AFKAR-IDEAS  >   NÚMERO 71

El presidente ruso Vladímir Putin y el presidente egipcio Abdel Fatah al Sisi en la segunda cumbre del Foro Económico y Humanitario Rusia-África. San Petersburgo, 28 de julio de 2023./ CONTRIBUTOR/GeTTY IMAGes

Al vaivén entre Moscú y Bruselas

La guerra de Gaza ha agrandado el foso que separa a Europa de los mundos árabe y africano, y ha dejado vía libre a Rusia para propagar su mensaje y adquirir un lugar prominente.
Youssef Cherif
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Las primeras víctimas de la guerra de Gaza son los civiles. Pero las segundas son las relaciones de Europa con el vecindario sur, y de eso rusos y chinos se dan cuenta. Y si Pekín, ya presente en África, es un jugador que apuesta a largo plazo y que sitúa muy pocos peones en el mapa de Oriente Medio, es Moscú quien hoy parece llevarse el bote. Mientras miles de civiles han caído y siguen cayendo en Gaza, los países miembros de la Unión Europea (UE) se muestran prudentes cuando se trata de los palestinos, pero generalmente sesgados en lo referido a Israel. Rusia, sin embargo, finge ser amigo de árabes y africanos, el heredero de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), el socio benevolente y la víctima oprimida que se subleva; y le prestan atención.

La historia puede explicar este giro. Entre una URSS a menudo aliada de los movimientos independentistas en la primera mitad del siglo XX, una ayuda inestimable para los regímenes panárabes y panafricanos en la segunda mitad de ese mismo siglo, una Rusia en declive pero nunca demasiado lejos (sobre todo bajo la batuta de Yevgeny Primakov) a finales de los años noventa, una Rusia putinista que pretende ser orgullosa y cercana en los años 2000 (principalmente tras la guerra de Irak) y una Rusia imperial y guerrera en los años 2010, los árabes han visto más a un aliado que a un enemigo.

Pero no solo eso. También están las acciones –y las inacciones– europeas. Está la precipitación de acontecimientos de los últimos años. Están el perfeccionamiento ruso de las herramientas de comunicación y la derrota de los europeos en este plano, por lo menos frente a árabes y africanos. Este artículo compara las reacciones árabes a las guerras de Ucrania y Gaza, y las reacciones rusas y europeas a ambos conflictos. Asimismo, aborda la expansión europea al Este y el cierre de las fronteras del Sur y concluye con una síntesis de las relaciones entre esos tres polos.

 

La guerra en Ucrania vista desde el sur

Cuando se desató, la guerra de Ucrania parecía alejada del mundo árabe-africano. No obstante, al llegar el verano de 2022, una crisis de seguridad alimentaria, sumada a una crisis económica, asfixia a los Estados de la Liga Árabe (salvo los países del Golfo y Argelia) y a los de la Unión Africana. Ahí es cuando los europeos, seguros de su preponderancia en los vecinos del Sur —una conclusión lógica a la luz de los intercambios comerciales y migratorios—, se enfrentan a una primera sorpresa. Mientras en las primeras semanas de la invasión rusa despliegan una ayuda considerable para paliar la crisis, incluyendo envíos de cereales, se dan cuenta de que la mayoría de las poblaciones afroárabes apoyan a Rusia, opinión que comparte la intelectualidad.

La segunda sorpresa llega cuando Rusia suspende, en julio de 2023, el acuerdo sobre las exportaciones de cereales ucranianos, firmado un año antes. Ese acuerdo, que garantizaba la circulación de los navíos ucranianos que transportaban grano, beneficiaba esencialmente a los países árabes y africanos. Así es cómo se reanudó la crisis alimentaria. Los responsables europeos se apresuraron a condenar a Rusia, a lo que sus medios de comunicación se sumaron. Esperaban una revuelta generalizada contra Rusia en la región meridional. Sin embargo, para disgusto de Bruselas y de sus capitales, las opiniones públicas árabes y africanas no cambiaron de rumbo. Siguieron siendo favorables a Rusia, al igual que sus regímenes, siempre más críticos con la UE.

Las cinco razones del apoyo afroárabe a Rusia —el antiimperialismo aún vivo en el antiguo mundo colonizado; la percepción del doble discurso de los occidentales en cuanto a Palestina y las dictaduras; el otro doble discurso, el de los dirigentes, que por un lado aceptan la ayuda europea y por otro rechazan las presiones europeas; la propaganda rusa y la supremacía de la comunicación estratégica, y la lejanía de Ucrania de las preocupaciones afroárabes— se mencionaron en afkar/ ideas 65 (Primavera de 2022). Estas razones deben situarse en el contexto del ascenso de las derechas en el mundo —derechas que denigran el proyecto liberal occidental y socavan la política exterior occidental desde el interior— y del sentimiento antioccidental en África acentuado por la crisis del Covid, de la ola antifrancesa en el Sahel y, por extensión, antioccidental y en el mundo árabe. No obstante, la gota que colma el vaso es la postura occidental durante la guerra de Gaza.

 

El mundo árabe y la Guerra de Gaza

Desde que estalló el conflicto, el 7 de octubre de 2023, el mundo árabe está en ebullición. Ya sea en Marruecos que tiene relaciones privilegiadas con Israel, o en Egipto que custodia el flanco sur de Israel, o en Líbano e Irak, países utilizados por Irán en su guerra por delegación contra el Estado hebreo, las manifestaciones no han cesado. El diluvio de fuego derramado por Israel para vengar sus más de 1 200 muertos y las miles de víctimas palestinas que hubo luego han tenido eco en todo el sur del Mediterráneo. El que los medios de comunicación hayan transmitido esta contienda minuto a minuto, a veces exagerando los hechos, ha añadido un sentimiento de injusticia. Y, a diferencia de episodios precedentes de los conflictos que enfrentan a Israel o a Occidente con fuerzas árabes, la guerra actual está totalmente cubierta por las redes sociales, con sus dosis de información errónea y desinformación.

Los regímenes árabes, aunque desconfíen de Hamás y a menudo sean tan brutales como Israel con sus propias poblaciones, no han tenido salida. En la situación actual, y con una población joven impulsada por las revoluciones árabes de 2011 y ya furiosa por la crisis económica y la falta de participación política, han tenido que mostrarse más duros con Israel y menos conciliadores con sus aliados occidentales. Así, por ejemplo, el régimen egipcio no deja de filtrar información según la cual Abdelfatah al Sisi estaría enfrentado con el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, o que su ejército estaría en estado de alerta, para conservar su legitimidad con la población. Por su parte, el rey de a Jordania participa personalmente en las operaciones humanitarias, etcétera.

 

«Rusia parece ser el aliado –imaginario– ideal; el oportunismo político de Putin, que le ha llevado a Siria, Libia, África Central y el Sahel, sigue haciéndole ganar puntos»

 

Además, esos regímenes se hallan ante una administración estadounidense menos enfocada en su región que la Administración Bush y los neoconservadores de los años 2000, así como una Unión Europea (UE) sin duda más estructurada, pero con unos gobiernos más debilitados que podrían desaparecer en cuanto se celebren elecciones. Y luego, sobre todo, navegan en un mundo más multipolar que el de hace dos décadas. China se impone como superpotencia, Rusia es más beligerante, los BRICS se expanden; los regímenes árabes forman parte del Sur Global, y ese Sur está bien encaminado. Se permiten, por consiguiente, criticar, rechazar y tomar la iniciativa, sin miedo a grandes sanciones.

Y tampoco es que sus aliados occidentales les pongan las cosas fáciles; no pasa un solo mes sin que un alto responsable de Washington anuncie que a la normalización con Israel le aguarda un futuro luminoso, o que a los Estados árabes les complacería la desaparición de Hamás, o que hay negociaciones en curso para la seguridad de Israel el día de mañana. Los regímenes árabes se encuentran pues presionados por la población, maltratados por sus aliados tradicionales y pretendidos por las potencias ascendentes que les prometen una relación sana y equilibrada.

 

África y la guerra de Gaza

Con los regímenes del África subsahariana, los planteamientos son otros. Gaza está menos presente entre sus poblaciones y se han celebrado pocas manifestaciones en sus calles o ante las embajadas israelíes. Para empezar, las relaciones entre Oriente Medio y el África subsahariana son limitadas, para bien y para mal; hay pocos medios de comunicación arabófonos —tradicionales o nuevos— destinados a las poblaciones subsaharianas. Y luego están los problemas políticos, económicos y de seguridad de esos países, que preocupan más a su ciudadanía que las grandes causas exteriores de liberación. Además, en algunas regiones, siglos de esclavitud árabe vuelven a los árabes casi igual de opresores y alejados que los Estados occidentales en la memoria colectiva. El racismo antinegro sin complejos, que en los últimos años se ha hecho patente en Líbano, los países del Golfo y el Magreb, no ha hecho sino acentuar esos sentimientos. Y aunque árabes y africanos se entremezclaran en las luchas anticoloniales de mediados del siglo XX y la revuelta contra el apartheid tuviese apoyos en países como Argelia, Libia o Palestina, hoy ese recuerdo se ha desvanecido.

Sin embargo, es Sudáfrica quien ha llevado la disputa contra Israel al Tribunal Internacional de Justicia, apoyada desde el principio por Namibia, adelantándose a los países árabes. Los dirigentes de estos dos países han dirigido palabras de advertencia a Israel y al bloque occidental, lo que les ha valido críticas contundentes estadounidenses y europeas. Namibia ha despertado incluso agravios antialemanes, referentes a una historia colonial de hace más de un siglo. Hay quien ha atribuido este activismo a la solidaridad tercermundista –o del Sur globalista– y las heridas históricas, pero no debe olvidarse el contexto actual. Sudáfrica quiere asumir el liderazgo africano en el seno de los BRICS, y la guerra de Gaza ha sido el momento ideal para demostrar su potencial. Namibia, dependiente de Sudáfrica y cercana a China, se ha sumado. Y cuando un viento antioccidental recorre toda África, esta postura a favor de Palestina, o contra Estados Unidos y la UE —sobre todo Alemania en el caso de Namibia—, es comprensible, porque sigue las dinámicas del momento y refuerza la legitimidad de los gobiernos. Así, la postura africana recuerda a la de Brasil y determinados países de Latinoamérica, y se acerca a la de Rusia y de algún modo a la de la China.

 

¿Y Rusia?

En realidad, Rusia hace muy poco por Gaza. Al igual que por los afectados africanos y árabes en la guerra de Ucrania, Rusia critica, manda trabajar a sus redes mediáticas y sociales, pero envía poca ayuda. Las relaciones con Israel siguen con normalidad. No obstante, y a diferencia de los Estados occidentales, Rusia mantiene buenas relaciones con Irán y las facciones palestinas. Una delegación de Hamás se desplazó a Moscú en octubre de 2023, siendo el único país que los ha recibido, aparte de Egipto y los del “eje de la resistencia”. Además, Rusia ha peleado por la expansión de los BRICS en el mundo árabe, lo que favorece a sus amigos Egipto, Emiratos Árabes Unidos y Arabia Saudí. La imagen que se erige es la de una Rusia posicionándose al lado de los árabes, mientras Occidente los deshumaniza e ignora.

En paralelo, los instrumentos de comunicación estratégica de Rusia potencian esa imagen con respecto al mundo árabe, con la cadena de televisión RT Arabic como figura destacada. Ese canal de información ruso en lengua árabe cuenta cada vez con más espectadores y, a raíz de la guerra de Gaza, ha desplegado muchos periodistas en el terreno, periodistas palestinos que comparten sus tristezas con el público. Eso los asemeja más a los periodistas de Al Yazira o de Al Mayadeen, muy expresivos y que no ocultan sus opiniones, que a los de France 24 Arabic o BBC Arabic, más reservados. Para el ciudadano árabe común, la información que le llega de Moscú se vuelve más conmovedora que la que recibe de París o Londres. Semanas después del 7 de octubre, RT Arabic llegó a lanzar una campaña publicitaria de envergadura en todo el mundo árabe: “Intentan callarnos. Usted busca la verdad. Nos vemos en RT Arabic”. Así, dado el respaldo ciego de Occidente a Israel, Rusia aparece como el aliado –imaginario– ideal; el oportunismo político de Vladímir Putin, que le ha llevado a Siria, Libia, África central y el Sahel, sigue haciéndole ganar puntos.

 

«Mientras las dictaduras se consolidan en la orilla sur, sopla un viento antieuropeo cada vez más poderoso y la crisis humanitaria se hace más acuciante, la UE parece abandonar esta región tan próxima a ella durante miles de años»

 

¿Y Europa?

Vista desde la orilla sur del Mediterráneo, Europa parece alejarse cada vez más. En primer lugar, está el apoyo a Israel en su campaña de Gaza; por mucho que el Alto Representante de la Unión Europea, Josep Borrell, multiplique sus declaraciones críticas contra Israel, que el gobierno español tome medidas que para algunos son propalestinas y que varios organismos y partidos europeos no oculten su cólera contra el Estado hebreo, lo que permanece en la psique afroárabe son los comentarios de los dirigentes alemanes o franceses y las acciones de sus fuerzas del orden contra los manifestantes propalestinos, así como las lágrimas derramadas por Israel, sin ninguna por Gaza.

Está, por otro lado, la apertura de negociaciones de adhesión a la UE con Ucrania y Moldavia, en septiembre de 2023. Este episodio llega en paralelo a una serie de medidas destinadas al Este, como la ayuda considerable desplegada en los países balcánicos para la constitución de Estados de derecho o la inclusión de Bulgaria y Rumanía en el espacio Schengen. Esta apertura al Este va acompañada de un cierre en el Sur, donde la sola oferta comparable es la comandada por Italia, Países Bajos y la Comisión Europea, con el fin de limitar los flujos migratorios y, según sus detractores, erigir un muro al sur de la Fortaleza Europa. La simbología es notable: nos abrimos al Este y nos cerramos al Sur.

En el mundo afroárabe, poco se habla de la expansión al Este; es el cierre redoblado de las fronteras del Norte lo que ha llamado la atención. Y, en este sentido, no solo se queja la ciudadanía de a pie, sino también las élites, que no consiguen obtener visados ni enviar a sus hijos a estudiar a Europa, cuando ellos mismos estudiaron y a veces incluso hicieron carrera en el Viejo Continente o en organismos europeos. Mientras las dictaduras se consolidan en la orilla sur, se levanta un viento antieuropeo cada vez mayor y la crisis humanitaria (económica, climática, etc.) se hace más apremiante, la UE parece levantar los brazos y abandonar esa zona que durante milenios le ha sido tan cercana. Regímenes y poblaciones, del más corriente de los ciudadanos al más elitista, se ven rechazados por la UE y buscan sustituto.

 

Conclusión

Las relaciones entre el mundo árabe, África y la UE no siempre han sido fáciles. De entrada, fue el colonialismo, luego el neocolonialismo o las relaciones de dependencia. Si la guerra fría trastocó los mapas, lo que vino después no mejoró la situación. Durante esos años, los europeos acusaron a los regímenes árabes y africanos de no tener una política europea clara y de oprimir a sus poblaciones sin presentar alternativa de poder. El ascenso del radicalismo panarabista y más tarde islamista, así como la llegada masiva de migrantes árabes y subsaharianos, ha sacado a la luz las multitudes de derechas en Europa. Y ha llevado a una desconfianza mayor con respecto a los vecinos del Sur, con una mezcla de temor legítimo y de racismo inconsciente. Y si hubo una euforia europea por la democratización africana de los años noventa y 2000, junto con las revoluciones árabes de 2011, enseguida se desdibujó, dejando sitio a una fobia creciente hacia los migrantes hambrientos y violentos.

Por parte árabe y africana, en los años noventa se consideró que la Comunidad Europea aprovechaba la caída de la URSS para impulsar relaciones económicas en su beneficio, carcomer la soberanía de sus vecinos debilitados y –según los árabes– forzar una normalización inmediata con Israel. Durante los años 2000, sobre todo en el mundo árabe, los europeos, aliados de los estadounidenses, fueron cuestionados por la guerra de Irak, la violencia en Palestina y el aumento del terrorismo islamista, con o sin razón. Posteriormente, tras el 2011, la UE igual era tratada de ingenua por haber favorecido a los jóvenes y a los islamistas que de cómplice en la destrucción de los Estados árabes.

A ello hay que añadir la sensación de injusticia frente al Covid, cuando Europa, más avanzada científicamente y en infraestructuras, pudo superarlo y reconstruirse rápidamente, mientras que los países del Sur naufragaron, aunque Europa brindara su ayuda una vez pudo gestionar su propia crisis. También está la frialdad europea con los vecinos del Sur cuando los problemas políticos y climáticos los han asolado, traducida en la imposición de barreras contra los migrantes —y los viajeros en general— y el fomento de securócratas de alto rango frente a políticos amateurs. Entonces, cuando Rusia invadió Ucrania y acusó a la UE y Estados Unidos de ser los causantes esa guerra, en el mundo afroárabe había un terreno propicio a la adopción de esa teoría. La guerra de Gaza, con el respaldo incondicional de los occidentales a Israel, no es más que la última fuente de divisiones, pero no menores.

Esta acumulación de crisis y de malentendidos es lo que nos conduce al resultado actual: un mundo afroárabe que se separa de la UE, que observa a Rusia con devoción y que no espera más que ser recogido por una China que despierta.