Autor: Sara Romero y Macarena Vidal
Editorial: Península
Fecha: 2022
Páginas: 384
Lugar: Barcelona

Corea del Norte, más allá del misil

Pese a los tópicos sobre Kim Jong-un, este ha puesto en marcha una incipiente modernización de Corea del Norte: hoy existe una cierta permisividad hacia la economía privada y una creciente clase media alta dependiente del régimen. Pero el Estado se financia en parte con prácticas delictivas, de los ciberataques a la producción de droga, y mantiene un férreo control político sobre el país.
Javier Borràs Arumí
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En China es fácil tener contacto indirecto con Corea del Norte. La primera vez me pasó en un autobús en Yunnan, en el suroeste del país: empecé a charlar con un adolescente chino que me explicó que había ido de vacaciones a Pionyang. Me dijo que le había interesado porque se parecía a la China de sus padres y abuelos. También le había sorprendido que los conductores se comportaban muy bien al volante, en comparación con las caóticas carreteras chinas.

Mi segundo contacto con Corea del Norte fue de visita en la ciudad china de Dandong, situada en la frontera sino-coreana. Dandong está separada solo por un río de Sinuiju, la ciudad norcoreana con la que hace frontera. En Dandong se vende merchandising norcoreano falsificado y hay tours en barco por el río para los turistas chinos que quieren echar una ojeada desde la distancia al territorio norcoreano. Por la noche, la orilla del río china está llena de ruidos estridentes y luminaria de restaurantes y karaokes. En la orilla norcoreana, apenas se ven unas pocas luces.

Pero, como te puede explicar cualquier chino que vive en Dandong, esta separación no es tan radical como parece. Comiendo en un restaurante local, me encontré en la mesa de al lado con dos hombres maduros y serios venidos del otro lado de la frontera, con pines en pecho de los líderes norcoreanos. Cuando uno se aleja de Dandong, el río que separa ambos países es a veces tan pequeño que se puede cruzar caminando, cosa aprovechada por contrabandistas para llevar dispositivos con series u otros productos chinos al otro lado de la frontera. La separación y la diferencia entre Corea del Norte y el resto del mundo son grandes, pero con más matices de los que pensamos.

Con este espíritu de mostrar la Corea del Norte más allá del tópico han escrito Macarena Vidal y Sara Romero el libro El país más feliz del mundo. Esta obra es una excelente introducción a Corea del Norte, un mapa sobre los asuntos claves, internos y externos, que han marcado y marcarán la evolución del país. La experiencia de Vidal y Romero como corresponsales en China, además, las ha dotado con un marco comparativo mucho más adecuado para entender Pionyang que el que tendría un periodista solo curtido en Occidente.

Los capítulos más interesantes, a mi parecer, son los dedicados a la política interior y la evolución de la sociedad y la economía norcoreana, temas que suelen aparecer menos en los medios de comunicación en comparación con las relaciones exteriores del régimen o su desarrollo nuclear y lanzamiento de misiles.

El análisis de la figura de Kim Jong-un de Vidal y Romero contradice el estereotipo del mandatario. Las autoras explican que Kim Jong-un, en comparación con su padre, es una figura que está apostando por la modernización del país, proponiendo una dualidad en el desarrollo que priorice tanto el programa militar como la economía. Desde 2015 hasta el inicio de la pandemia, Vidal y Romero han viajado varias veces a Corea del Norte y han podido ver cambios modernizadores tanto en la infraestructura del país como en las costumbres y los productos de su población. Por ejemplo, no es extraño encontrarse por Pionyang a mujeres con bolsos falsificados de famosas marcas de lujo occidentales. Estos cambios, sin embargo, no han conllevado una reducción en la brutalidad de la política norcoreana: para consolidarse en el poder, Kim Jong-un mandó ejecutar al número dos del régimen, Jang Song-thaek, y a su hermanastro Kim Jong-nam.

La modernización del país que Kim Jong-un quiere impulsar (y que parece que ha quedado frenada por la pandemia) está basada, por un lado, en la aceptación de facto de la economía informal y privada al margen del estado de los llamados mercados jangmadang, de los que, según algunos estudios, vive el 80 % de los norcoreanos. Por otro lado, el régimen también ha permitido el crecimiento de una clase media-alta, los donju, propietarios de empresas, con permiso para viajar al extranjero y con acceso a productos, tiendas o restaurantes inalcanzables para el resto de norcoreanos. Mediante estos dos canales, Kim Jong-un busca consolidar nuevos métodos de legitimidad popular. Esta permisividad de la economía privada a pequeña escala y la formación de una clase media-alta controlada y dependiente del régimen recuerda más al estilo tardo-soviético cubano que a la caótica y libertaria reforma y apertura china, con la que el país suele compararse.

Sin embargo, esta imagen de la economía norcoreana quedaría incompleta sin analizar los mecanismos más turbios a los que el régimen acude para conseguir divisas extranjeras e ingresos para el Estado. En este ámbito, Pionyang también se ha “modernizado”: los ciberataques se han convertido en una base estable de financiación, con ciudadanos norcoreanos adiestrados desde jóvenes para llevarlos a cabo; también está documentada la producción estatal y tráfico mundial de metanfetaminas, una sustancia que, como Vidal y Romero descubren, también consumen los ciudadanos norcoreanos. El lavado de dinero de estos actos criminales se realiza, en parte, en los restaurantes norcoreanos en el exterior, donde hay una estricta selección de personal en base a criterios políticos y una constante vigilancia para evitar deserciones. En este sentido, Corea del Norte se parece más a un Irán, a un grupo insurgente como las FARC o Daesh, o a un cartel de la droga, que a un estado soberano al uso.

El capítulo dedicado a los ciudadanos norcoreanos en el exterior y la separación de familias en el norte y el sur es uno de los más duros del libro. Vidal y Romero, por un lado, explican las dificultades con las que se encuentran los refugiados norcoreanos cuando llegan a Corea del Sur, donde en muchos casos son tratados como ciudadanos de segunda por su acento o costumbres. Por otro lado, también tratan el tema de las familias separadas por la partición del país, en las que muchos ya casi han perdido la esperanza de poder ver antes de morir a padres, abuelos o hermanos que quedaron al otro lado de la frontera. Aquí la comparación china puede albergar cierta esperanza: a finales de los años ochenta, después de décadas de familias separadas por la guerra civil, Taiwán permitió viajar a sus ciudadanos a la China comunista para que pudieran ver a sus familiares, hecho que inició un proceso cada vez mayor de intercambios humanos entre territorios que antes estaban estrictamente aislados.

La parte final del libro de Vidal y Romero está dedicada al tema norcoreano que más preocupa al mundo: el programa nuclear. Las autoras no son demasiado optimistas de que se lleve a cabo una desnuclearización. El motivo es claro: lo que entiende por “desnuclearización” Corea del Norte y lo que entiende Estados Unidos es claramente distinto. Como han apuntado expertos como Andrei Lankov, es iluso pensar que Pionyang renunciará totalmente a las armas nucleares. El precedente de Muammar al-Gaddafi en Libia, quien desmanteló su programa nuclear en negociaciones con Occidente, para después ser ejecutado en una revuelta popular apoyada por la OTAN, está grabado en la retina de Kim Jong-un.