¿Podrá Santos aplicar la experiencia de Colombia en la negociación con grupos armados para poner fin al conflicto interno más antiguo de América? Si bien los colombianos desean alcanzar la paz, no son muchos los dispuestos a conceder el perdón a las FARC.
Tras décadas de violencia, en Colombia la paz sigue siendo una meta codiciada pero esquiva. El anuncio realizado en agosto por el presidente, Juan Manuel Santos, de que se entablarían en Oslo y en La Habana conversaciones con el movimiento insurgente mayor y más antiguo del país, las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), es el último episodio de una larga historia de negociaciones con los rebeldes. Observadores nacionales y foráneos coinciden en recibir las noticias con “cauto optimismo”, testimonio tanto del ardiente deseo de poner fin a 50 años de conflicto como de las lecciones aprendidas por las bravas, a raíz de los esfuerzos previos para tratar de disolver los grupos armados. Dichas experiencias ilustran la paradoja a la que ahora se enfrenta el presidente Santos: si trata de dar carpetazo al conflicto demasiado rápido –haciendo concesiones a las FARC– se arriesga a que su posición política se precarice…

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