INFORME SEMANAL DE POLÍTICA EXTERIOR  >   NÚMERO 925

#ISPE 925. 9 febrero 2015

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Las nuevas rutas navegables creadas por el deshielo y los potenciales recursos energéticos del Ártico –que podría albergar el 30% de las reservas de gas no descubiertas y entre el 13-22% de las de petróleo–, vienen movilizando desde hace años a los ocho países del Consejo Ártico: Canadá, Dinamarca, Noruega, Estados Unidos, Islandia, Suecia, Finlandia y Rusia. De ellos, cinco son miembros de la OTAN, cada vez más suspicaces ante la creciente militarización rusa del círculo Ártico. Moscú ha reactivado viejas bases de la época soviética, como la naval de Kotelny, cerrada en 1993 y reabierta el año pasado. Las maniobras militares, que fueron habituales en la zona durante la guerra fría, han regresado para quedarse.

Rusia va a desplegar este año una brigada de infantería de marina, 56 aviones y 122 helicópteros de su fuerza aérea en sus regiones árticas, además de reforzar su Flota del Norte, la única del mundo dotada con rompehielos de propulsión nuclear. Dado que la partida de defensa en el presupuesto ruso de este año va a aumentar un 20%, Moscú espera tener operativos 14 aeropuertos dotados de sistemas antiaéreos S400 en la zona.

En la nueva doctrina de defensa rusa hecha pública el pasado diciembre, por primera vez el Ártico figura en un lugar prioritario. El antecedente de todo ello fue la colocación, en agosto de 2007, por un batiscafo de una bandera rusa de titanio a más de 4.000 metros de profundidad en el Polo Norte. La lógica de esa estrategia es bastante clara: adelantar posiciones frente a los demás miembros del Consejo Ártico con vistas a la explotación de los recursos del subsuelo y el control de las rutas marítimas que el cambio climático está abriendo en el círculo ártico. Y cuando se trata de controlar…

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