POLÍTICA EXTERIOR  >   NÚMERO 21

La sociedad de la información

Emilio Fontela
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Japón es una isla y tiene carácter y comportamientos isleños. Su interacción con el resto del mundo siempre ha sido muy limitada con algunos, muy escasos, puntos de transferencia: fue una élite japonesa la que aprendió lenguas chinas y tradujo para el pueblo las excelencias de esta civilización; fueron pocos misioneros holandeses quienes difundieron las primeras tecnologías europeas.

La restauración Meiji de 1868 marca el verdadero principio de la “modernización” o si se quiere mejor de la “occidentalización” porque significa el primer paso hacia la adopción japonesa de la cultura científica y técnica de Occidente.

El progreso económico que se establece a partir de ese momento, la revolución industrial, el colonialismo imperialista, y numerosos otros aspectos de la vida política y social, hacen de Japón un país en apariencia idéntico a los que forman la Gran Comunidad Industrial Avanzada, o sea con problemáticas históricas similares a las de Europa o de Estados Unidos. Pero en el fondo la cultura isleña, evidentemente aislacionista, se ha mantenido con fuerza; se apoya “uchi”, lo nuestro y se rechaza “soto”, lo de ellos; el centro de Japón se opone como abstracción al centro “del resto” del mundo; en las grandes empresas que manejan centros de producción robotizados o instrumentos financieros sofisticados, se mantiene el principio de lealtad institucional característico del “bushido” de los samurais; en las religiones, en las artes, en las relaciones interpersonales, se mantiene viva una cultura japonesa pluralista y flexible, no exenta de una cierta crítica hacia el uniformismo progresista de Occidente.

Es un hecho evidente para todo analista de la vida japonesa que Japón ha recibido la revolución científica y tecnológica importada como un elemento de estímulo para la competencia cultural con el resto del mundo; el proyecto japonés ha sido y sigue siendo, un proyecto profundamente nacionalista, con todas…

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