La ajustada victoria de los votos favorables a la ratificación del Tratado de Maastricht por los electores franceses, el 20 de sep tiembre de 1992, resuelve el problema jurídico de la aceptación del texto, pero abre una multitud de incógnitas políticas que, de ninguna manera pueden quedar enterradas bajo la estrecha capa aritmética que permite la victoria del sí sobre el no. En términos de pura democracia, el triunfo de las papeletas favorables es irrebatible y nadie debe discutir su inapelable sentencia. El resultado como tal reclama, sin embargo, un análisis más profundo: conviene, en efecto, examinar las razones que han podido impulsar a media Francia a enfrentarse con la otra mitad en una cuestión fundamental.
El referéndum puede recibir, por lo tanto, dos lecturas compatibles, puesto que la victoria del sí autoriza la ratificación por parte del pueblo francés del Tratado de Maastricht y resuelve una grave incertidumbre que gravitaba sobre la Europa de los Doce, pero también demuestra que existen en media Francia graves inquietudes sobre la benéfica condición del texto ofrecido en consulta. Esos recelos no pueden ser liquidados con indiferencia en nombre de una aséptica contabilidad de los resultados electorales, por la sencilla razón de que un referéndum se convoca para conocer el estado de la opinión y no simplemente para sancionar, aunque sea por un solo voto favorable, determinada cuestión: sobre todo cuando están en juego intereses fundamentales de la patria. El sí resuelve el problema inmediato, que era la aprobación, pero las dimensiones del no se proyectan sobre el futuro de su aplicación, cuando la Europa dibujada en la letra de Maastricht se convierta en una Europa de carne y hueso, según los plazos y reglas establecidos por los acuerdos. El sí salva el día de hoy, pero el no puede perturbar el mañana….

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