La grave crisis económica que está viviendo Europa tiene efectos directos en el panorama político interno de muchos países de la UE. A largo plazo las repercusiones serán mucho más profundas.

La zona euro se encuentra todavía en la fase más aguda de la crisis financiera y económica, tres años después de la quiebra de Lehman Brothers. A la permanente presión de los mercados financieros sobre los países periféricos, y al segundo rescate de Grecia –incluyendo la reestructuración de su deuda–, hay que añadir ahora una nueva recapitalización de la banca, que probablemente necesite también fondos públicos, en medio de una desaceleración del crecimiento que podría conducir a un estancamiento o incluso a recaer en la recesión.

Es inevitable que la situación tenga efectos en la política a todos los niveles. La Unión Europea pierde rápidamente peso e influencia en el mundo. Se observan actitudes egoístas, insolidarias, en unos países, y decepcionadas en otros. Alemania crece como líder de la Unión, o al menos de la zona euro, e impone sus condiciones. Francia le sigue, aunque con menos entusiasmo y menos capacidad de maniobra que en los buenos tiempos del eje París-Berlín. Los demás Estados, sean más favorables o más reacios a la integración, se encuentran con que la alternativa a un gobierno económico de la zona euro es este directorio, y no tienen más remedio que aceptar sus acuerdos. La Comisión Europea pierde peso e iniciativa, frente a los acuerdos del directorio, o del Consejo. El Parlamento queda también al margen de las decisiones…