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Celebraciones para conmemorar el aniversario del levantamiento que derrocó a Muamar Gadafi en 2011. Bengasi, febrero de 2022. Abdulah Doma/AFP/vía Getty Images

Libia: ¿ni guerra, ni paz?

El aplazamiento 'sine die' de las elecciones no es más que un reflejo de la dificultad, de la imposibilidad, que parece tener Libia para empezar un nuevo capítulo de su historia contemporánea.
Barah Mikaïl
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Los parientes pobres de la Primavera Árabe son numerosos. Túnez, Egipto, Siria y Yemen siguen siendo los ejemplos más evidentes del fracaso de una “primavera revolucionaria” a la que, sin embargo, había aspirado en 2011 la inmensa mayoría de las poblaciones del Magreb y el Machrek y en la que habían creído. Libia no es una excepción en este panorama deprimente. Durante la última década, los libios han visto encadenarse una sucesión de ciclos bélicos que no han hecho más que aumentar la fragmentación de su paisaje político e institucional.

Hasta ahora, cualquier esperanza en ciernes ha llevado a la desilusión, y la última ocasión perdida, la de las elecciones presidenciales inicialmente previstas para el 24 de diciembre de 2021, pero finalmente pospuestas indefinidamente, no es más que un reflejo de la dificultad, incluso la imposibilidad, que parece tener Libia para abrir un nuevo y prometedor capítulo de su historia contemporánea.

En este contexto, cabe preguntarse por las perspectivas de futuro de Libia a corto y medio plazo. El pueblo libio está cansado de los episodios de violencia que ha vivido en los últimos años. Pero esa no parece ser precisamente la postura de sus líderes políticos, muchos de ellos enzarzados en interminables luchas por acaparar el poder.

 

Fragmentación institucional

La realidad política institucional libia puede parecer extremadamente complicada a simple vista. Pero no es difícil captar sus realidades esquemáticas.
En cuanto a las instituciones oficiales, en Libia prevalecen dos polos de poder: un “Gobierno de Unidad Nacional (GUN)”, con sede en Trípoli, y liderado desde marzo de 2021 por el empresario Abdulhamid Dabeiba; y un organismo político-militar, el Ejército Nacional Libio (ENL), cuya sede se encuentra en el este del país, en la ciudad de Rayma, dirigido por un militar llamado Jalifa Haftar.

El GUN hace las veces de gobierno oficial, pues es reconocido por la ONU, que puso sus cimientos en 2015. Dirigido anteriormente por el ex primer ministro Fayez al Sarraj, una personalidad cooptada por la ONU, se renovó a principios de 2021, al término de una serie de negociaciones que reunieron a 75 representantes de diferentes regiones del país en una estructura ad hoc llamada Foro de Diálogo Político Libio (FDPL).

 

 

El ENL, por su parte, es una estructura autoproclamada. A pesar de lo que su nombre da a entender, no representa en absoluto un cuerpo militar nacional oficial. El ENL fue deseado y creado por Jalifa Haftar en 2014 con el propósito, entonces no oficial, de intentar tomar el poder en Libia. Desde entonces, los episodios de violencia se han debido en gran parte a la rivalidad entre los respectivos defensores de las dos principales entidades representativas de la realidad libia.

Por lo que respecta a la influencia territorial, encontramos la misma división. Libia ocupa de tres regiones o provincias: la Tripolitania, que compone aproximadamente el tercio noroeste del país; la Cirenaica, que se extiende en el tercio oriental de Libia, de norte a sur; y el Fezzan, que se extiende desde el sur de la Tripolitania hasta las fronteras meridionales del país. La Tripolitania está en manos del GUN; la Cirenaica está gobernada por el ENL; en cuanto a Fezzan, sigue siendo la manzana de la discordia entre el GUN y el ENL. Cada uno de los dos organismos intenta extender su influencia, en un contexto en el que la realidad de los clanes, las tribus y las comunidades es extremamente importante. Pero, a pesar de la extrema complejidad de la situación, hay que reconocer que, en el ámbito militar, el ENL dispone en Fezzan de una base bastante más favorable en comparación con el GUN.

Sin embargo, para que el panorama sea completo, hay que tener en cuenta otras dos instituciones: el Alto Consejo de Estado (ACE), situado en Trípoli, y la Cámara de Representantes (CDR), con sede en Tobruk, Cirenaica. El ACE, que, al menos oficialmente, se entiende con el organismo legítimo del GUN, está compuesto por personalidades elegidas por desertores del Congreso General Nacional (CGN), el antiguo Parlamento libio. El CGN, elegido por la población en 2012 por un período de 18 meses, debía dar paso a un nuevo Parlamento, la CDR. Pero, una vez más, las rivalidades por el poder acentuaron las divisiones institucionales. De modo que el ACE fue establecido por la ONU en 2016, con las funciones oficiales de un órgano consultivo, con poder de decisión conjunto en determinadas situaciones. En cierto modo, podemos ver en el ACE una especie de Senado, al que la CDR necesita para validar sus propuestas. Sin embargo, la vida en Libia está lejos de ser un camino de rosas y, en este sentido, las posturas contradictorias adoptadas por el ACE y la CDR sobre el pacto político libio, así como las divisiones y rivalidades que prevalecen incluso dentro de estos respectivos organismos, continúan cubriendo el horizonte libio de una espesa niebla. A esto se suma otro aspecto importante: el hecho de que las estructuras mencionadas sean a menudo indisociables de sus líderes y/o de sus ambiciones.

 

Candidatos unidos por una aspiración al poder

Los libios deben gran parte de sus males a un factor en definitiva bastante superficial: la búsqueda del poder por parte de los incondicionales del país. Ante la miríada de actores que aspiran a tener un papel en la política nacional, los más importantes son aquellos que demostraron tener influencia y posibles reservas de voto popular durante las abortadas elecciones presidenciales del 24 de diciembre de 2021.

Jalifa Haftar es sin duda una de estas personalidades indiscutibles. El líder del ENL ha vertebrado los acontecimientos libios desde 2014. En los últimos ocho años ha provocado dos guerras oficiales: una conocida como Operación Dignidad, lanzada en 2014 con el propósito oficial de liberar al país de sus elementos “radicales” y “terroristas”; la otra en 2019, conocida generalmente como Guerra de Trípoli, en la que el hombre fuerte del Este ya no ocultaba su aspiración a hacerse con el poder apoderándose de la capital. Ninguna de estas dos empresas permitió a Jalifa Haftar materializar sus ambiciones y, en este contexto, accedió a presentarse a las elecciones presidenciales libias a finales de 2021. Lo que no significa que estuviera dispuesto a jugar el juego democrático; Haftar solo concibe el poder poniendo todo el poderío militar bajo su mando.

Abdulhamid Dabeiba es también uno de los candidatos clave en la escena política libia. La candidatura del primer ministro libio a las elecciones presidenciales fue una sorpresa; su nombramiento al frente del GUN tenía como condición paralela que dirigiera una fase de gobierno interino sin poder aspirar a una elección presidencial. Pero Dabeiba se retractó de sus promesas y se aprovechó de la aprobación de su candidatura, en un contexto facilitado por el hecho de que el poder judicial libio es todo menos funcional. Cabe señalar, al mismo tiempo, que si el primer ministro libio se presentó sin miedo, fue también porque se benefició de un contexto favorable: muchos indicadores en Libia parecen confirmar que Dabeiba tiene una popularidad considerable, no solo en Tripolitania, sino también en Cirenaica y parte de Fezzan. Causa probable: las políticas de ayuda social y económica que ha prometido y/o emprendido en un país donde la población sufre a menudo por la carencia de las necesidades más básicas, como alimentos, electricidad o gasolina, sin olvidar la cuestión del trabajo.

Fathi Bashagha, ex ministro del Interior del gobierno de Fayez al Sarraj (2016-2021), también es un personaje a tener presente. Originario de una de las principales ciudades económicas del país, Misrata, Bachagha cuenta con el apoyo de algunas poderosas formaciones militares, gracias a su feudo de origen (Misrata concentra también gran parte de la fuerza militar en la que se apoya el GUN) y su antigua función gubernamental. Al mismo tiempo, aunque su popularidad parecía haberse limitado durante un tiempo a Tripolitania, Bashagha también se embarcó en una estrategia que allanó el camino a su posible aceptación por una gran parte de los habitantes de Cirenaica e incluso de Fezzan. En la segunda mitad de 2021, Bashagha intentó un acercamiento a Jalifa Haftar. Este acuerdo, mantenido en secreto durante mucho tiempo, se basaba en la idea de una destitución del gobierno de Dabeiba, bien a través de las urnas o por cualquier otro medio. Bashagha sería entonces consagrado como líder de un gobierno interino, en el que Haftar tendría voz. Confiando en este mismo acuerdo, Bashagha y Haftar tratan hoy de destituir al primer ministro Dabeiba por la vía “legal”: a principios de 2021, la CDR intentó proclamar un nuevo gobierno nacional que debía presidir el ex ministro del Interior.

Aquí interviene otro personaje importante en las actuales perspectivas libias: Aguila Saleh, presidente de la CDR. Aunque sus relaciones con Jalifa Haftar no siempre son buenas, los dos hombres, ambos afincados en Cirenaica, siguen, conviviendo el uno con el otro. Aguila Saleh, tentado por un momento por la posibilidad de una candidatura a las elecciones presidenciales, se dio cuenta enseguida de que su popularidad era extremadamente limitada. Por ello prefirió hacer uso de su principal baza: su función como jefe del poder legislativo. Aguila Saleh quiere destituir al gobierno de Dabeiba, que no le es favorable, pero al mismo tiempo espera obtener algún beneficio de las ambiciones de Fathi Bashagha y su aliado ocasional Jalifa Haftar.

Invocar la figura de Aguila Saleh implicaría extenderse sobre el caso de Jaled al Mishri, presidente del ACE. Sin embargo, aunque este está al frente de un organismo necesario para validar la puesta en marcha de un gobierno de Bashagha, las divisiones que prevalecen en el seno del ACE parecen neutralizar de facto la capacidad de acción de este organismo y de su presidente. A pesar de todo, Jaled al Mishri sigue siendo un importante elemento en potencia, especialmente si logra unificar la postura de los miembros del órgano que preside.

Una última figura que hay que tener en cuenta es la de Saif al Islam Gadafi, hijo del ex Guía libio, Muamar Gadafi. Saif al Islam presentó su candidatura a las elecciones presidenciales de diciembre de 2021, provocando una polémica previsible, pero al final su candidatura fue aceptada. Por controvertido que pueda ser Saif al Islam debido a su trayectoria, tiene una base popular en apariencia equivalente a la de Abdulhamid Dabeiba o Jalifa Haftar. Además, este es probablemente uno de los elementos que ha hecho que la organización de las elecciones presidenciales haya quedado en un plano teórico. Una de las principales preocupaciones de la comunidad internacional era saber qué actitud convendría adoptar si Saif al Islam llegaba a gozar de una gran popularidad. Aunque Gadafi pueda ser motivo de controversia, la “corriente verde” de los gadafistas sigue teniendo apoyo popular, especialmente en el Fezzan, regido por una lógica tribal y de clanes más que nacional.

En este contexto, ¿qué horizontes debemos esperar, aunque solo sea a corto plazo?

Bloqueos libios

Por chocante que pueda parecer a algunos, hay que reconocer que la solución a los males de Libia no pasa necesariamente por la organización de elecciones presidenciales. De hecho, aunque estas elecciones se hubieran organizado y se hubieran aprobado sus resultados, esto no habría colocado a Libia en el camino de la estabilización. Abdelhamid Dabeiba, Jalifa Haftar, Fathi Bashagha y Saif al Islam Gadafi son los principales favoritos en unas elecciones en las que probablemente ninguno de ellos podría aspirar a una mayoría absoluta, lo que dejaría abierta la cuestión de la legitimidad de su elección, en un contexto en el que cuesta verlos comprometidos con alguna fórmula de reparto del poder ejecutivo.

 

Por muy raro que parezca, la solución a los males libios no pasa necesariamente por la celebración de elecciones presidenciales

 

Si se quiere favorecer la vía electoral, una opción más sabia sería organizar elecciones legislativas. Por naturaleza, un Parlamento está destinado a reunir a partidos y candidatos con diferentes orientaciones políticas e ideológicas. La diversidad de la CDR nunca ha sido un problema para los libios. Sin embargo, cabe preguntarse por qué la comunidad internacional parece haber querido poner el carro delante de los bueyes, haciendo que el terreno libio sea aún más resbaladizo de lo que es. Obviamente, unas elecciones parlamentarias con un bajo índice de participación también habrían sido motivo de polémica; pero incluso en este caso, se puede pensar que las tensiones generadas habrían sido menores en comparación con la organización de unas elecciones presidenciales.

La situación tal como prevalece hoy puede resumirse aproximadamente de la siguiente manera: por un lado, el gobierno de Dabeiba cuenta con la legalidad y legitimidad que le garantizan el apoyo y reconocimiento de la comunidad internacional, pero queda por saber hasta cuándo, a falta de señales concretas y fiables sobre el próximo calendario electoral. Por otra parte, Jalifa Haftar sigue alimentando sus sueños de hacerse con el poder. Pero para darles apariencia de legalidad, apuesta por el papel del Parlamento y su validación de un nuevo gobierno que estaría liderado por Fathi Bachagha. Sin embargo, aparte del ámbito legal, este escenario requiere la aprobación –lejos de estar garantizada– del ACE, y no está claro que los habitantes de Tripolitania aceptaran un poder que proporcionaría un papel a su odiado enemigo, Jalifa Haftar. Por lo tanto, en la realidad de los hechos, este camino sigue siendo un callejón sin salida.

¿Puede estallar una nueva guerra?

¿Qué escenarios se pueden esperar para Libia? Lo que está fuera de toda duda es que los libios siguen sufriendo la falta de acceso a sus necesidades más elementales. Su país podrá ser muy rico en petróleo y gas, pero carece de coherencia institucional, un buen sistema de gobierno y una distribución equitativa de los recursos disponibles. El pueblo está furioso contra su clase política y necesita y quiere una salida. El problema es que ni siquiera la organización de elecciones parece ser un medio suficiente para crear un consenso y encontrar una solución duradera a sus problemas.

Sin embargo, la ONU sigue siendo el organismo más indicado para ayudar a Libia. Cualquier proceso que ponga en marcha se aceptaría mucho mejor que el que estableciera cualquier otra parte. Además, son bien conocidas las repercusiones negativas de la injerencia extranjera (Turquía, Rusia, Emiratos Árabes Unidos, etcétera) en el escenario político libio. Pero también aquí, y aunque Moscú sea uno de los miembros permanentes del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas y, por consiguiente, tenga derecho a veto, la ONU, sobre todo a través de la acción de algunos de sus miembros, es la organización más capacitada para impulsar acciones duraderas. La forma en que pudo establecer un gobierno en Trípoli y luego renovarlo, así como la manera en que pudo renovar el proceso de Berlín y su limitación de la injerencia extranjera, son hechos que demuestran que no es imposible encontrar una solución. Pero tiene que presionar a los actores políticos libios y sus partidarios, especialmente los menos comprometidos con la estabilización real del país.

El año 2022 probablemente no verá la organización de unas nuevas elecciones. Al mismo tiempo, aunque la guerra sigue siendo una opción posible, está claro que no beneficiaría a ninguno de los actores libios, especialmente en un contexto en el que la población libia quiere pasar página. Por muy tibias y limitadas que parezcan estas perspectivas, son una opción que hay que aprovechar cuanto antes. Por el bienestar de los libios, pero también por el de una subregión y una Unión Europea muy afectadas por el tono del diapasón libio./