POLÍTICA EXTERIOR  >   NÚMERO 133

Carta de América: Año dos para Obama

Jaime Ojeda
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El fin del año se ha visto turbado por el clima de incertidumbre y confusión ideológica de este periodo de transición. La recesión económica y la crisis financiera, el paro laboral y empresarial desconciertan a una nación sumida en el delirio de consumo de los últimos años. No está claro que las sumas astronómicas empleadas hayan sido suficientes para contrarrestar el desastre financiero, ni justas para los sectores económicos y sociales más afectados por sus consecuencias. La nación es cada vez más consciente del problema que supone la monumental deuda pública para su futuro.

Es cada vez más confuso el debate sobre el calentamiento de la atmósfera, las fuentes energéticas alternativas y el desastre ecológico mundial. Es incomprensible el terrorismo islámico. Preocupa el creciente poderío de China y la impotencia ante otros problemas mundiales como Somalia y Darfur. Angustian las cotidianas víctimas en Irak y Afganistán, y el inusitado gasto, después de más de ocho años de guerra. La euforia de la caída del comunismo se ha trocado en una creciente desazón sobre el significado y el futuro de Estados Unidos como sociedad y como nación. No queda enemigo que polarice su reacción: al contrario, se dispersa ante el confuso caleidoscopio de cuestiones que vislumbra en torno suyo.

En esta tesitura, el populismo de Sarah Palin deslumbra por su rabioso candor y sus alegres embustes. Cuanto más cunde la desorientación de los que no saben cómo enfocar esta situación, más arrastra la irracionalidad ingenua de sus arrebatos. Por el contrario, Barack Obama ha entonado en Oslo el 10 de diciembre, en su discurso de recepción del premio Nobel de la Paz, una oración que ha iluminado brillantemente el credo político y moral de la nación. En un tono sombrío y a la vez espiritual, defendió el papel que EE UU…

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