Autor: Serhii Plokhy

‘El nacionalismo ruso siempre ha querido asustar a Occidente’

Nos encontramos al principio de una nueva era, en la que los dividendos de la paz del final de la guerra fría se han agotado, afirma Plokhy. Por eso volveremos a una nueva guerra fría.
Ramón González Férriz
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Serhii Plokhy (Gorky, Unión Soviética, 1957) es profesor de Historia ucraniana en la Universidad de Harvard y uno de los historiadores más brillantes sobre el mundo eslavo. Su obra es inmensa y abarca desde el papel que desempeñaron los cosacos y la religión en la fundación de Ucrania, la relación entre Ucrania y Rusia y la tragedia nuclear de Chernóbil hasta la desaparición de la Unión Soviética, que narra apoyándose en una documentación apabullante y con un ritmo casi de thriller en El último imperio (publicado en español por la editorial Turner).

Su obra ha cobrado una inesperada relevancia con la invasión rusa de Ucrania. Y es otro de sus libros, Lost Kingdom. A History of Russian Nationalism from Ivan the Great to Vladimir Putin (Penguin), el que quizá da más claves para entender en términos históricos la guerra actual. Se trata de una excepcional historia sobre las ideas que han motivado los reiterados intentos expansionistas de Rusia, en cuyo epílogo Plokhy afirma que el conflicto entre Rusia y Ucrania que se reinició en 2014 “retoma muchos de los temas fundamentales de las relaciones políticas y culturales en la región durante los cinco siglos anteriores”. Y que en parte este es consecuencia de que “la formación de la nación rusa moderna no ha terminado en absoluto”.

 

En El último imperio cuenta que el fin de la Unión Soviética comenzó en Ucrania, cuando esta república votó masivamente a favor de la independencia. ¿Por qué ocurrió precisamente allí?

El final de la Unión Soviética empezó en sus tierras fronterizas occidentales, en lo que se llamaba la Europa Mólotov-Ribbentrop. Eran los territorios que Stalin se había anexionado en 1939 y 1940, que incluían los Estados bálticos, la parte occidental de Ucrania, Bielorrusia y Moldavia. Estaban menos integrados que el resto, más orientados hacia Centroeuropa.

Después de que, el 1 de diciembre de 1991, un 92% de los ucranianos votara a favor de la independencia de Ucrania, la Unión Soviética tardó una semana en disolverse. Ni Gorbachov ni Yeltsin concebían la Unión Soviética sin Ucrania; era la segunda república más grande de la Unión en cuanto a población y poder económico, y Rusia no podía asumir la carga del imperio sin ella.

 

«Los procesos que realmente iniciaron la movilización de toda Ucrania por la independencia comenzaron con el desastre nuclear de Chernóbil»

 

¿Por qué Ucrania deseaba tanto la independencia?

Ningún lugar del mundo luchó durante tanto tiempo contra el régimen soviético como la Ucrania occidental. Allí, la insurgencia contra el poder soviético no fue aplastada hasta principios de la década de los cincuenta, seis o siete años después de que se izara la bandera roja. Esa insurgencia histórica forma parte del legado del país. Pero los procesos que realmente iniciaron la movilización de toda Ucrania por la independencia comenzaron con el desastre nuclear de Chernóbil, el 26 de abril de 1986, y la manera en que la Unión Soviética gestionó la información sobre la catástrofe y se la ocultó a la población. El primer partido político no comunista de la Unión Soviética se formó en Ucrania y se llamó Mundo Verde. Era un partido ecologista creado para exigir que se contara la verdad sobre Chernóbil, que fue capaz de superar todas las divisiones regionales y lingüísticas de Ucrania y unió al país de una forma sin precedentes. En la Ucrania oriental prendieron los ideales de la lucha por la independencia que antes existían en la parte occidental del país. La mayoría de la gente creía que Moscú había maltratado a Ucrania, que el modelo económico no era adecuado, y la élite del Partido Comunista de Ucrania rechazó a Yeltsin y su llegada al poder. Desde las élites del partido hasta los disidentes entre la población, todos llegaron a una misma conclusión: la independencia de Ucrania.

 

Aunque los líderes de la Unión Soviética y de Rusia aceptaron esa independencia, ya en ese momento había quienes afirmaban, como el escritor represaliado Aleksandr Solzhenitsyn, que Rusia, Bielorrusia y Ucrania eran una sola nación y debían compartir un solo Estado. ¿Cómo convivían ambas visiones?

En 1991, la palabra “independencia” no siempre significaba lo mismo. En el libro cito a Gorbachov, que, al comentar con el presidente estadounidense George H. W. Bush el futuro de Ucrania tras el referéndum de independencia, dijo que aunque todo el mundo era independiente, no todos abandonarían la Unión Soviética. Y cuando Bush fue a Kiev afirmó que no había que confundir la libertad con la independencia. En ese momento, las palabras se utilizaban así: se decía que la soberanía no significaba independencia. Para los ucranianos, la independencia significaba independencia. Para los rusos, la independencia significaba una independencia limitada, cierta autonomía o, en realidad, dependencia: puedes tener tu Estado, pero seguirás dependiendo de las decisiones que se tomen en Moscú.

 

«Para los rusos la independencia de Ucrania significaba dependencia de Moscú; era un Estado distinto, pero dependiente»

 

Cuando se disolvió la Unión Soviética, se creó la Comunidad de Estados Independientes. El Parlamento ucraniano aceptó entrar en ella, pero dejó claro que Ucrania consideraba aquello una organización internacional, no una nueva Unión Soviética. Sin embargo, cuando Yeltsin habló en el Parlamento dijo que, dadas las circunstancias, el objetivo era preservar la unidad del Estado creado durante generaciones. Su posición era: si perteneces a esta estructura común respetaremos tus fronteras; si te vuelves independiente, olvídate de estos acuerdos, no significarán nada. Para los rusos la independencia de Ucrania significaba dependencia de Moscú; era un Estado distinto, pero dependiente. En Ucrania, la independencia significaba independencia. Lo que pasaba en 1991 es más o menos lo que sucede ahora en 2022.

 

¿Y por qué Vladímir Putin ha intentado resolver ahora, de una vez por todas, esa ambigüedad y someter de nuevo a Ucrania?

No es solo ahora. En Ucrania la guerra comenzó en 2014. Lo que vemos estos días es una inmensa escalada que ha llevado a una guerra abierta. El proceso comenzó entonces porque Rusia quería detener el acercamiento de Ucrania a Occidente. Ahora es difícil de creer, pero en ese momento Putin pensaba en la creación de una unión militar, económica y política que compitiera con la Unión Europea por un lado y con China por el otro. Necesitaba reinstalar de alguna forma el control ruso en el espacio postsoviético. Y este control era completamente inviable si no contaba con la que había sido la segunda república más grande de la Unión Soviética. Ese fue el principio. Pero tras la agresión de 2014, Ucrania se volvió más homogénea y se orientó aún más hacia Occidente. El número de personas partidarias de entrar en la OTAN se multiplicó por tres. Eso, sumado a las sanciones que acarreó, tuvo el efecto contrario a lo que Putin quería lograr.

Febrero de 2022 fue el momento en el que, a mi modo de ver, Putin sintió que estaba preparado política, económica y militarmente para la guerra. Consideró que la situación política en Ucrania y Estados Unidos era muy débil. El presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, se encontraba en mitad de una serie de guerras políticas y económicas con el expresidente Petro Poroshenko y el hombre más rico de Ucrania, Rinat Akhmetov, y su popularidad caía. La situación ucraniana parecía prometedora para iniciar una posible agresión. Y Joe Biden acababa de meter la pata con la huida de Afganistán, al dejar el país en manos de los talibanes tras luchar allí durante décadas, lo que había proyectado la imagen de una presidencia débil que tampoco contaba con demasiado apoyo en su país. De modo que, políticamente, parecía un buen momento para invadir. Esos fueron los elementos claves para subir una apuesta que empezó en 2014.

 

¿Están sorprendidas las élites rusas por la unidad y la resistencia que han demostrado Ucrania y Occidente?

La respuesta breve es sí. La historia del nacionalismo ruso es un relato sobre su relación ineludible con Occidente. La estrategia siempre ha implicado asustar a Occidente, aunque la manera haya cambiado. En tiempos de la Unión Soviética, la idea central del nacionalismo ruso sostenía que su visión comunista era el futuro del mundo y que Occidente era capitalista y decadente. La idea actual es que Rusia representa los verdaderos valores europeos conservadores y que Occidente es decadente y está obsesionado con los derechos civiles y los desfiles de los gays. El nacionalismo ruso asume que debe defender la tradición de los valores que Occidente ha traicionado. La retórica y la filosofía que subyacen en esta oposición a Occidente son distintas que en la época soviética, pero la situación es la misma. De modo que los rusos pensaban que Occidente sería incapaz de unirse y enfrentarse a Rusia.

 

«Preveo que en el futuro se producirá una enorme reacción en Rusia contra la alianza con China, que en realidad implica su dominación»

 

Putin creyó que la invasión duraría dos o tres días y en ese tiempo los líderes de la UE apenas tendrían tiempo de hablar entre sí. Cuando todo terminara, las oficinas presidenciales ni habrían tenido tiempo de comprar billetes de avión para reunirse en Bruselas, por así decirlo. Y luego se olvidarían del asunto. Alemania querría seguir comerciando con Rusia, la nacionalista Hungría querría seguir socavando la Unión Europea. Todo parecía impedir la formación de un frente occidental unido. Pero fue un error de cálculo inmenso, porque durante meses Biden se había dedicado a construir meticulosamente una coalición basándose en la inteligencia que estaba recibiendo.

 

Ahora parece que, dada la severidad de las sanciones occidentales, Rusia está prácticamente condenada a echarse en brazos de China para salvar su economía, y venderle su producción de gas y petróleo. Usted comentaba que el nacionalismo ruso siempre se ha construido en oposición a Occidente, pero ¿cómo imagina ese nacionalismo ruso enfrentado a otro gigante como China? ¿Cómo se transformará?

No hay duda de que esta guerra dañará la relación entre Rusia y Europa durante un largo periodo. El único lugar al que Rusia puede acudir es China, lo que significará que China estará en una posición mucho más ventajosa para explotar los recursos rusos. Y eso los nacionalistas rusos no pueden verlo con buenos ojos. Además, los chinos están cada vez más presentes en el este del país, económica, pero también físicamente. Hay familias mixtas, algo que no ven bien los defensores de los valores tradicionales, que es como se consideran a sí mismos los nacionalistas rusos. Preveo que en el futuro se producirá una enorme reacción contra esa alianza con China, que en realidad implica su dominación. Empezamos a ver algunos elementos de esto en la manera en que el nacionalismo ruso trata a la población centroasiática que ha migrado a Rusia. El nacionalismo ruso se define en términos de su relación con Occidente, es cierto, pero ahora ese nacionalismo se manifestará cada vez más en el trato que se da a las minorías no eslavas en la Federación Rusa, y habrá que ver si la xenofobia y el racismo se extenderán hacia Oriente. No de forma inmediata, porque ahora toda la energía del nacionalismo ruso está consumida por la relación con Occidente, pero sí más adelante.

 

Usted también es autor de un libro sobre la crisis de los misiles en Cuba en 1962, Nuclear Folly: A History of the Cuban Missile Crisis (la editorial Turner lo publicará próximamente en castellano). Tal vez ese fue el momento en el que el mundo estuvo más cerca de una guerra nuclear. ¿Estamos ahora en la situación más peligrosa desde entonces en el plano nuclear?

Nos encontramos en una situación nueva: por primera vez en la historia se está librando una guerra en un territorio con centrales nucleares. Las fuerzas rusas tomaron Chernóbil tras un combate en la zona donde se encuentra la mayor planta nuclear de Europa, que tiene seis reactores. Tuvimos suerte de que no se produjera un accidente. Ucrania sigue controlando tres plantas nucleares. Es temprano para decir que ese peligro ha pasado, todavía podríamos encontrarnos en una situación muy complicada. Eso, y no el hecho de que Putin elevara el nivel de alerta nuclear, es el mayor riesgo nuclear al que nos enfrentamos.

 

«El número de potencias nucleares podría duplicarse o triplicarse en poco tiempo»

 

Por lo que respecta al paralelismo entre la crisis de los misiles en Cuba y la situación actual, en un sentido estamos en la misma situación. Antes de la crisis de los misiles no existían acuerdos internacionales que regularan la carrera nuclear. El primero se firmó como consecuencia del miedo que infundió lo sucedido entonces; fue el tratado sobre la prohibición parcial de ensayos de armas nucleares. Después vinieron otros, pero la mayor parte de los acuerdos que se firmaron durante la guerra dría han decaído.

Estamos en mitad de una nueva carrera armamentística que se acelerará debido a la guerra actual. No hay duda. El problema es que ahora tenemos más conductores en la autopista nuclear que en 1962: hay nueve países que tienen armas nucleares y, según las estimaciones, hay muchos otros que podrían producir armas nucleares en pocos años gracias al desarrollo tecnológico y el know how existentes. El número de potencias nucleares podría duplicarse o triplicarse en poco tiempo.

 

¿Cómo cree que acabará esta guerra?

Es difícil de predecir. Creo que el escenario más probable es alguna clase de armisticio, no un acuerdo de paz. Las relaciones entre Ucrania y Rusia sufrirán una ruptura que durará generaciones. Algo que la guerra ya ha demostrado es que la identidad nacional ucraniana es mucho más fuerte de lo que nadie imaginaba. Pero, a más largo plazo, la historia que empezó en 1989 está terminando y nos encontramos al principio de una nueva era en la que los dividendos de la paz del final de la guerra fría se han agotado. Por eso volveremos a una nueva guerra fría.