En el principio, Dios creó el Cielo y la Tierra. Y en ella plantó un delicioso jardín en el que puso al hombre que había formado. De aquel vergel de delicias salía de la tierra un río para regar el Paraíso, y desde allí se dividía en dos canales, uno llamado Tigris se extendía hacia tierra de asirios; otro, el Éufrates. Así Dios tomó al hombre y le dejó en aquel vergel para que lo cultivara y guardase.”
Así empieza una de las más antiguas crónicas de la humanidad, una leyenda asiria. Y en esas líneas se expresa de forma elocuente la convicción del pueblo iraquí de sentirse llamado a jugar un papel que desborda las proporciones limitadas del moderno Estado iraquí, 438.444 kilómetros cuadrados, de ellos 200.000 de desierto y una cuarta parte cultivada.
La tierra de Mesopotamia, cuna de la civilización, asentada en realidades económicas como la inmensa reserva petrolífera y la riqueza en reservas hidráulicas, se fortalece en realidades geopolíticas. Encrucijada que une tres continentes, Asia, África y Europa, punto terrestre que une el océano Índico y el mar Mediterráneo. Su llanura ha sido el camino histórico hacia el Extremo Oriente y el Golfo; la riqueza agrícola del Tigris y el Éufrates, permitieron asentar el poder de varios imperios.
Irak es uno de los países más ricos del mundo en reservas hidráulicas y una de las tierras más fértiles. Sus dos grandes ríos, el eterno dúo Tigris y Éufrates, descienden desde el norte, siguen paralelos por la tierra de Irak y se unen en la provincia de Basra formando el Chatt-Al-Arab. El Tigris atraviesa 1.718 kilómetros, el Éufrates 2.300 kilómetros y unidos desembocan a 110 kilómetros del Golfo arábigo. Sobre estas coordenadas geográficas de excepcionales posibilidades se han asentado una serie de civilizaciones que en diferentes momentos…

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