AFKAR-IDEAS  >   NÚMERO 62

Participantes en el “Desfile Dorado de los Faraones”, el 3 de abril de 2021 en El Cairo. MAHMOUD KHALED/AFP/GETTY

‘Grandeur’ y sombras en Egipto

El autoritarismo se afianza cada día más en un país que por historia, geografía y peso cultural y demográfico, sigue siendo el centro del mundo árabe.
Editorial
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La verdadera independencia de Egipto se produjo en 1956 cuando Gamal Abdel Nasser nacionalizó el Canal de Suez y se deshizo de las garras coloniales europeas, por mucho que Francia, Gran Bretaña e Israel intentaran evitarlo en una guerra que las nuevas potencias mundiales abortaron. Suez se convirtió en epítome de la soberanía, de la identidad y del poder egipcio. Esta arteria vital para el comercio mundial ha sido símbolo y fuente de recursos desde entonces. En 2020 los ingresos procedentes del tráfico por el Canal aportaron alrededor de 5.600 millones de dólares, uno de los tres pilares de la economía egipcia junto con el turismo y las remesas. Se calcula que por él pasan unos 100 buques al día, un 13% del comercio marítimo que acapara entre el 70% y el 80% del comercio mundial.

De ahí que cuando el portacontenedores Ever Given quedó encallado en el Canal de Suez, el comercio mundial pendió de un hilo. Las pérdidas, y los buques en espera, se amontonaban y la operación para desencallar el buque se convirtió en un pulso a contrarreloj para las autoridades egipcias. No es de extrañar que seis días después, cuando lograron liberar el canal, el presidente Abdelfattah al Sisi mostrara el logro como un motivo de orgullo nacional. De hecho, su ampliación en 2015 fue uno de los megaproyectos insignia de su gobierno y del complicado periodo posrevolucionario. Al Sisi supo capitalizar políticamente el infortunio del Ever Given; ahora está por ver quién paga la factura que la Autoridad del Canal estima en 9.600 millones de dólares entre indemnizaciones, pérdidas, daños en la carga y costes de reflotar el buque. Pero los egipcios lo celebraron y recuperaron parte del orgullo herido por el declive de unas últimas décadas marcadas por la pérdida de peso político de Egipto en la región y la creciente dependencia de sus patrocinadores del Golfo.

Egipto, y su presidente, sacan pecho, y así lo demuestran también en otros contenciosos regionales, como la construcción y llenado de la Gran Presa del Renacimiento Etíope. Fracasadas las negociaciones, Al Sisi lanzó duras amenazas a sus vecinos al Sur. El caudal del Nilo es una “línea roja” y una gota de agua puede generar mucha inestabilidad. Y las amenazas de Al Sisi no pueden tomarse a la ligera en el clima de ensalzamiento patriótico marca de la casa desde su llegada al poder.

Qué mejor pues que el bálsamo del esplendor pasado para dejar de lado que en plena crisis de la Covid-19, la economía egipcia sigue decreciendo (del 5,9% de crecimiento en 2019 a un 3,5% estimado en 2021), que un 29,7% de la población vive bajo el umbral de la pobreza y que unos 15 millones de egipcios no podrán permitirse comprar la vacuna que, según parece, va a venderse.

Así cabe interpretar el “Desfile Dorado de los Faraones”, el show de factura millonaria con la excusa de trasladar a las 22 momias desde el Museo Egipcio de la Plaza Tahrir hasta el nuevo museo en El Fustat. Allí Al Sisi las esperaba con honores para anunciar que el traslado marcaba “el renacimiento de una vieja nación que quiere recuperar el lugar que le corresponde en el mundo moderno”. Pan y circo, trufado de dorados, simbolismos y la sensación de estar en la mirada del mundo entero, de ser de nuevo umm ad-dunia, madre de la civilización, como se considera Egipto a sí mismo. El subidón de orgullo patriótico fue descomunal y egipcios de todas las clases pensaron que tal demostración de grandeur faraónica sería el acicate para atraer a esos millones de turistas perdidos (de 13,1 a 3,5 millones en el último año).

Sin embargo, parece difícil que el turismo, como el comercio y los negocios, vuelvan rápidamente a la normalidad. El desfile fue una anécdota más cuya factura acabará en las espaldas de unos cuantos, como la de Suez o la de la remodelación de la Plaza Tahrir, que de paso ha conseguido borrar las trazas de la revolución que inspiró al mundo en 2011. Otro símbolo más de que el régimen piensa perpetuarse, anclado en el ensalzamiento patriótico y en demostraciones de fuerza, mientras tantos activistas y opositores languidecen en prisión.

Desde Europa contemplamos con perplejidad y asombro y con cierta frustración cómo el autoritarismo atávico se afianza cada día más en un país que, por historia, geografía y por su peso cultural y demográfico, sigue siendo el centro del mundo árabe.