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Presentación de Perfectos desconocidos en el Líbano, primera película árabe de Netflix. Dubái, enero de 2022. CEDRIC RIBEIRO/GETTY IMAGES PARA NETFLIX

Las vicisitudes de la revolución de la televisión árabe en ‘streaming’

La popularidad de la televisión estadounidense, los recursos y, sobre todo, las relativas libertades que las plataformas en 'streaming' dan a los guionistas, las convierten en el futuro de la televisión árabe.
Joseph Fahim
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A lo largo de medio siglo, las series de televisión árabes han experimentado varias transformaciones radicales que reflejan el signo de sus tiempos respectivos: desde las primeras comedias sociales de finales de los años sesenta y principios de los setenta, encantadoras aunque primitivas desde el punto de vista estético, y los dramas familiares de los ochenta y noventa del pasado siglo, hasta las audaces historias de relaciones del periodo que siguió a la Primavera Árabe y las tramas de temática social escrutada al milímetro en la actualidad.

Con el tiempo, diversas fuerzas han ido influyendo en las series árabes: los parámetros limitados de la televisión local, el auge de los millonarios canales por satélite del Golfo a finales de los años noventa, la crisis económica mundial de 2007-08 y las turbulencias políticas. La proliferación de las plataformas en streaming podría representar el mayor punto de inflexión de la historia de la televisión árabe moderna. La popularidad y la innegable influencia de la televisión estadounidense, la profusión de recursos a disposición de los creadores de series de toda la región y, sobre todo, las relativas, o más bien ilusorias, libertades que las plataformas conceden a los guionistas en una época de generalización de la censura, las convierten en el futuro incuestionable de la televisión árabe.

Las series producidas por las plataformas en streaming, más sobrias en su estilo narrativo y más vanguardistas en sus contenidos, abarcan multitud de géneros –desde el suspense hasta el terror pasando por las comedias high-concept [basadas en una idea escueta pero atractiva y original], y los musicales– muy diferentes de los habituales dramas sociales dirigidos a los grupos de población de más edad. Sin embargo, la verdadera explicación del auge de esta modalidad de distribución es la guerra no declarada entre la plataforma privada estadounidense (Netflix) y las gigantescas plataformas con apoyo gubernamental (Shahid en Arabia Saudí o Watch It en Egipto), no solo por el control del mercado, sino por la oposición entre la programación liberal de la primera y los contenidos estrictamente controlados de las segundas.

Cada uno de los bandos se disputa con vehemencia la atención de una audiencia más joven que se está convirtiendo rápidamente en el principal grupo de edad dentro de los consumidores de televisión de la región, de manera que el destino y las características de la televisión podrían acabar determinados por el resultado de una guerra que no ha hecho más que empezar.

 

La televisión árabe antes del ‘streaming’

Durante la mayor parte del siglo XX, las series de televisión árabes estuvieron dominadas por Egipto, que sigue siendo el mayor mercado de entretenimiento de la región gracias a una sólida industria cuyo origen se remonta a principios de siglo.

En consecuencia, era natural que las primeras telenovelas tuvieran su origen allí. Sin embargo, a diferencia de las películas, la mayoría de las series egipcias eran un producto más local y discreto, desprovisto de la fastuosidad del cine y protagonizado por actores con escasa reputación en las películas de mayor audiencia.

Las series de televisión eran más autóctonas que el cine. Varios países árabes –especialmente Arabia Saudí y Kuwait, en el golfo Pérsico– se esforzaron por crear industrias propias con sus propios intérpretes que difundían sus productos solamente dentro de sus fronteras.

Un puñado de telenovelas egipcias de finales de los años ochenta y principios de los noventa resultaron atractivas a un público muy amplio. La serie de espionaje de tres temporadas basada en hechos reales Raafat al Haggan (1988-1991), protagonizada por la estrella de la gran pantalla Mahmoud Abdel Aziz, fue seguramente la serie árabe más popular del siglo XX. Con guion del veterano Saleh Morsy, Raafat al Haggan fue una de las escasas producciones que lograron equilibrar el obligatorio patriotismo con un suspense que cortaba la respiración, una emotiva historia de amor, y una rica y compleja caracterización, así como una visión arriesgadamente equilibrada de la sociedad israelí de los años sesenta en la que se infiltra el espía egipcio protagonista.

Otro éxito de la época fue Layaly al Helmiya (Las noches de Al Helmiya) (1987-2016), un drama social que narraba la historia contemporánea de Egipto desde la caída de la monarquía en la década de los cincuenta. Su guionista, Osama Anwar Okasha, también fue el responsable de varios éxitos en los países árabes como El raya el beeda (La bandera blanca), de 1988, Dameer Abla Hikmat (La conciencia de Abla Hikmat), de 1991, y Arabesque, de 1994.

Tanto Raafat al Haggan como Layaly al Helmiya se estrenaron en Ramadán. Su éxito, junto a los programas de humor y de variedades, atrajo a toda una serie de anunciantes cuyo número se multiplicaba cada año.

A principios del nuevo siglo, el largo y desenfrenado dominio de Egipto se encontró con su primera competencia seria a raíz del florecimiento de las telenovelas sirias. Series como Bab al Hara, Melook al tawaef (Los reyes de las sectas) o Al Zeer Salem, entre otras, pusieron de manifiesto el estancamiento de la producción egipcia. Con unos elementos visuales planos, una estética anticuada, un contenido insulso y un ritmo narrativo lento, la televisión egipcia atravesaba un bache creativo que reclamaba una profunda renovación.

A raíz de la crisis se contrató a varios creativos sirios que trasladaron la calidad visual y sensorial cinematográfica de su trabajo a las historias egipcias, al tiempo que prolongaban la estructura de 30 episodios obligatoria para las series (uno por cada día del Ramadán) utilizando los estados de ánimo en vez de con los habituales intrincados diálogos de la época.

 

El auge del ‘streaming’ se debe a la guerra no declarada entre Netflix y las gigantescas plataformas con apoyo gubernamental, Shahid en Arabia Saudí y Watch It en Egipto

 

Mientras el mercado televisivo seguía floreciendo, las películas locales se atascaban en taquilla, lo cual llevó a los mayores talentos a pasarse a la televisión. Inmediatamente antes de la crisis económica de 2007 se hacían más series en toda la región que en cualquier época anterior.

La recesión dio al traste con la trayectoria comercial de las series árabes y allanó el camino para que proliferaran las telenovelas sirias y turcas dobladas al libanés. Las series libanesas de influencia turca también empezaron a ganar popularidad, atrajeron talentos de Egipto y proporcionaron un entretenimiento garantizado para los meses de Ramadán.

 

La ‘Primavera Árabe’ y la expansión voraz de la censura

La Primavera Árabe cambió para siempre el contenido de las telenovelas árabes. La televisión siria estaba en fase terminal. Egipto disfrutó de un periodo limitado de libertad sin precedentes entre 2011 y 2014, seguido por una censura estricta desde 2015 hasta hoy. Los países del Golfo siguieron manteniendo un férreo control sobre el contenido de las series que, por lo general, reflejaban los programas de sus gobernantes. Túnez, por otra parte, se benefició ampliamente de la relajación de la censura y produjo varias telenovelas de éxito cuya popularidad no tiene parangón con la de ninguna otra producción de televisión hasta entonces.

En varios Estados autocráticos con industria televisiva, como Egipto, Emiratos Árabes Unidos, Arabia Saudí y Kuwait, se impuso un firme control para evitar cualquier posible disidencia similar a la de 2011. En Egipto, el régimen de Abdelfatah al Sisi se hizo con un monopolio casi total sobre los medios de comunicación a través de empresas de servicios de inteligencia militar que no solo se convirtieron en las principales productoras de contenidos de televisión del país, sino también en las propietarias de varios canales por satélite. Asimismo, se creó un segundo organismo de censura: el Consejo Supremo para la Regulación de los Medios de Comunicación.

Por otra parte, Arabia Saudí se animó a invertir en Egipto y estableció varios centros en El Cairo y Dubái para aprovechar los talentos en ciernes del país. Entre Arabia Saudí y Egipto, el panorama televisivo árabe parecía atrapado en un callejón sin salida. Nada parecía amenazar la cuasi hegemonía sobre la televisión del mundo árabe hasta la inesperada aparición de las plataformas internacionales de streaming y su llegada a la región en 2016.

 

Netflix revoluciona la televisión árabe

Antes de su presentación oficial en 2016, las series de Netflix ya eran populares entre los más jóvenes, a los que cada vez atraía menos la televisión local. Varias producciones, como House of Cards, Stranger Things y Orange is the New Black encontraron una gran audiencia entre los adultos jóvenes ávidos de historias diferentes.

En el mundo árabe nunca se promulgaron leyes concretas contra la piratería, lo cual aumentó la popularidad de las series estadounidenses entre la clase media dominante. Juego de tronos y Breaking Bad captaron la imaginación de una generación cada vez más atraída por el poder inmersivo de los formatos narrativos de larga duración. La evasión que ofrecían las series de Netflix y HBO demostró ser más absorbente y fácil de devorar y digerir que el cine.

Al principio, Netflix ofrecía todo lo que la televisión de la región no tenía: sexo, argumentos apasionantes, violencia estimulante y una pizca de política. Las series estadounidenses reflejaban el espíritu del momento; la televisión árabe, en cambio, seguía anclada en formatos anticuados y tradiciones pasadas de moda que los jóvenes encontraban alienantes y sin interés.

Solo era cuestión de tiempo que la plataforma se expandiera y empezara a producir en los países árabes. Netflix poseía múltiples atractivos para los guionistas locales que ninguna otra emisora de la zona podía ofrecer: prestigio, visibilidad a escala mundial y un vínculo directo con Hollywood. El dinero, sin embargo, nunca fue su gancho principal; de hecho, cuando empezó a operar en el mundo árabe, la empresa pagaba salarios más bajos que los productores del Golfo.

Hasta 2019 Netflix no estrenó su primera producción árabe, la serie jordana de terror para adolescentes Jinn. Protagonizada por Elan y Rajeev Dassani, nacidos en Tennessee, y codirigida por el cineasta libanés Mir-Jean Bou Chaaya, Jinn fue poco menos que un desastre. El guion, chapucero, poco original y con enrevesados elementos orientalistas, narraba una rancia historia de maduración utilizada al mismo tiempo como promoción turística de Petra. Aparte de sus carencias estéticas, Jinn fue noticia por contener escenas de besos entre adolescentes jordanos, lo cual provocó la ira de los críticos conservadores y llevó a algunos diputados a pedir su suspensión en el país.

En los 12 meses siguientes, la plataforma estadounidense adquirió varias series olvidadas de producción independiente, incluida la telenovela libanesa de acción Dollar, protagonizada por Adel Karam, con una acogida discreta. Su siguiente gran producción llegó en noviembre de 2020 con la esperada serie de terror egipcia Paranormal. Basada en las populares novelas por entregas de los años noventa obra del autor de culto Ahmed Jaled Tawfik, Paranormal pretendía ser lo que fue El juego del calamar: una propiedad exportable que atrajera a público de todo el mundo.

No fue así, y aunque la serie no llegó a ser la catástrofe que había sido Jinn, su estilo narrativo era igualmente tópico, insulso y francamente flojo. A pesar de estar ambientada en la turbulenta década de los sesenta del Egipto de Nasser, la serie era extrañamente apolítica, y los orígenes tradicionales del terror de las novelas originales habían sido privados de sus connotaciones mitológicas y reducidos a mero exotismo de pacotilla. Y, lo peor de todo, Paranormal tenía un aire demasiado estadounidense a pesar de contar con un reparto egipcio.

Las producciones árabes de Netflix no han disparado las cifras de visualizaciones, pero la plataforma ha seguido expandiéndose y se ha convertido rápidamente en el mayor distribuidor de streaming de la región, con el mayor número de suscriptores.

Egipto y Arabia Saudí tomaron nota del éxito de Netflix. El grupo saudí MBC –un conglomerado de medios de comunicación propiedad de y controlado por el gobierno– ya contaba desde 2008 con Shahid, su propia plataforma de streaming. Los buenos resultados de los estadounidenses le obligaron a cambiar de marca en 2020 con el fin de rivalizar con el dominio de estos. La egipcia Watch it, el servicio de streaming de la empresa militar United Media Services, siguió su ejemplo, y empezó a funcionar en 2019 con el objetivo inicial de ofrecer un vehículo por Internet sin publicidad para sus producciones de Ramadán.

Cuando Internet de alta velocidad se hizo accesible en toda la región, Shahid y Watch It empezaron a brindar alternativas convincentes a la arcaica televisión por satélite. En 2020, todas las plataformas de streaming se hicieron de oro cuando la pandemia de Covid-19 obligó a millones de personas a quedarse en casa.

La estrategia de Netflix a la hora de producir contenidos originales en árabe –si es que tiene alguna– resultó desacertada. Los pasos que ha dado hasta ahora han sido, en el mejor de los casos, torpes. Shahid y Watch It, en cambio, gozan de una ventaja de la que la plataforma estadounidense sigue careciendo: un profundo conocimiento del mercado y una comprensión exhaustiva de los temas culturales del momento. No obstante, han incorporado diversos elementos de la siempre popular televisión estadounidense al ADN de su programación original.

Shahid arrancó con fuerza con varios éxitos de género hábilmente elaborados, entre ellos la serie egipcia de suspense y misterio Fi kol osboua youm gomaâ (Todas las semanas tienen un viernes), nominada al Emmy Internacional, la libanesa de acción policíaca Ahd al dam (Juramento de sangre) y la saudí de terror Al shak (La duda), todas ellas estrenadas en 2020. Por su parte, Watch It obtuvo un gran éxito con Loulou, un culebrón musical a imagen y semejanza de Ha nacido una estrella.

Shahid acabó situándose a la cabeza en 2020 gracias a El leabaa (El juego), una comedia egipcia, de 30 episodios, sobre dos niños amigos que se ven envueltos en un misterioso juego real que no pueden parar. El tono humorístico, la imaginativa comedia de situación y los extravagantes personajes convirtieron a El leabaa en un clásico moderno, una obra original que habría desaparecido si se hubiera emitido por satélite.

Varios rasgos comunes definen las producciones de Shahid y Watch It: se evita cualquier contenido político, la estructuración en episodios es más ajustada (salvo El leabaa, la mayoría de las series tienen entre ocho y 15 capítulos), y se utilizan unos tonos generalmente más oscuros. Al igual que las series para el Ramadán posteriores a la Primavera Árabe, las historias de ambas plataformas existen en una especie de vacío, siempre reacias a tratar la realidad y sin ofrecer una visión analítica de la situación.

Desde el punto de vista creativo, las series en streaming han gozado de más libertad que las tradicionales vía satélite. Su calidad técnica ha empeorado con respecto a los grandes éxitos del Ramadán, mientras que su audiencia sigue siendo relativamente limitada. A lo largo de los dos años siguientes, Shahid y Watch It han seguido produciendo varios éxitos, como la comedia familiar Mawdoo’aeily (Un asunto de familia, 2021) y el drama distópico El gesr (El puente, 2022) por parte de la primera, o la serie de suspense policíaco Tahkik (Investigación,) y el musical para adolescentes Reevo, ambos de 2022, de la segunda.

Aparte de Loulou, ninguna de ellas ha conseguido congregar las grandes audiencias registradas durante el Ramadán. No obstante, la diversidad y profusión de temas ha atraído a nuevos suscriptores, espectadores árabes que buscan nuevos contenidos árabes congruentes y de buena calidad que Netflix no ha sabido ofrecer.

Al principio, los guionistas egipcios vieron en Shahid al salvador que los libraría de las garras de los canales de United Media Services y les ofrecería no solo mejores remuneraciones, sino también menos injerencias. Este mito cayó con el estreno de Menawara Be Ahlaha (Hechizado por su gente), la esperada primera serie del cineasta egipcio de prestigio internacional Yousry Nasrallah.

Una semana antes de su emisión, Bassem el Samra, miembro del reparto, criticó públicamente a Turki Alalshij, asesor del príncipe heredero y presidente de la Autoridad General del Espectáculo, por sus comentarios despectivos sobre la estrella de la comedia egipcia Mohamed Sobhi. Al cabo de un par de días, el tráiler de Menawara Be Ahlaha desapareció de repente. Hasta que El Samra no se disculpó públicamente con Alalshij, la serie no recibió luz verde para su emisión, aunque con un mes de retraso sobre lo previsto.

 

Los valores liberales de Netflix siguen chocando con los conservadores de Shahid y Whatch It, cuyos contenidos están sometidos al control de los gobiernos

 

Cualquier esperanza de que Shahid pudiera disfrutar de suficiente autonomía con respecto a la Corte Real se desvaneció con este incidente, y aunque el gigante del streaming sigue siendo la opción más atractiva para los guionistas árabes, no está exento de líneas rojas que, también en Watch It, prohíben que se aborden directamente temas políticos, así como cualquier forma de crítica a los gobernantes árabes. Y como la represión de la comunidad LGTBI continúa tanto en Arabia Saudí como en Egipto, ya no se permiten las representaciones tolerantes de los personajes homosexuales.

Por su parte, Netflix se ha visto envuelto cada vez en más polémicas. Con la producción jordana Escuela para señoritas al Rawabi, la plataforma se hizo con su primera serie verdaderamente popular con otra historia de acoso adolescente al estilo de Chicas malas, poco original, pero con fuerte resonancia cultural. Perfectos desconocidos en el Líbano, su primera película árabe, cuajada de estrellas, arrasó por su imagen tolerante de la homosexualidad y su defensa de una visión positiva del sexo. En cuanto a la destacada serie egipcia En busca de Ola, se hizo blanco de las críticas por su falso feminismo y su indulgencia con el ambiente de la clase alta. Ninguna de las series árabes originales de Netflix ha conseguido atraer al público mundial como lo han hecho la coreana El juego del calamar o la española La casa de papel.

A pesar de la reciente pérdida de suscriptores de Netflix, no se prevé que el auge del consumo de streaming vaya a llegar a su fin en un futuro cercano en el mundo árabe. El mercado de streaming en la zona aumentó un 30% entre 2020 y 2021. Según una previsión de Digital TV Research, se espera que, solo en la región, la cifra de nuevos suscriptores alcance los 15 millones de aquí a 2026. Netflix seguirá siendo líder, y se prevé que para ese año cuente con 5,4 millones de abonados.

Los estudios no mencionan la cantidad de contenidos pirateados a las tres plataformas, que podría ir desde unos pocos miles hasta el doble del número de suscriptores de pago. Además, siguen entrando en escena nuevos actores, sobre todo en el infrautilizado Magreb. Este año, Túnez ha puesto en marcha dos servicios de streaming: el gratuito Watch Now y el privado de pago Menassa. Ambos emiten principalmente series de producción local. Y aunque todavía no se dedica a la producción de series, Marruecos ha lanzado la plataforma Aflamin, que distribuye películas marroquíes.

No se sabe hasta qué punto el auge del streaming influirá en la televisión árabe. No cabe duda de que Netflix ha dejado su impronta en la producción de series en la región. Sus valores liberales siguen chocando con los conservadores de Shahid y Whatch It, y aunque ambas intentan suavizar algunas de sus normas para atraer más suscriptores, sus contenidos seguirán estando sometidos a un control estricto por parte de los respectivos gobiernos. La lucha por la supremacía entre Netflix, Shahid y Watch It no se resolverá en breve. Que Netflix sucumba a las presiones políticas y frene su proyecto liberal para ganar ventaja en el mercado podría ser la verdadera historia del año que viene./