Autor: Niall Ferguson
Editorial: Debate
Fecha: 2021
Páginas: 640

La historia de las catástrofes vista por un conservador

El nuevo libro de Niall Ferguson es un intento de elaborar una desastrología de corte conservador, a caballo entre huracanes y terremotos, guerras y plagas, epidemias y tsunamis. En ella, ocupan un lugar central el coronavirus y sus consecuencias geopolíticas en el enfrentamiento entre Estados Unidos y China.
Carlos Corrochano Pérez
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Uno de los elementos más fascinantes de la obra de Isaiah Berlin es su voluntad de leer a aquellos con los que discrepaba, de entenderlos, rebatirlos y, en no pocas ocasiones, incorporarlos a sus propias tesis. Así, Berlin leyó con profusión a autores tan dispares como Georges Sorel o Joseph de Maistre, y a partir de esos desacuerdos construyó gran parte de su heterodoxo pensamiento político. Movido por esta predisposición curiosa, leo a Niall Ferguson desde un escepticismo prácticamente militante, con la seguridad de que (casi) nada de lo que escriba podrá hacerme fruncir el ceño y asentir con convicción. Pero, al fin y al cabo, lo leo. 

Y leo a Ferguson porque creo que, de disponer del tiempo suficiente, hay que leer a Ferguson. El principal interés de sus obras no radica en su consistencia teórica –más allá de su característica prodigalidad en citas y referencias–, sino en la capacidad de influir y modelar la discusión pública, de arrastrarla, a golpe de best-seller y conferencia mediática, hacia su propio terreno, de polemizar con las problemáticas contemporáneas y entrar a formar parte del repertorio discursivo de las élites occidentales, de proveerles de un argumentario bien hilvanado con un barniz de provocación y erudición a partes iguales.

Su nuevo ensayo, Desastre. Historia y política de las catástrofes, escrito desde su refugio pandémico en Montana, propone una historia general de las catástrofes, desde las geológicas hasta las geopolíticas, desde las biológicas hasta las tecnológicas. Así, en sus páginas se narran todo tipo de eventos, entre lo trágico y lo rimbombante: huracanes y terremotos, epidemias y conflictos bélicos, plagas y accidentes nucleares. De entre todos estos desastres, el coronavirus ocupa un lugar privilegiado, lo que suscita el interrogante de si podemos teorizar ya, tan pronto, sobre el Covid-19.

La tesis del historiador británico pasa así por elaborar lo que denomina como una «teoría general del desastre», alejada de lecturas naífs y woke (sic), y desplegada a partir de cinco puntos principales. En primer lugar, advierte Ferguson, las catástrofes son «intrínsecamente impredecibles». En segundo lugar, no se puede establecer una dicotomía clara entre los desastres naturales y los desastres provocados por el hombre. En tercer lugar, el punto crucial en el que se culmina la catástrofe se encuentra en la parte intermedia de la cadena de mando, y no necesariamente en los liderazgos y la parte alta de la jerarquía. En cuarto lugar, existe una interrelación irresoluble entre el «contagio de los cuerpos» y el «contagio de las mentes». En quinto y último lugar, y ante la espontaneidad del desastre, Ferguson considera que es mejor «estar paranoicos en general que burocráticamente preparados para la contingencia equivocada».

 

Steven Pinker y la amenaza del rey dragón

Ferguson se sitúa en el lado correcto de la historia, al menos de forma circunstancial, al criticar a Steven Pinker y su archiconocida declaración del «fin de la historia médica». Según el psicólogo de Harvard, los avances en materia de nivel de vida y salud pública han conseguido doblegar las epidemias, erradicar por completo las grandes enfermedades de la faz de la tierra. 

En ese sentido, el escritor británico afirma que era fácil predecir que se desencadenaría una pandemia, ya que fenómenos de esta índole «no paraban de estar a punto de ocurrir todo el rato». Los expertos lo anticiparon, y el SARS, MERS o ébola dan buena cuenta de ello.  

Desastre acierta al caracterizar la pandemia del coronavirus como un «rinoceronte gris» –algo «peligroso, obvio y altamente probable»– en lugar de un «cisne negro» –un acontecimiento que se nos presenta como imposible–. Su autor va más allá y se pregunta si, de algún modo, el Covid-19 puede ser entendido como un «rey dragón», una catástrofe extrema, de gran magnitud y altamente contagiosa. Además, Ferguson trata de evitar a toda costa lo que Nassim Taleb ha calificado de «falacia narrativa»; esto es, la elaboración a posteriori de historias psicológicamente satisfactorias a la hora de entender los porqués de la actual pandemia. Los indicios, estudios científicos y advertencias variadas se sucedieron, estaban ya ahí. Por ello, aún admitiendo la dificultad de mantener una preparación satisfactoria para catástrofes, hay que agradecer a Ferguson su afán de no escurrir el bulto y, en consecuencia, predicar la inevitabilidad del coronavirus.

 

Nostalgias de Eisenhower

En consonancia con el tercer punto de su teoría general del desastre, Ferguson no cree que el hecho de que la pandemia fuese especialmente desastrosa en Estados Unidos se debiese a que Donald Trump se encontrase a cargo del país. Según el británico, la incompetencia de los Boris Johnson y compañía tampoco explica las horripilantes cifras que arrojó la gestión del Covid-19 en Reino Unido. 

Muy al contrario, el ensayo pone como ejemplo de buena gestión a la respuesta dada por la administración presidida por Dwight Eisenhower a la cepa de gripe que en 1957 azotó a la población estadounidense. En dicho contexto, el gobierno federal apostó por una suerte de combinación entre inmunidad de grupo y vacunación selectiva, en un momento histórico –el de la guerra fría– en el que existía, según Ferguson, una mayor cooperación internacional en asuntos de salud pública. 

De esta forma, tras comparar diversas variables de los virus, el británico considera que el SARS-CoV-2 se asemeja más a la gripe asiática de 1957 que a la gripe española de 1918-19. Así, Ferguson entra de lleno en la dualidad «economía versus salud» y valora positivamente que Eisenhower no declarase el estado de emergencia, apostase por no endeudar el país «hasta las cejas», y evitase decretar confinamientos y cierres masivos. Además, y por si fuera poco, en Desastre se sentencia que «los estadounidenses actuales tienen, a todas luces, una tolerancia al riesgo mucho menor que la que tenían sus abuelos y bisabuelos hace seis décadas». Resiliencias generacionales aparte, Ferguson parece deslizar que dentro de 50 años esta pandemia habrá caído en el olvido. La labor de adivino se adelanta en ocasiones a la de historiador.

 

La segunda guerra fría ya está aquí

La parte más interesante del ensayo es la dedicada a desgranar lo que Ferguson –y muchos otros– llaman la «segunda guerra fría», el enfrentamiento por la hegemonía mundial entre un EEUU en supuesto declive y una China emergente. El escritor tacha de exagerados a los agoreros que pronostican la fatalidad del destino estadounidense y, en contra de sus predicciones, considera que la crisis del coronavirus ha puesto en evidencia el robusto dominio norteamericano en el plano económico, la carrera por la vacuna y la competencia tecnológica. 

Frente a aquellos que creen que nos encaminamos hacia un «siglo asiático», Ferguson confía en la capacidad de resistencia de EEUU, pero realiza una serie de advertencias: solo se podrá vencer esta segunda guerra fría si se convence a los antiguos aliados del eje occidental de no abandonar el barco. 

Frente a aquellos que, retomando el espíritu de los años setenta, ven posible una relación productiva entre Pekín y Washington, una «anienemistad» (Allison dixit) o un modelo de «cooperación-rivalidad», Ferguson considera que, lejos de toda duda, China está ya metida en una disputa hegemónica con el único objetivo de convertirse en un imperio 2.0 basado en la civilización antiliberal. 

Así, el libro se puede leer como un sombrío aviso para navegantes: si por cualquier motivo caemos en una guerra, sus consecuencias podrían tener un impacto mucho mayor que el peor de los escenarios que imaginemos para la pandemia del coronavirus. 

Henry James señaló que «aunque un conservador no es necesariamente optimista, un optimista puede muy bien ser conservador». Con todo, Ferguson esquiva los desvaríos del optimismo y abraza los sentidos de una realpolitik incompleta, habida cuenta de que evita señalar a lo largo del ensayo, quizá por deformación profesional, variables clave como el impacto de la desigualdad o la relevancia del cambio climático. En cualquier caso, Desastre busca construir una nueva desastrología conservadora, ecléctica y entretenida, con vocación geopolítica, alejada de los búnkeres y submundos del conspiracionismo alt-righter y empapada de la pulcritud de saberse, en la jerga anglófila, un «conservador con c minúscula», un tory sin partido, un alma libre, portavoz de sí mismo y de nada o nadie más.