Autor: Winston Churchill
Editorial: Ediciones Encuentro
Fecha: 2016
Páginas: 208
Lugar: Madrid

Europa unida, según Churchill

Política Exterior
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No sabemos qué pensaría Winston Churchill de la decisión que han tomado sus compatriotas de abandonar la Unión Europea, pero lo que sí es seguro es que nos habría regalado, si no un discurso, al menos una de sus frases memorables. Durante los años posteriores a la Segunda Guerra mundial Churchill fue un apasionado defensor de la unidad europea. En sus discursos hablaba de olvido y reconciliación, de la necesidad de recrear la familia europea y establecer unos Estados Unidos de Europa… con Gran Bretaña al margen. “Estamos con Europa, pero no en ella. Estamos vinculados, pero no comprometidos”, dijo en 1930.

El primer ministro más popular en la historia del país representa a la perfección la excepcionalidad británica. Se mostró siempre a favor de la unidad europea, pero su opinión sobre hasta qué punto debía implicarse Gran Bretaña fue variando. Belén Becerril intenta responder a una pregunta que surge inevitablemente ante el caleidoscópico premier británico: ¿fue Churchill el gran valedor de la unidad europea en los años de posguerra? Europa unida reúne dieciocho discursos (y una carta) pronunciados por Churchill desde el fin de la guerra hasta su muerte, todos relacionados con el proyecto de integración europeo.

Todos recordamos al Churchill de la guerra –el de la sangre, el sudor y las lágrimas–, pero hay mucho más. El político británico tuvo una de las carreras más longevas (y con más altibajos) en la historia del país: miembro de la Cámara de los Comunes desde 1900, el desastre de los Dardanelos en 1915 pareció echar por tierra su carrera. No fue así y regresó en los años veinte como encargado de las finanzas británicas, para convertirse una década después en la Casandra de las Islas, advirtiendo sin cesar sobre los peligros de los fascismos, en particular de la Alemania nazi. En 1940 alcanzó la cumbre de su carrera al convertirse, en pleno conflicto, en primer ministro. Y sorprendió de nuevo al perder las elecciones tras ganar la guerra, a pesar de su popularidad. En 1951 volvería al cargo, pero, marcado por el cansancio y los problemas de salud, no tardó en ceder el testigo a Anthony Eden.

Churchill fue tan buen estratega como orador. Como ejemplo, las palabras que le dedicó Clement Atlee: “Si alguien me preguntara qué hizo exactamente Churchill para ganar la guerra, diría: hablar de ello”. Preparaba sus discursos él mismo y el asunto de la unidad europea copó la mayoría de ellos desde que finalizó la guerra. Como ya hemos visto, la idea de unos Estados Unidos de Europa fue mencionada por primera vez en 1930, pero no cogió fuerza hasta que la guerra contra las potencias del Eje demostró su teoría: una Europa fuerte y aliada era necesaria para la paz y la seguridad.

Uno de los discursos que pasaron a la historia fue el de Zúrich, en septiembre de 1946, cuando propuso la creación de un Consejo de Europa que pudiera fortalecer a las Naciones Unidas. El primer paso para ello era conseguir la asociación entre Francia y Alemania: “Demos la espalda a los horrores del pasado y miremos al futuro”. Para Churchill, la paz mundial debía sostenerse sobre cuatro pilares: Estados Unidos, la Unión Soviética, el Imperio británico, junto con la Commonwealth, y Europa.

Esta idea se fue perfilando y a la vez que eliminó uno de esos pilares, al oponerse de manera frontal a la URSS, describió a Gran Bretaña como el vértice donde debían unirse lo tres grandes focos de naciones libres: el Imperio británico y la Commonwealth, el mundo de habla inglesa y la Europa unida. Sin embargo, Churchill no creía que Europa estuviera preparada para una federación política. Así, Gran Bretaña firmó en mayo de 1949 el estatuto del Consejo de Europa, cuyo diseño intergubernamental no suponía ninguna cesión de soberanía. No ocurrió lo mismo con la Comunidad Europea del Carbón y del Acero (CECA), pues Churchill deseaba un área de libre comercio pero sin implicación política.

El mensaje de Churchill fue siempre el mismo. “La seguridad y la prosperidad de Europa residen en su unidad”. Varió, sin embargo, el papel que debía desempeñar su país en esa unidad. En uno de sus últimos discursos, en julio de 1957, mostró su deseo de integrarse en la Comunidad Económica Europea a pesar de su previa oposición a la CECA, idea que reiteró en una carta a la presidenta de su distrito electoral, Doris Moss, en 1961. Sin embargo, un año después, ingresado ya en un hospital, el mariscal Montgomery comunicó que Churchill se oponía a la adhesión.

Se desconoce si estas palabras fueron malinterpretadas por Montgomery, pero lo que sí es cierto es que los discursos de Churchill fueron tan ambiguos que han sido utilizadas tanto por aquellos a favor de la pertenencia de Reino Unido en la UE como por quienes se oponen.

Churchill no vivió lo suficiente para ver la incorporación de Reino Unido a las Comunidades Europeas y no sabemos qué habría opinado sobre la consumación del #Brexit. Pero una cosa sí sabemos: la Unión Europea de hoy le debe mucho a las ideas de este inglés excepcional.