namerica
Autor: Martín Caparrós
Editorial: Literatura Random House
Fecha: 2021
Páginas: 680
Lugar: Barcelona

La región en busca de la esperanza

La América de Martín Caparrós sigue siendo la región más desigual del mundo, pero ya no encarna los tópicos de la literatura revolucionaria. Hoy su rasgo principal es la falta de esperanza, fruto de las decepciones políticas de las últimas décadas.
Diego Escribano
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Tras el monumental El Hambre, Martín Caparrós ha escrito un libro que, sin alejarle de su inevitable condición de cronista, le consolida como ensayista. Es una obra de ambición continental. Y que mezcla, como acostumbra el autor, acidez y lucidez.

Como buena parte de sus escritos, el título Ñamérica es una provocación que no debe tomarse tan en serio y, al mismo tiempo, una reivindicación seria. El motivo señalado por el autor es que, aunque América ya no sea –al menos llamada– hispana, sus habitantes siguen siendo los que hablan castellano y opina que “esa letra rara” que es la Ñ es lo que distingue “más que nada” al castellano. Y, tras visitar diferentes países, Caparrós analiza la América que habla castellano con la convicción de que las naciones son el gran mito moderno, cuestionando radicalmente las fronteras.

Una vez aclarado el lugar desde donde mira, Caparrós recuerda que “durante trescientos años la América Hispana fue parte del mismo Estado, la misma religión, la misma cultura”. Señala también que esa parte de América empezó a llamarse latina “en una época en que, todavía, el latín era el idioma de la misa, la lengua de la cristiandad: en que todo suramericano más o menos educado había oído hablarlo más de un domingo, más de un bautismo, más de una boda o un entierro”. A modo de paralelismo con el inglés y la formación en inglés en la actualidad, Caparrós señala que el latín fue “el idioma que establecía las diferencias entre unos y otros, los que lo conocían y los que no: desigualdad hecha palabras. Eran esos suramericanos educados los que podían decidir cómo llamar al continente: llamarlo Latinoamérica era una forma de reafirmar su poder, su posesión”.

Caparrós menciona la obra clásica de Eduardo Galeano a través de la cual se acercaron millones de personas a la región, Las venas abiertas de América Latina. Lo hace refiriéndose a cuestiones clave en la izquierda del momento, los años setenta, como la pobreza o la desigualdad económica, en términos crudos: “En aquel libro, muy de acuerdo con la época, había malos macizamente malos y los buenos: los autóctonos que intentaban resistirse”. Justo después de afirmar que “el expolio, en efecto, lo fue y lo sigue siendo”, concluye que “esas visiones reductoras de la historia solo producen frases hechas y titanes de cartón y arrebatos sin futuro”. Por cuestiones como el crecimiento demográfico, la urbanización acelerada y la ampliación de las clases medias, el presente de la región que analiza Caparrós es muy diferente al de hace unas décadas, a pesar de que persistan problemas históricos, como la pobreza, que sigue afectando de forma desproporcionada a personas indígenas y afrodescendientes.

 

La región más desigual

Caparrós recuerda que América Latina sigue siendo la región más desigual del mundo, “donde las diferencias entre ricos y pobres son más brutas, más visibles, más flagrantes”. Recuerda también, poco después, “esos tiempos en los que buscábamos la igualdad porque la desigualdad nos parecía inmoral, intolerable”, y plantea la queja esperanzada de que “no sobreviven, actualmente, muchas doctrinas que planteen la igualdad material como un fin”. No considera que el movimiento de derechos humanos, en el que se han venido dando discusiones relacionadas con cuestionamientos presentes en el libro, sea suficiente como proyecto global. Quizá por desconocimiento de iniciativas como los Principios de Derechos Humanos en la Política Fiscal. Al fin y al cabo, Caparrós señala que una de las causas de la desigualdad extrema “es la incapacidad de los Estados ñamericanos para redistribuir ingresos” y que “el poder de los que tienen, en Ñamérica, también consiste en pagar tan pocos impuestos”.  Y alerta de que, “pese a las mejoras de las dos últimas décadas, uno de cada tres ñamericanos sigue bajo la línea de pobreza. Y uno de cada diez sigue en la pobreza más extrema”. Fruto de las decepciones políticas de las últimas décadas, “los pobres ya no son la esperanza; tienen, si acaso, la esperanza lejana de dejar de serlo”.

 

«Ahora ‘el recurso a la corrupción es la forma de postular que si hay desigualdad no es porque un sistema las produzca, sino porque unos individuos se quedan con lo que no debieran’, critica Caparrós»

 

Caparrós no evita cuestiones incómodas. Recordando que la droga ha sido la principal causa de la privatización de la violencia, defiende su legalización bajo control estatal. Señala el descrédito de las democracias en la región, afirmando que “nada ha hecho tanto como la corrupción por el desprestigio de la política, de las democracias”. Al mismo tiempo, cuestiona que mientras hace años en la región “se diría que hay pobreza y subdesarrollo porque algunos concentran buena parte de las riquezas que deberían alcanzar para todos”, ahora “el recurso a la corrupción es la forma de postular que si hay desigualdad, si hay injusticia, si hay miseria no es porque un sistema las produzca, sino porque unos individuos se quedan con lo que no debieran”.

Los años noventa, dice Caparrós, fueron “tiempos de enriquecimiento para algunos y penuria económica para muchos” y en los 2000 “la mitad de los países de la región se volcó a esos gobiernos que la viveza política dio en llamar de izquierda y la pereza política, populistas”. El nexo en común entre ambas décadas fue el hecho de que los países “vivieran de la exportación de materias primas y que hubiera en ellos un buen porcentaje de pobres y excluidos”.

 

Más allá de la supervivencia

Pero Caparrós también celebra algunas cosas. No olvida cuestiones importantes para la región en los últimos años como el auge y victorias del movimiento feminista y la desmovilización de la mayor guerrilla en Colombia. O los cambios en la vida de millones de personas que han supuesto diferentes movimientos sociales, como los que tratan de hacer efectivos los derechos de mujeres, personas LGTBI+, afrodescendientes e indígenas.

Pero, señala, “el cambio más brutal con respecto a la Ñamérica de hace medio siglo es que falta esperanza” y que “muchos de los grandes movimientos se vuelven defensivos”. Echa en falta proyectos más amplios. “Aunque, por ahora, el continente de la imaginación no consiga imaginarse nada”, es urgente “empezar a pensar algún futuro que no sea solo supervivencia”. Para ello, deja preguntas tan provocadoras como la siguiente: “¿Por qué no toleramos la desigualdad por géneros o razas, pero sí por riqueza?”.