“Á chacun sa part”. “A cada uno su parte”. Así reza la frase de esa famosa viñeta publicada en el diario L’Illustration en enero de 1885, en la que un caricaturesco Otto von Bismarck reparte a los mandatarios europeos un pedazo del pastel africano. Aquella Conferencia de Berlín dividió África entre las potencias coloniales y legitimó los asentamientos europeos ya existentes. Un año antes, en 1884, el gobierno español de Antonio Cánovas del Castillo, espoleado por la Sociedad Española de Africanistas y Colonialistas, un poderoso lobby de la época, había organizado una expedición al territorio del Sáhara Occidental a fin de asentar allí una colonia para proteger las pesquerías de las islas Canarias.
En Berlín se reconoció una estrecha franja de dominio español entre los cabos Bojador y Blanco, territorio que los españoles continuaron extendiendo en los siguientes años en muchas ocasiones litigando contra el protectorado francés de Marruecos, al norte, y la colonia francesa de Mauritania, al sur. El dominio español del Sáhara llegó a alcanzar en el año 1912 una extensión de 280.000 kilómetros cuadrados, con una población de poco más de 70.000 concentrada en las áreas costeras, porque hacia el interior, un tercio de la colonia era páramo desértico.
El dominio español en el Sáhara no se mantuvo ajeno a los movimientos de descolonización que barrieron África tras finalizar la Segunda Guerra Mundial. La Organización de las Naciones Unidas, de la que la España franquista pasó a formar parte en 1955 tras dieciséis años de aislamiento, comenzó a presionar a Madrid en la década de los sesenta para que impulsara la descolonización del territorio saharaui en cumplimiento con la Resolución 1514 (XV) de 1960.
«El dominio español en el Sáhara no fue ajeno a los movimientos de descolonización de África tras la Segunda Guerra Mundial»
Sin embargo, los recién independizados Marruecos (1956) y Mauritania (1960) esperaban que la descolonización del Sáhara se resolviera con la incorporación del territorio a sus países, no con su autodeterminación. Tanto Marruecos como Mauritania alegaban que el territorio dominado por España les había pertenecido en el pasado. Además de por la presión externa, el dominio español se fue resquebrajando también debido a la oposición de la población colonial. En 1973, rebeldes saharauis fundaron el Frente Polisario, un movimiento de liberación apoyado por Argelia que comenzó una guerra de guerrillas en busca de la autodeterminación.
Asediada en múltiples frentes, la frágil España tardofranquista accedió a organizar un referéndum en 1975. Si bien hasta entonces Marruecos, como Mauritania, habían apoyado las tesis de las Naciones Unidas esperando que la descolonización se tradujera en anexión, la posibilidad de que un referéndum resultara en la creación de un Estado saharaui independiente llevó a que ambos gobiernos trataran de hacer valer sus derechos históricos. Elevaron una petición a la Asamblea General de la ONU para que ésta preguntara al Tribunal Internacional de Justicia de La Haya por los derechos de cada uno sobre el Sáhara.
La respuesta del Tribunal, emitida el 16 de octubre de 1975, no gustó a nadie: los jueces entendieron que, aunque en el momento previo a la colonización española tanto Marruecos como la entidad mauritana tenían vínculos legales con los habitantes del Sáhara, ninguno de esos lazos podía entenderse como constitutivo de soberanía previa. El Sáhara, por tanto, debía autodeterminarse según la voluntad libremente ejercida de su población.
«Washington temía que la autodeterminación del Sáhara trajera un gobierno del Polisario tutelado por la pro-soviética Argelia»
El rey de Marruecos no secundó la opinión (no vinculante) del Tribunal y quiso forzar a España, que en ese momento se preparaba para la muerte de Franco, a tomar una decisión imposible: devolución del Sáhara o invasión. Hassan II movilizó a su población que en una marcha de 300.000 civiles (entre los que iban camuflados efectivos militares) puso rumbo al sur con intención de cruzar la frontera y ocupar lo que ya se consideraban “provincias meridionales del reino”.
Marruecos contaba, hoy lo sabemos, con el apoyo de Estados Unidos. Washington temía que la autodeterminación del Sáhara comportara un gobierno del Polisario tutelado por la pro-soviética Argelia. Temeroso de que un Estado títere de la Unión Soviética se hiciera con una salida al Atlántico, Estados Unidos apoyó (silente) la aspiración marroquí.
Con Franco a punto de morir y la supervivencia del régimen en entredicho, el gobierno de Carlos Arias Navarro dejó clara su prioridad al evacuar a las tropas y población españolas del territorio; decidió pactar en secreto con Marruecos el abandono del Sáhara, aun en contra de la opinión de la ONU, abandonó a los saharauis y se enfrentó con Argelia.
Tras semanas de nervios en los que se temió que la riada humana cruzara al campo de minas tras el cual todavía resistía el ejército español, Hassan II desconvocó la marcha. España negoció de urgencia la cesión de sus competencias como potencia administradora a Marruecos y Mauritania, y lo selló en los Acuerdos de Madrid (febrero de 1976). El Polisario, que había declarado la independencia de la República Democrática Saharaui tras la retirada española, pasó a ocupar la parte desértica del territorio desde donde continuó con sus operaciones contra los marroquíes, de facto (y hasta hoy) dueños del territorio.