposición en el Museo Nubio con financiación española. Tras el acto, se sirve una cena al aire libre. A medida que cae la noche, veo que los comensales consultan sin parar y con inquietud creciente los móviles. Pregunto qué ocurre y me dicen que la situación en las calles de El Cairo es grave. Algunos se marchan dejando el plato a medias.

Viernes, 28 de enero. Regreso en avión a El Cairo. Viene a recogerme el conductor copto en el Mercedes blindado para uso de las altas visitas oficiales. Cruzamos la ciudad por el escalextric, sobrevolando las zonas más afectadas: por encima de las plazas donde están los manifestantes, los coches ardiendo, atravesando columnas de gases lacrimógenos hasta llegar al puente de Zamalek, lleno de adoquines arrancados. Pero los manifestantes, con mascarillas o pañuelos, tranquilos, nos dejan pasar el Nilo. Ya en casa, compruebo que no funciona internet. Toda la noche oímos tiros.

Domingo, 30 de enero. La oleada de delincuencia ha generado una psicosis inédita y una respuesta vecinal de autodefensa en las calles: los vecinos se han organizado en partidas armados de palos, cuchillos y hachas, en grupos de una docena, vigilando las calles, imponiendo controles al escaso tráfico que desafía el toque de queda. La causa ha sido la desaparición de la policía de todos sus puestos, guardias, garitas y comisarías, en una retirada general, en el país entero. La calle ha quedado con una sensación de total vacío. Las noticias de robos, asaltos y saqueos a tiendas y viviendas, restablecida ya la telefonía móvil, han circulado inmediatamente, generando esa psicosis.

Así ha ocurrido en nuestro barrio de Zamalek donde están la cancillería, la residencia y donde vivimos todos los diplomáticos españoles: cada 50 metros, un retén vecinal. La colonia española nos hace llegar esas informaciones y su sensación de angustia, pues los rumores dicen que la situación puede empeorar esta noche. De hecho, gran parte de las empresas españolas están organizando el regreso de los familiares de sus directivos en vuelos contratados al efecto.

Jueves, 10 de febrero. Ayer aumentó la presión en las calles de bastantes ciudades egipcias: Suez, Mahalla, Ismailía. Aquí, la plaza de Tahrir se desbordó y los manifestantes rodearon la Asamblea del Pueblo (cámara baja) y se acercaron a la oficina del primer ministro, que tuvo que abandonarla. El ejército mantiene una actitud ambigua: se compromete a no reprimir a los manifestantes y dice liderar el camino a la transición, mientras deja que el gobierno asuste con el espantajo de un golpe de Estado.

Hablo con el agregado de defensa, Pepe Ojeda: “Me llegan rumores de que están entrando en El Cairo más tanques. Si se aproximan al palacio de Mubarak es probable que la guardia presidencial abra fuego”.

Me llama el empresario Juan T.: “Hay agitación en las fábricas. Los más reivindicativos son los de las subcontratas”.

Otra llamada telefónica, esta vez desde España, del viejo embajador Juan Durán-Loriga: “Llamo por solidaridad. Me vi en circunstancias parecidas, en Amman, cuando el Septiembre Negro, que a punto estuvo de provocar la tercera guerra mundial. Es fundamental pasar por experiencias como esta. Suerte y un abrazo”.

Por la tarde nos acercamos María y yo al club Gezira. La televisión y la radio emiten un comunicado de las fuerzas armadas. Pedimos a un matrimonio egipcio que nos lo traduzcan. No saben muy bien qué significa, pero están confusos y preocupados. De repente, la gente se marcha y se vacían los jardines y las terrazas del viejo club.

Tarde por la noche. Mubarak se dirige a la nación. Veo el mensaje con los garajistas de nuestro edificio, que algo me traducen: “Yo no soy el problema. Nunca abandonaré Egipto y aquí quiero morir y ser enterrado”. ¡Viva el Rais!, gritan los garajistas.

Viernes, 11 de febrero. Esta tarde, mientras tomamos unas cervezas en el jardín del hotel Marriott, de repente, todo el mundo alrededor salta de alegría. ¿Qué ocurre? Mubarak ha dimitido.

Entre una riada de personas, como si todos hubiéramos tenido el mismo pensamiento, vamos a la plaza de Tahrir, llena hasta la bandera, en un ambiente de fiesta, tras tanta sangre derramada. Nos encontramos con el embajador Fidel Sendagorta, al que acompaña uno de los geos venido de España.

Domingo, 13 de febrero. Los embajadores europeos han adelantado a hoy su reunión mensual. Según me cuenta luego Sendagorta, han abordado primero asuntos prácticos: cómo suavizar gradualmente las recomendaciones de viaje, facilitando así la recuperación de ese gran motor económico que es el turismo, hoy desaparecido; y cómo ir reincorporando a sus puestos al personal que salió de Egipto en los días negros. Por otra parte, según algunos jefes de misión, un deterioro grave y duradero de la vida egipcia podría ocasionar oleadas migratorias hacia las costas europeas. Respecto a alentar visitas, bastantes embajadores preferirían que la Alta Representante de la UE, Catherine Ashton, pospusiera su viaje a El Cairo, hasta ver si la situación se despeja y en qué sentido lo hace. Y si decidiera venir, opinan que debe reunirse con un espectro amplio de gentes de los movimientos de protesta, oposición tradicional, incluso con los Hermanos Musulmanes y personalidades como Mohamed el-Baradei o el secretario general de la Liga Árabe, Amr Musa, pero que no debe entrevistarse con Mohamed Hussein Tantawi, ministro de Defensa, para que no se interprete como un respaldo a la actuación de las fuerzas armadas. Discuten qué mensajes debe trasmitir si por fin viene. Las opiniones forman dos bandos: septentrionales, para quienes la UE debe condicionar el relanzamiento de las relaciones al cumplimiento de unos mínimos políticos y de derechos humanos, y, meridionales, quienes estiman –es la postura de Sendagorta, entre otros– que Ashton debe trasladar una solidaridad incondicional con el proceso que Egipto inaugura, mostrando respeto, confianza y apoyo. No puede venir la Alta Representante dando lecciones a unos jóvenes que se sienten únicos actores de la victoria, a costa de su sola sangre; no puede tomarse a los militares como meros golpistas cuando han intervenido en sintonía con los manifestantes para cambiar un régimen autoritario.

Vamos conociendo qué ocurrió en los momentos previos a la renuncia de Mubarak. Al parecer, la Junta Suprema de las fuerzas armadas había acordado con Mubarak su renuncia el mismo jueves 10, pero su discurso a la nación de ese mismo día fue oído con estupefacción por sus compañeros de armas, pues no anunció lo pactado. Por no provocar un conflicto, habían renunciado a supervisar previamente el texto de la alocución. Luego, la presión militar, pulsando sin duda la frustración de la plaza de Tahrir ante la continuidad de Mubarak, acabó forzando su dimisión.

Invito a almorzar al profesor egipcio BR, que me ha llamado alguna vez desde la misma plaza de Tahrir en los días sangrientos. Esto es lo que me cuenta: quienes inician las manifestaciones el 25 de enero son jóvenes de clase media-alta, muchos licenciados de la Universidad Americana de El Cairo o de la Universidad de El Cairo. Gentes que hablan inglés, que manejan las nuevas tecnologías. Luego, se han sumado jóvenes de condición más humilde. No hay un ápice de revolución socialista. Egipto debe edificar su renovado liderazgo regional y ante el mundo a partir del ejemplo dado por la sociedad egipcia estos días y con fundamento en una verdadera democracia. Nadie quiere cambiar la relación ni con Estados Unidos ni con Israel. Basta ver el último comunicado de las fuerzas armadas. Mubarak no puede permanecer en Egipto: nadie le quiere; ya no se trata solo de un asunto de gestión autoritaria, sino de corrupción y robo sin tasa. Se arriesga a que alguien de su guardia acabe con él. Su destino es como el del Sha de Persia: morir en el exilio. Otro tanto, su mujer e hijos. Mubarak ha sobrevivido gracias a dos mitos, ambos falsos: considerarse como imprescindible para la estabilidad de la región; sostener que los Hermanos Musulmanes, que son violentos, triunfarían si hubiera una verdadera libertad e impondrían un régimen teocrático. Omar Solimán ha gestionado torpemente la crisis. Al final dio pábulo a la pronta salida de Mubarak y la decepción del pueblo fue enorme al escuchar el último discurso del presidente reiterando que se quedaba. Esa decepción triplicó la asistencia a la plaza de Tahrir. Solimán está acabado. Las fuerzas armadas quieren establecer un triunvirato, presidido por el mariscal Tantawi, con dos civiles. Es probable que uno de los civiles sea Amr Musa, secretario general de la Liga Árabe. Quien venga de fuera (la Alta Representante Ashton) tiene que encontrarse con la sociedad civil, perentoriamente: “Necesitamos que se organicen seminarios y encuentros sobre cómo vivir la libertad, cómo hacer una prensa libre, cómo organizar unas elecciones limpias”.  El egipcio BR, me pregunta por la transición española y, en especial, por conocer cómo las Cortes franquistas votaron la ley para la reforma política.

11 de febrero de 2021. Me alegra evocar con genuina simpatía histórica –dada nuestra transición española lograda– estas efemérides de la transición egipcia maltrecha. Toda primavera quiere granar en un fruto. En el arbolado espinoso de las primaveras árabes, los jóvenes abonaron varios: el respeto de los derechos humanos, más y mejor democracia, el ejercicio pleno de las libertades, con el propósito de compartir luego la cosecha en la mesa común del Estado de Derecho. Según países, queda poco, bastante o mucho para que todos esos frutos entren en sazón. Es bien sabido que el compromiso político y de cooperación europeos con cualquier país crece cuanto más crecen y maduran esas aspiraciones universales.

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