Autor: Stephanie L. Mudge
Editorial: Harvard University Press
Fecha: 2018
Páginas: 524
Lugar: Massachusetts

Socialdemocracia(s)

Jorge Tamames
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Hace unos meses se produjo un intercambio confuso pero revelador. En una tertulia televisada, el politólogo Pablo Simón estaba describiendo los partidos españoles según su pertenencia a familias ideológicas: el PSOE sería “socialdemócrata” y Unidas Podemos “poscomunista”. El periodista Fernando Berlín objetó que tal vez no exista en España una izquierda comunista, sino que Podemos ocupa el espacio de la socialdemocracia y el PSOE adopta una postura liberal. A partir de ahí cada uno se reafirmó en su posición: Simón insistiendo en que la denominación del PSOE es socialdemócrata, Berlín en que Podemos se comporta de manera más afín a estos postulados.

Lo que muestra el malentendido, en primer lugar, es un problema semántico. En el debate público es habitual criticar la laxitud con que se emplean determinados conceptos –“neoliberalismo” y “populismo”, sin ir más lejos–. El término “socialdemocracia” no suele formar parte de esta lista, pero es uno de los más maleables: lo han reclamado para sí políticos tan dispares como Albert Rivera y Pablo Iglesias. Ocurre además que el terreno que ocupa el centro-izquierda es fluctuante: de los movimientos obreros y de masas de principios de siglo hemos desembocado en la izquierda socio-liberal y “brahmánica”, cada vez más dependiente del voto de clases medias asalariadas y educadas que de trabajadores industriales o precarios.

En Leftism Reinvented, Stephanie L. Mudge, socióloga y profesora en la Universidad de California, Davis, aborda esta cuestión mediante un estudio comparado de cuatro partidos de centro-izquierda occidentales. Se trata del Partido Demócrata en Estados Unidos, el laborismo británico, la socialdemocracia alemana (SPD) y el Partido Socialdemócrata Sueco (SAP). A la contra de la mayoría de estudios en ciencias políticas, que examinan la competición partidista como quien observa un mercado (los votantes generan “demanda”, los políticos suministran “oferta”), Mudge entiende los partidos como prismas: instituciones que absorben los debates o tensiones en una sociedad y los reflejan atendiendo a criterios ideológicos. Este enfoque de “refracción” presta atención a la capacidad de los partidos para construir infraestructura cultural, interactuar con otros agentes sociales y, sobre todo, producir conocimiento y capacidad de gestión económica. El libro examina el papel de las redes profesionales en la creación de aquello que Antonio Gramsci denominó intelectuales orgánicos. Mudge reconceptualiza esta figura como la de un experto con capacidad de intermediación entre diferentes actores sociales: academia, sindicatos, partidos, empresas, medios de comunicación e instituciones financieras.

 

El viaje a alguna parte

Siguiendo este aproximación, Leftism Reinvented divide la historia del centro-izquierda en tres periodos: el socialista, de finales del siglo XIX hasta el periodo de entreguerras; el keynesiano, que termina en los años 80 y cuyo apogeo son los “treinta gloriosos” de la posguerra; y el neoliberal, que se extiende hasta nuestros días pero hoy se encuentra cuestionado. La tentación ante este esquema es suponer que la socialdemocracia no ha hecho más que traicionar sus ideales y moderarse. Valga el caso del SPD: de ser el partido socialista más poderoso a votar los créditos de guerra (1914), renunciar al marxismo en Bad Godesberg (1959), abrazar la tercera vía en 2005 (el ‘Neue Mitte’ y las reformas Hartz) y, finalmente, convertirse en un socio de coalición cada vez más irrelevante del centro-derecha.

Mudge presenta un recorrido más enriquecedor. Los teóricos de partido socialistas, formados como agitadores y periodistas antes que como académicos, combinaban una retórica y estilo contestatarios con un pensamiento económico victoriano. Cuando llegaban al poder terminaban aplicando las mismas políticas económicas que sus rivales, ciñéndose a la austeridad y la defensa a ultranza del patrón oro.

La crisis del liberalismo de entreguerras generó lo que Mudge denomina un “momento Polanyi” en el interior de los partidos socialistas. Una nueva generación de economistas heterodoxos –principalmente keynesianos–, a los que la vieja guardia socialista se opuso, terminó haciéndose con las riendas de los partidos de centro-izquierda. Surge así la figura del teórico económico: un académico reconocido, con fuertes vínculos universitarios y partidistas, que proporciona al centro-izquierda herramientas para reconciliar pleno empleo, la construcción de Estados del bienestar y la estabilidad macroeconómica. Le guía una ética keynesiana: aceptar el capitalismo, pero subordinarlo a un modelo de gobernanza útil para el centro-izquierda. Lejos de ser un representante de la ortodoxia, la figura del economista profesional fue en su origen clave para los partidos de centro-izquierda, gracias a su capacidad de intermediar entre académicos, políticos y sindicatos.

Esta puerta giratoria comienza a cuestionarse en los años 70, cuando la estanflación socava la coherencia intelectual del keynesianismo. En Reino Unido y EEUU la contraofensiva neoliberal genera un nuevo terreno de debate. Emergen los think tanks –casi todos derechistas– y la escuela monetaria, aupados por una prensa afín y sectores empresariales que se sienten amenazados con la movilización trabajadora que caracteriza la década.

En este contexto se produce la tercera reinvención de la izquierda. Si la socialista produjo al teórico de partido y la keynesiana al económico, la neoliberal cuenta con una tríada de referentes. En primer lugar, el economista trasnacional ligado a las finanzas (TFE por sus siglas en inglés). Siguiendo una ética neoliberal, el TFE considera que su misión es expresar la voluntad de los mercados internacionales y garantizar que su partido las acata. Como esta agenda no es popular entre los votantes del centro-izquierda, surgen otras dos figuras encargadas de gestionar contradicciones: el experto en políticas públicas (un tecnócrata o policy wonk) y el estratega político (el especialista en “relatos” o spin doctor). Lo que no parece es que la tercera vía y los ejercicios de malabarismo produzcan réditos electorales a largo plazo.

Mudge introduce matices en la narrativa estándar de la izquierda sobre este periodo. En primer lugar, la transformación económica no fue obra exclusiva de Ronald Reagan y Margaret Thatcher. En Suecia y hasta cierto punto Alemania (donde el keynesianismo nunca desplazó plenamente a la doctrina ordoliberal), el SAP y SPD tomaron la iniciativa virando hacia los mercados. Los neoliberales ingleses y estadounidenses triunfaron tras marginar a sus principales rivales: la izquierda dentro de sus propios partidos. En segundo lugar, el nuevo paradigma económico no consiste en un repliegue de los Estados para dar vía libre al mercado, sino en una reconfiguración de los primeros, que dejan de centrarse en las necesidades de la economía doméstica para contentar las de los mercados internacionales.

Algo se mueve entre los posibles herederos de la socialdemocracia, tanto en la izquierda como en el centro. Recobrar el sentido de esta tradición implica rechazar su tercera reinvención. Hacerla genuinamente valiosa requerirá combinar el ethos transformador de la primera con la praxis firme y segura de la segunda. A la espera de esta cuarta reinvención, Mudge proporciona una reflexión inteligente, original e imprescindible.