Emmanuel Macron y Vladímir Putin dan una conferencia de prensa conjunta después de una reunión en el Kremlin, 8 de febrero de 2022. GETTY

Por qué Europa no tiene nada que decir en la crisis ruso-ucraniana

La ausencia de Europa en la crisis entre Rusia y Ucrania deriva de un creciente desequilibrio de poder en la alianza occidental. Estados Unidos es cada vez más poderoso en relación con sus aliados europeos.
Jeremy Shapiro
 |  8 de febrero de 2022

Europa, como ha lamentado en voz alta el alto representante de la Unión Europea, Josep Borrell, no está realmente en la mesa de negociaciones cuando se trata de abordar la crisis entre Rusia y Ucrania. Pero, dada la necesidad de Europa de evitar la catástrofe, ¿cómo es posible que los europeos tengan tan poca voz en el asunto?

Se me ocurren varias explicaciones. Nunca es buen momento para la guerra, pero la crisis entre Rusia y Ucrania llega en uno especialmente inoportuno para los principales gobiernos de Europa. El primer ministro británico Boris Johnson está absorbido por un escándalo político interno que amenaza su permanencia en el poder. El gobierno francés se encuentra en pleno proceso electoral y lo ve todo a través de esa lente. Y el gobierno de coalición alemán es nuevo y está dividido, sobre todo en la cuestión de Rusia. Por tanto, han subcontratado la diplomacia sobre Rusia y Ucrania a los estadounidenses.

Todo eso importa, por supuesto. Pero es más importante entender que hay fuerzas profundas más allá del mal momento en el que nos encontramos. Toda la atención puesta en el declive de Estados Unidos en relación con China y los recientes trastornos en la política interna estadounidense han ocultado una tendencia clave en la alianza transatlántica en los últimos 15 años. Desde la crisis financiera de 2008, EEUU es cada vez más poderoso que sus aliados europeos. La relación transatlántica no se ha vuelto más equilibrada, como parecía ser la tendencia a principios de la década de 2000, sino más dominada por EEUU. En un nivel fundamental, la falta de voz de Europa en la crisis entre Rusia y Ucrania se deriva de este creciente desequilibrio de poder en la alianza occidental.

 

Cambio de poder

Este cambio puede verse en casi todos los ámbitos de la fuerza nacional. En la medida más cruda del PIB, EEUU ha superado dramáticamente a la UE y a Reino Unido desde 2008. Aquel año, la economía de la UE era ligeramente mayor que la de EEUU: 16,2 billones de dólares frente a 14,7 billones. En 2020, la economía estadounidense había crecido hasta los 20,9 billones, mientras que la de la UE había caído a los 15,7 billones. Desde la paridad aproximada de 2008, la economía estadounidense es ahora un tercio mayor que la de la UE y Reino Unido juntos.

Por supuesto, el tamaño no lo es todo cuando se trata de poder. Pero ese diferencial de crecimiento ha coincidido –de nuevo, en contra de las predicciones– con un aumento del uso mundial del dólar en relación al euro. Según la última encuesta trienal de bancos centrales del Banco de Pagos Internacionales, el dólar estadounidense fue comprado o vendido en cerca del 88% de las transacciones mundiales de divisas en abril de 2019. Esta cuota se ha mantenido estable en los últimos 20 años. Por el contrario, el euro se compró o vendió en el 32% de las transacciones, un descenso desde su máximo del 39% en 2010. El dólar también ha mantenido su posición como principal moneda de reserva del mundo –supone alrededor del 60% de las reservas oficiales de divisas extranjeras–, mientras que el euro representa el 21%. EEUU se ha beneficiado del continuo dominio de su moneda para obtener una capacidad cada vez mayor de imponer sanciones financieras a sus enemigos y aliados por igual, sin necesitar la cooperación de nadie. Rusia y China están luchando contra esta capacidad, con algo de éxito, pero los europeos la han aceptado en su mayoría.

El dominio tecnológico de EEUU sobre Europa también ha aumentado. Las grandes empresas tecnológicas estadounidenses –las cinco grandes: Alphabet (Google), Amazon, Apple, Meta (Facebook) y Microsoft– están ahora cerca de dominar el panorama tecnológico en Europa como lo hacen en EEUU. Los europeos intentan utilizar la política de competencia para contrarrestar este dominio, pero, a diferencia de los chinos, no han sido capaces de desarrollar alternativas locales, por lo que estos esfuerzos parecen condenados al fracaso.

Desde 2008, los europeos también han sufrido una dramática pérdida de poder militar en relación a EEUU. El repunte del gasto militar europeo tras la invasión rusa de Ucrania en 2014 oculta a veces esta tendencia. Pero, por supuesto, todo poder es relativo: como el gasto militar de Europa se ha incrementado sustancialmente menos que el de EEUU, se ha quedado más atrás. Entre 2008 y 2020, el gasto militar estadounidense pasó de 656.000 millones de dólares a 778.000 millones. En el mismo periodo, el gasto militar de la UE de los Veintisiete y de Reino Unido se redujo de 303.000 a 292.000 millones de dólares, según mis cálculos, basados en datos del SIPRI. Y lo que es peor, el gasto de EEUU en nuevas tecnologías de defensa es más de siete veces superior al de todos los Estados miembros de la UE juntos.

Por supuesto, el gasto militar no es más que una medida burda de la fuerza militar. Pero el enfoque dividido de Europa respecto a este gasto significa que incluso estas cifras probablemente exageran el poder europeo. Los europeos apenas colaboran en el gasto de su relativamente pequeño presupuesto, por lo que sigue siendo ineficiente. Los Estados miembros de la UE no han cumplido el compromiso de 2017 de gastar al menos el 35% de sus presupuestos de adquisición de equipos en cooperación entre sí. Esta cifra se situó en solo el 11% en 2020. Por tanto, aunque es políticamente importante que varios miembros de la OTAN de Europa occidental consideren el envío de fuerzas para reforzar las defensas en Europa del Este, no pueden contribuir al esfuerzo al mismo nivel que EEUU.

Por último, y probablemente lo más significativo, las divisiones crónicas de Europa han debilitado a la UE y a Reino Unido, incluso más allá de lo que sugieren estas crudas medidas. Cuando el Tratado de Lisboa entró en vigor en 2009, parecía augurar una nueva capacidad de los europeos para forjar una política exterior común y aprovechar la fuerza latente de la, entonces, mayor economía del mundo. En cambio, la crisis financiera dividió el norte y el sur, las crisis migratoria y ucraniana dividieron el este y el oeste, y el Brexit dividió a Reino Unido y prácticamente a todos los demás. Las instituciones del Tratado de Lisboa, en particular el Servicio Europeo de Acción Exterior y el cargo que ocupa Borrell, no han logrado salvar estas diferencias en política exterior. En general, la UE está cada vez más dividida y es menos capaz de hablar con una sola voz.

 

Los frutos de la desunión

La falta de acción de Europa en la crisis ruso-ucraniana es, por tanto, la culminación de varias tendencias a largo plazo. A medida que ha aumentado la competencia geopolítica, los europeos se han vuelto más dependientes de EEUU que en cualquier otro momento desde las primeras etapas de la guerra fría.

Por supuesto, los europeos son conscientes de que hay pocas posibilidades de volver a una alianza occidental al estilo de la guerra fría. Han visto que la polarización de la política interna genera cambios bruscos en la política exterior de EEUU. Han escuchado las diatribas contra la OTAN del expresidente Donald Trump y su insistencia en que la política exterior estadounidense debe ser “América primero”. Reconocen que él, o alguien como él, podría ser fácilmente presidente en 2025 o 2029. Y entienden que la necesidad de EEUU de enfrentarse al meteórico ascenso de China significa que está mucho menos dispuesto a llevar la carga de la seguridad internacional –como se refleja en su retirada de Afganistán– o a centrarse en Europa como hizo durante la guerra fría.

En general, existe un gran malestar con el liderazgo de EEUU en toda Europa. El naciente movimiento soberanista europeo expresa parte del descontento. Ese movimiento ha hecho algunos progresos importantes, por ejemplo, en la creación de un instrumento contra la coerción para protegerse de la guerra económica. Pero todo el mundo reconoce que le queda un largo camino por recorrer.

 

El espectador europeo

Por tanto, las preocupaciones de Europa respecto a EEUU no tienen mucha importancia. La pérdida de poder de los europeos, su falta de unidad y su incapacidad para invertir las tendencias descritas antes significan que son casi espectadores en una crisis que podría dar lugar a una invasión rusa a gran escala de Ucrania o a una nueva división en Europa. Además, fuera de París y Bruselas, casi todos los europeos están desesperados por el liderazgo de EEUU, aunque tengan opiniones diferentes sobre qué debería hacer Washington.

En las conversaciones sobre la crisis entre Rusia y Ucrania, los europeos se han visto reducidos a exigir consultas a sus socios estadounidenses. Estos están encantados de complacerlos, pero mientras los europeos no sean capaces de formar un frente unificado o incluso de presentar ideas, esas consultas no tendrán mucho efecto en los planes de EEUU. Algunos europeos, sobre todo los del Este, intentan influir en estos planes a través del Congreso. En este caso, podrían tener algún efecto. Pero, si es así, vendrá esencialmente a través de conexiones especiales con la política interna de EEUU más que con cualquier poder geopolítico. La Comisión Europea ha propuesto un paquete de ayuda de emergencia de más de 1.000 millones de euros para Ucrania, pero aún debe ser aprobado por todos los Estados miembros y por el Parlamento Europeo. No está claro si esta ayuda llegará antes de que Rusia lance otra ofensiva, o si marcará una diferencia apreciable si lo hace.

En general, la situación parece verificar la opinión rusa de que no es necesario comprometerse con los europeos y que solo hay que hablar con los estadounidenses. Tanto desde la perspectiva rusa como desde la estadounidense, es poco probable que Europa influya en el resultado de las conversaciones sobre Ucrania. Cualquier resolución o escalada de la crisis llegará a través de un canal EEUU-Rusia.

Sin embargo, a largo plazo, este creciente desequilibrio de poder en la relación transatlántica será un gran problema para EEUU. En un mundo de creciente competencia geopolítica, EEUU necesita socios, no suplicantes ni aprovechados. Una de las razones por la que los europeos siguen dependiendo de EEUU es que el gobierno estadounidense a menudo fomenta esta dependencia, llegando a tachar de proteccionistas o duplicadores algunos esfuerzos europeos en materia de defensa. Para que EEUU se concentre –como la mayoría de los responsables políticos estadounidenses creen que debe hacerlo– en el desafío de China en el Indo-Pacífico, necesitará aliados europeos que gestionen los asuntos de seguridad europeos con menos ayuda de EEUU. En otras palabras, necesitará una Europa más soberana y poderosa.

Artículo publicado originalmente en inglés en la web del European Council on Foreign Relations (ECFR).

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