Autor: Gary Gerstle (The Rise and Fall of the Neoliberal Order) y Fritz Bartel (The Triumph of Broken Promises)
Editorial: Oxford y Harvard University Press
Fecha: 2022 (ambos)
Páginas: 432 y 440

¿Del fin de la historia al del neoliberalismo?

Tras el shock económico de los años setenta, tanto el sistema capitalista como el comunista tuvieron que realizar ajustes. Los del capitalismo se hicieron bajo el paraguas ideológico del neoliberalismo y este se convirtió en la nueva hegemonía económica, mientras que el comunismo fue incapaz de llevarlos a cabo. Pero el triunfo del neoliberalismo, cuya historia repasan estos libros, puede estar terminando.
David Lizoain
 | 

Al igual que 1917 o 1968, 1989 fue un año de transformaciones revolucionarias en la política nacional e internacional. 1989 fue el año de la caída del Muro de Berlín, el fin de la Guerra Fría, la victoria del capitalismo y la democracia. Y, en su fórmula más ambiciosa e incomprendida, nada menos que el año del fin de la historia. Pero el paso del tiempo ha dejado al descubierto el triunfalismo de la generación que protagonizó ese año. El fin de la historia ha dado paso al retorno de los historiadores y la analogía del pasado se ha puesto al servicio de la comprensión del presente para trazar mejor el rumbo del futuro. En esta línea, destacan dos excelentes trabajos académicos recientes que exploran la relación entre el ascenso del neoliberalismo y el fin de la Guerra Fría.

The Rise and Fall of the Neoliberal Order: America and the World in the Free Market Era, de Gary Gerstle, es una obra de gran alcance y sintética en su explicación. Combinando un análisis de la política y la economía nacional y exterior de Estados Unidos con la historia intelectual y cultural, teje muchos hilos en una narración coherente.

 

«Un orden político requiere un proyecto amplio, una visión intelectual, con redes bien movilizadas y la voluntad de ganar a largo plazo estableciendo la hegemonía y doblegando a la oposición»

 

Gerstle comienza desarrollando su concepto de orden político, ejemplificado en el ascenso y la caída del New Deal. Un orden político requiere un proyecto amplio, una visión intelectual, con redes bien movilizadas y la voluntad de ganar a largo plazo estableciendo la hegemonía y doblegando a la oposición. El New Deal surgió en un contexto de crisis y de descrédito del viejo orden y estableció un consenso en torno a la importancia de utilizar el gobierno para promover el bien público. La figura clave en su consolidación es, según Gerstle, el presidente republicano Dwight Eisenhower, porque conservó elementos clave del New Deal por imperativos de la Guerra Fría. Un Estado fuerte no sólo era crucial para proyectar fuerza en el exterior, sino también para competir con los soviéticos en términos de seguridad económica y del nivel de vida que ofrecía a sus propios ciudadanos.

Este orden se deshizo en la década de 1970. Estados Unidos abandonó el sistema de Bretton Woods y, poco después, se produjo una crisis del petróleo que desencadenaría la inflación, el estancamiento y la austeridad. Las redes neoliberales, que llevaban mucho tiempo incubando, entraron por la brecha. Paul Volcker, en la Reserva Federal, y Ronald Reagan llevarían a cabo una revolución en la política monetaria y fiscal. El neoliberalismo y el neoconservadurismo avanzarían juntos de forma entrelazada durante la década de 1980.

El ascenso del neoliberalismo coincidiría no sólo con la caída de la URSS, sino también con las semillas de su propia desaparición. En 1992, el presidente George Bush padre se enfrentaría a un desafío etnonacionalista y proteccionista, tanto en las primarias (el “paleoconservador” Pat Buchanan le retó a pesar de ser el presidente en activo) como en las elecciones generales (a las que se presentó Ross Perot, un empresario millonario, como tercer candidato sin partido), y perdió por poco ante Clinton. Este apareció como el Eisenhower demócrata que consiente el nuevo régimen. Presidió un período de cohabitación entre el cosmopolitismo que él representaba y el moralismo de Newt Gingrich, entonces presidente de la Cámara de Representantes, cuyas desregulaciones allanaron el camino al Big Tech y a un sector financiero sin restricciones.

Más tarde, el arrogante George Bush hijo dio paso a un Barack Obama tibio, que socavó algunos de los mantras del libre mercado pero restauró el equipo económico de Clinton. Y aquí comienza la letanía familiar de dificultades para el statu quo: desde una clase obrera blanca desafecta y Occupy Wall Street hasta el auge de Donald Trump y el senador Bernie Sanders. En el contexto de la pandemia y la escasa mayoría de Biden hubo que salir del paso, pero no había una alternativa bien estructurada. Gerstle termina su relato narrando la pérdida de la hegemonía: el neoliberalismo ha muerto, reinan el desorden y la disfunción, lo que viene es desconocido.

 

La crisis del petróleo y las promesas rotas

The Triumph of Broken Promises: The End of the Cold War and the Rise of Neoliberalism, de Fritz Bartel, abarca temas similares y vincula la evolución de la situación internacional con los desarrollos económicos y políticos internos de Estados Unidos. Su narración avanza una sugerente e intrigante explicación histórica que es relevante en el momento actual.

Bartel sostiene que, en la fase del New Deal, los regímenes competían por hacer promesas y ofrecer más seguridad económica. Pero la crisis del petróleo marcó una nueva fase dominada por la energía, las finanzas y la disciplina económica, y la Guerra Fría terminó con una carrera por romper las promesas. Las democracias capitalistas estaban mejor preparadas para imponer sacrificios a sus propios ciudadanos que el bloque comunista, porque las elecciones permitían a sus gobernantes conservar la legitimidad en medio de la austeridad. El neoliberalismo proporcionaba una coartada ideológica.

 

«Las elecciones permitían a sus gobernantes conservar la legitimidad en medio de la austeridad. El neoliberalismo proporcionaba una coartada ideológica»

 

El motor de estos ajustes fue la crisis del petróleo, que preparó el camino para los petrodólares, el auge de las finanzas globales y una Guerra Fría privatizada. Los regímenes del Pacto de Varsovia se apoyaron primero en el petróleo soviético barato y luego en los préstamos extranjeros, para luego vieron cómo ambas cosas desaparecían. Sus gobiernos no podían tolerar la austeridad. Y al responsabilizarse de todo, eran incompatibles con la transformación del Estado en un recipiente vacío para repartir premios y castigos.

El exitoso ajuste estructural capitalista de Volcker, Reagan y Margaret Thatcher contrasta con los intentos fallidos pero paralelos de perestroika en Polonia, Hungría, Alemania del Este y la URSS. En palabras de Bartel, no se trata de un trabajo de revisionismo histórico, sino de recuperación histórica: disecciona cómo en su momento los actores relevantes establecieron paralelismos entre sus retos económicos. Gorbachov diría al Politburó en 1987 que Margaret Thatcher «también estaba llevando a cabo una Perestroika». El reto en todas partes era lidiar con la imposibilidad política de la reforma económica.

El capitalismo tenía la ventaja de su sistema de precios, el beneficio privado, las quiebras, la desigualdad y el desempleo para disciplinar a los actores. Volcker estaba dispuesto a hacer lo que fuera necesario. Sus altos tipos de interés combinados con los déficits de Reagan llevarían a Estados Unidos a monopolizar el excedente de capital en el mundo, dando paso a una era de disciplina de la deuda para los demás. Estados Unidos consiguió evitar el dilema de guns or butter: sus aliados financiaron su supremacía en un momento en que el imperio soviético era cada vez más un lastre.

Bartel es muy detallista en sus estudios de caso, pero la ironía sigue brillando. Thatcher consiguió culpar a los sindicatos del malestar económico; el régimen polaco fracasó al culpar a Solidaridad. Thatcher fue legitimada como la Dama de Hierro, los dirigentes polacos fueron desacreditados por la ley marcial. El mariscal Jaruzelski acabaría concluyendo que el apoyo popular a la reforma económica sólo podía garantizarse a través de la democracia. Primero habría que derrocar a los regímenes comunistas antes de levantar el veto del pueblo a las políticas impopulares. El capitalismo triunfó porque supo disciplinar mejor a sus propios ciudadanos.

Mientras tanto, la URSS se iba arruinando poco a poco y sus dirigentes llegaban a la conclusión de que ya no era de interés nacional soportar los costes del imperio. No podían permitirse ni Afganistán, ni la carrera armamentística, ni apuntalar Europa del Este. En la década de 1980 rechazaron el rescate de sus satélites, lo que les obligó a recurrir a los prestamistas occidentales; los comunistas del bloque oriental fueron aplastados entre el martillo del capital internacional y el yunque del trabajo nacional. Cuando cayó el Muro, Gorbachov no pudo permitirse el lujo de proyectar el poder y permitió la reunificación. Su retirada se endulzó con marcos alemanes. Como es propio del marxismo vulgar, la economía triunfó sobre todo lo demás.

 

«En términos históricos mundiales, lo sucedido en 1989 en Tienanmen puede haber sido mucho más significativo que lo sucedido en 1989 en Berlín»

 

Bartel se esfuerza en señalar que no se ocupa de la experiencia china, que es distinta. En la época del ajuste global, China, como desarrollador tardío, seguía industrializándose. En diferentes momentos, como ha señalado Isabella Weber, evitó por poco un big bang de ajustes. Pero evitó la dependencia del capital extranjero y sus dirigentes optaron por la represión y la reforma, a lo que siguió un increíble período de prosperidad creciente. En términos históricos mundiales,  lo sucedido en 1989 en Tienanmen puede haber sido mucho más significativo que lo sucedido en 1989 en Berlín.

 

El desmoronamiento del orden liberal

Si el contexto actual se caracteriza no sólo por una crisis energética y la emergencia climática, sino también por el desmoronamiento del orden neoliberal, el trabajo de Bartel sugeriría que un determinante clave del conflicto geopolítico es la capacidad respectiva de los distintos bloques para adaptarse. La globalización está en retroceso; Xi Jinping ha señalado la necesidad de la autosuficiencia. En el Atlántico Norte, un exceso de financiarización ha distorsionado las señales del mercado y los controles de precios vuelven a estar de moda.

Los Cold Warriors fueron excesivamente triunfalistas en sus vulgares proclamaciones del fin de la historia; estaban mareados por el éxito. Pero en medio de una época de desorden y restricción económica, no hay que minimizar las ventajas de los mercados y la democracia electoral como mecanismos de ajuste. Los liberales clásicos dieron lugar a los New Dealers y a los socialdemócratas que dieron lugar a los neoliberales y a la Tercera Vía. Quizás el siglo XXI espera un liberalismo capaz de aplicar un capitalismo con rostro humano.