Autor: Will Grant
Editorial: Apollo
Fecha: 2021
Páginas: 507
Lugar: Londres

América Latina, paraíso populista

El corresponsal de la BBC en Cuba, Venezuela y México Will Grant aborda el último gran capítulo de la historia del nacional-populismo latinoamericano, el de la ‘marea rosa’ del ‘socialismo del siglo XXI’, con firme pulso narrativo y visión caleidoscópica.
Luis Esteban G. Manrique
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“Las clases medias y altas odian el populismo porque eso implica repartir. Pero los que venimos de abajo decimos ‘¡Viva el populismo!’. Cada dólar que le demos al pueblo es un dólar que no le daremos al FMI. No hay otra forma de revolución que esa”.
Hugo Chávez, presidente de Venezuela entre 1999 y 2013

 

En 1924, cuando estuvo asignado en Tampico (Tamaulipas), un joven oficial de caballería, Lázaro Cárdenas del Río, notó que en los campamentos petroleros de la zona los ingenieros y trabajadores provenientes de Estados Unidos y de diversos países europeos, británicos y holandeses sobre todo, vivían en enclaves separados y dotados de todo tipo de comodidades. Los mexicanos, en cambio, vivían en barracas sin agua corriente. Cárdenas nunca olvidó lo que vio en Tampico. El 18 de marzo de 1938, cuando ya como presidente de México nacionalizó el petróleo, preguntó: “¿En cuántos de los pueblos y aldeas que bordean los campos petroleros hay hospitales, escuelas, centros sociales, campos deportivos, plantas eléctricas…?”.

Jean Paul Getty, uno de los primeros magnates petroleros en sumar una fortuna de 1.000 millones de dólares, le contestó: “Puede que los humildes hereden la tierra, pero no los minerales del subsuelo”. Pero aunque el boicot de la Royal Dutch Shell y la Standard Oil a México duró años, Cárdenas no dio su brazo a torcer. Cientos de miles de mexicanos marcharon al Palacio Nacional para contribuir –con joyas, monedas, muebles, gallinas…– a que el “Tata Lázaro” pudiera compensar a las petroleras expropiadas.

Mestizo de ascendencia tarasca y zapoteca, Cárdenas creó un ministerio de Asuntos Indígenas. En su Biografía del poder (1993), Enrique Krauze recuerda que durante su mandato, no dejó de visitar sus pueblos, donde tomaba nota de sus necesidades y, sobre todo, escuchaba. En La Utopía desarmada (1995), Jorge Castañeda señala que en un país donde la conciencia y la identidad nacionales eran aun incipientes, la recuperación del patrimonio nacional tocó una fibra profunda en una población “por lo general apática, apolítica y excluida”.

 

La edad de oro

Los años treinta fueron la edad dorada del nacional-populismo latinoamericano: Brasil experimentó con el Estado Novo de Getulio Vargas y en Argentina, la junta militar que derrocó a Hipólito Yrigoyen en 1930 acabó con más de siete décadas de libre comercio y laissez faire, en el preámbulo del primer peronismo.

Pese a esa larga historia, cuyos ecos aún reverberan, hay pocos fenómenos políticos más difíciles de definir. El nacional-populismo incorporó a las masas a la vida política, pero a través de canales antidemocráticos, y fue ideológico sin ideologías precisas. El populismo es, en ese sentido, el arte de la contradicción. De hecho, su carácter ambiguo fue una de las claves de su éxito. En Brasil se decía que Vargas era “el padre de los pobres… y la madre de los ricos”, debido a las inmensas fortunas que se crearon a su sombra. “¿Derechas? ¿Izquierdas? Yo gobierno con las dos manos”, se burló Juan Domingo Perón en una ocasión cuando le preguntaron por su ideología.

Loris Zanatta, historiador de América Latina de la Universidad de Bolonia, cree que la mejor definición quizá sea la más minimalista: el populismo como nostalgia de la unanimidad absolutista, de ahí su tendencia a borrar los límites entre política y religión. Un uso indiscriminado del término, sin embargo, corre el riesgo de difuminar señas de identidad distintivas como las que determinan la historia y configuración étnica de cada país, algo muy importante en una región donde clase y color de piel suelen coincidir.

 

«El ‘pueblo’ de los populistas no es el constitucional: es histórico y moral, custodio exclusivo de una identidad y, por ello, único pueblo legítimo y dueño de la nación»

 

Si un rasgo caracteriza al líder populista es que su interlocutor directo es “el pueblo”, con el que se integra en una comunidad de fe. El colombiano Eliezer Gaitán lo explicitó sin rodeos: “Yo no soy un hombre, yo soy un pueblo”, una frase que Hugo Chávez repitió en numerosas ocasiones. Es explicable: si yo soy el pueblo y el pueblo soy yo, tienes que votar por mí porque yo soy tú.

En Raízes do Brasil (1936), Sérgio Buarque de Holanda escribió que los brasileños están siempre esperando un salvador. Y que cuando creen haberlo encontrado, le otorgan plenos poderes, lo que explica que para algunos, los líderes populistas sean demagogos, y para otros, santos populares. El “pueblo” de los populistas, según Zanatta, no es el constitucional: es histórico y moral, custodio exclusivo de una identidad y, por ello, único pueblo legítimo y dueño de la nación.

En los años setenta, desde la CEPAL, Fernando Henrique Cardoso y Enzo Faletto sostuvieron que el nacional-populismo impulsó la modernización de la economía y de la sociedad a partir de un discurso nacionalista, haciendo visible –y sensible– al Estado. Los colores corporativos de Petrobras, creada por Vargas en 1953, son los auriverdes de la bandera brasileña. Así, el nacionalismo económico se tradujo en el desarrollo del mercado interno y sustitución de las importaciones. Según la socióloga argentina Moira McKinnon, “nos guste o no” la región llegó a la modernidad de la mano de los populistas porque su rostro autoritario tuvo también otro democrático.

 

¡Populista!

En su último libro, Will Grant, veterano corresponsal de la BBC en Cuba, Venezuela y México y que ha visitado asiduamente casi todos los demás países en la región, ha abordado el segundo gran capítulo de esa historia: el de la marea rosa del “socialismo del siglo XXI”, eligiendo para ello algunas de sus figuras más representativas: Chávez, Rafael Correa, Lula da Silva, Evo Morales, Daniel Ortega y, con alguna incongruencia, Fidel Castro.

Grant traza sus semblanzas con un firme pulso narrativo que subraya cómo cada contexto nacional dio forma a sus personales proyectos políticos, lo que explican, entre otras cosas, el éxito económico del gobierno de Morales, que entre 2006 y 2019 triplicó el PIB boliviano, y el desastre de la Venezuela chavista, responsable, según Grant, del mayor saqueo de recursos naturales y fondos públicos de la historia latinoamericana moderna.

Grant dice que los signos de exclamación del título podrían perfectamente sustituirse por interrogantes. Los muchos años que ha pasado recorriendo barrios, fábricas y cancillerías dan al texto una valiosa visión caleidoscópica de la región. Aunque la lista es incompleta –con la notoria ausencia de Néstor Kirchner y Cristina Fernández– y escorada a la izquierda, tiene lógica y, sobre todo, corrobora la tesis de Zanatta de que América Latina es un “paraíso populista”. Y un laboratorio político.

La inclusión de Castro tiene una explicación. Grant cree que sin él, indiscutido pater familias de la izquierda radical latinoamericana, ninguno de los otros habría existido. La Habana era La Meca a la que peregrinaban en búsqueda del Grial del poder perpetuo. Ortega y Nicolás Maduro terminaron acribillando a sus opositores en las calles. Cuando un líder político se convence de que encarna la voluntad popular, ya no tiene límites.

 

Flujos y reflujos

Aunque la marea rosa retrocedió tras la muerte de Chávez y las victorias de Mauricio Macri en Argentina y de Jair Bolsonaro en Brasil, como las mareas naturales el fenómeno tiene fases cíclicas de flujo y reflujo. Un rebote populista suele seguir a cada era liberal o conservadora.

La ola sufrió una nueva resaca con la elección de Guillermo Lasso en Ecuador. Pero la marea rosa 2.0 comenzó con la elección de Alberto Fernández en Argentina, Andrés Manuel López Obrador en México y Luis Arce en Bolivia. Ahora podría llegar a Chile y Colombia si en las próximas elecciones ganan Daniel Jadue y Gustavo Petro, que encabezan las encuestas sobre intención de voto.

Si el populismo está en el código genético latinoamericano es explicable que sea insensible a la tragedia venezolana, la decadencia argentina, el totalitarismo cubano o el sultanismo nicaragüense. Sin embargo, es aventurado asegurar que los nuevos líderes populistas vayan a seguir los pasos de sus antecesores. Tanto el peruano Pedro Castillo como Petro y Jadue han deslindado con los regímenes de Maduro y Ortega. La pandemia ha dejado claro que solo el Estado puede asegurar servicios públicos como el de las vacunaciones masivas gratuitas, desacreditando la teoría neoliberal del Estado mínimo. Tampoco van a contar con un boom de las materias primas como el que permitió el dispendio de Chávez, Kirchner y Correa. Ante la escasez, de poco sirven las recompensas “morales” y la retórica maniquea.

 

Jerarquías raciales

En una de sus observaciones más perspicaces, Grant muestra cómo las discriminaciones raciales sirven a líderes populistas como Chávez o Morales para echar sal a las heridas sociales y explotar políticamente las desigualdades. En No soy tu cholo (2017), Marco Avilés escribe que en Perú ser “cholo” (mestizo) tiene que ver “con tu piel, con tu historia, con tu origen, pero también con el papel que asumes y el lugar que los demás te dan”.

Lo negro y lo indígena están asociados a una baja condición social, atraso y pobreza, mientras que lo blanco lo está a la riqueza y la modernidad. Las jerarquías racializadas impregnan el orden social y se correlacionan con las desigualdades, base de los estereotipos raciales. En las favelas brasileñas, las villas miseria argentinas o las callampas chilenas suelen predominar los tonos oscuros de piel, lo que desmiente que las desigualdades sean una mera cuestión de clase y no de discriminación racial, que ya en los años setenta la Unesco consideró estructural.

Siempre es difícil deshacerse de desventajas legadas por siglos de marginación. Pero los tiempos cambian. No existen sociedades estáticas. Desde la década de los noventa, varios países han hecho reformas legislativas que afirman el carácter multicultural y pluriétnico de sus naciones gracias al activismo de los pueblos nativos y afrodescendientes, que han sido revitalizados por movimientos globales como Black Lives Matter.

En Colombia, en 2016 el gobierno apoyó la campaña “Ponga la cara al racismo”, en el marco de una iniciativa de la ONU. La próxima convención constituyente chilena, que entre sus 155 escaños tiene reservados 17 para 10 pueblos originarios, muy probablemente reconocerá que Chile, una república históricamente unitaria y centralista, es, en esencia, tan plurinacional como Bolivia.