La llamada crisis del Golfo, que duró siete meses, desde agosto de 1990 hasta febrero de 1991, produce ahora resultados inesperados, si se tienen en cuenta los comentarios y pronósticos leídos y escuchados durante este período. El primer efecto, que en mi opinión, abarca todos los demás, es la inmensa manipulación que ha sufrido la opinión pública internacional en manos del sistema informativo americano. Este se convirtió en un eficaz sistema de desinformación, bien conocido y descrito por los especialistas ya antes de la Segunda Guerra Mundial. Se creía conocer profundamente el sistema soviético de desinformación, tanto sus métodos como sus resultados. Pero el sistema americano demostró por primera vez su excelente eficacia, y su monopolio.

Evidentemente, el terreno era particularmente favorable: presentada como una cruzada en nombre del derecho internacional, con el beneficio de la garantía moral de las Naciones Unidas –más complacientes que lúcidas– y basada en una coalición heteróclita de países, sin embargo, raramente irreprochables, la Operación “Escudo del Desierto” pudo ser considerada fácilmente como una empresa de sanidad mundial. Se hizo referencia incluso a Hitler, al mencionar a Sadam Husein, gobernador de un país del Tercer Mundo con 17 millones de habitantes. De hecho, y esto no es difícil de adivinar, Estados Unidos quería eternizar su tutela en el Oriente Medio árabe-musulmán, zona estratégica y petrolera. Ni más ni menos. Sin embargo, en esta ocasión, intelectuales y cínicos marcharon juntos, como un solo hombre. Aunque hoy son capaces de discernir las verdaderas intenciones y medir las primeras consecuencias del conflicto, no tienen prisa en aceptar abiertamente su error. Apenas se observa un cierto malestar cuando se evoca el número de víctimas y la desproporción de las fuerzas en juego. En cuanto a la premeditación de los actos, negada hoy, seguramente será admitida en un futuro, como…