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Los mercados, decepción o esperanza

Carta a los lectores
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La valoración del sistema capitalista de mercado está en retroceso desde que se recogieron los restos del muro de Berlín. La democracia política y la libertad de contratación serían la única referencia para cualquier sistema de convivencia social. La institución económica central era el mercado que permitía realizar transacciones entre oferentes y demandantes a la vez que distribuía los recursos de la manera más eficiente. La única condición exigida era el respeto a esa libertad de transacción por parte de los poderes públicos o de cualquier presión oligárquica.

En efecto, la ideología colectivista y los poderes públicos habían anulado en la URSS el juego de los mercados, desde el inmobiliario hasta el de la distribución de alimentos. Acumulación de familias en una vivienda o colas interminables para comprar pan, mientras Yuri Gagarin iniciaba la aventura espacial.

La teología de los mercados eficientes y las expectativas racionales de los agentes económicos, enseñadas en las universidades anglosajonas, coincidieron con una exuberancia incontenible del poder financiero, mucho más libre en su actuación que los traficantes de droga, así como la reaparición de creencias hostiles a las ciencias naturales por parte de grandes sectores de la opinión conservadora. Todo ello ha contribuido a que una iniciativa de los seres humanos en su búsqueda por la civilización, los mercados, haya pasado de ser una esperanza a convertirse en una amenaza. La “mano invisible” que identificó Adam Smith ha dejado de ser invisible, está condicionada; del mismo modo  que sus argumentos morales sobre  la búsqueda de la riqueza han desaparecido de las ciencias sociales que se enseñan en las más prestigiosas universidades. El sentido del mérito no viene calibrado por una experiencia que garantice la elección menos arriesgada en el tiempo sino por la codicia del beneficio inmediato.

Los bancos centrales perdieron su condición de administradores…

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