POLÍTICA EXTERIOR  >   NÚMERO 161

El delirio califal del Estado Islámico en Irak y Siria

Si EE UU convirtió Irak en campo de batalla del yihadismo, el primer ministro iraquí, Nuri al Maliki, ha alienado a la población suní. En este escenario, el EI busca crear su califato. Fuerzas e intereses contrapuestos se conjugan para desmoronar el grupo a corto plazo.
Jesús A. Núñez Villaverde
 | 

Son tantos los errores cometidos durante la última década por parte de diferentes actores externos e internos, que hasta sorprende que Irak siga existiendo en la actualidad como un Estado unido. Es bien conocido que se trata de un país artificial, creado en 1932 por los británicos, en el que se obligó a vivir juntas a comunidades escasamente inclinadas a entenderse, tanto por sus poderosas fracturas étnicas –entre árabes, kurdos y otros grupos de menor peso demográfico– como religiosas –entre una minoría suní acostumbrada a disfrutar de las ventajas del poder y una mayoría chií marginada y frecuentemente perseguida–. La invasión estadounidense de 2003 supuso un profundo vuelco, que ha derivado en un liderazgo chií muy influido por Teherán, una demonización suní que alimenta sentimientos de revancha cada vez más acusados y un auge del independentismo kurdo, que trata de aprovechar la notoria debilidad del gobierno de Bagdad.

Hoy, si se atiende a las primeras reacciones provocadas por la reentrada en escena del ahora denominado Estado Islámico (EI), parecería que su ofensiva violenta hay que interpretarla directamente como la puntilla que liquidará al ya moribundo Estado. Sin embargo, adelantando la idea central de estas páginas, cabe considerar que, puestos a especular sobre el inmediato futuro de Irak, es mucho más probable que el delirante califato proclamado por Abubaker al Bagdadi, en su calidad de líder de ese grupo yihadista, se desmorone a corto plazo ante nuestros ojos, antes de que Irak deje de existir como Estado.

 

Contexto favorable al envite yihadista

La retirada de Estados Unidos, en diciembre de 2011, no dejó detrás ni un país pacificado ni, mucho menos, un Estado consolidado y funcional. Sin que quede atribuirle en solitario toda la responsabilidad, Washington había acumulado hasta entonces muchos errores. Unos fueron de cálculo, como suponer que sus…

PARA LEER EL ARTÍCULO COMPLETO