POLÍTICA EXTERIOR  >   NÚMERO 24

Oportunidad única de alcanzar la paz

La paz en Oriente Próximo es inevitable; lo que hoy está en juego son sus parámetros.
Shlomo Ben-Ami
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A pesar de la imagen que se tiene del conflicto árabe-israelí como un choque permanente, a veces político o a veces militar y sangriento, los intentos de pacificación y los contactos tanto secretos como públicos entre las partes de esta trágica contienda han sido numerosos. Más aún, la sorprendente realidad es que cada vez que israelíes y árabes se sentaron a la mesa de negociaciones llegaron a acuerdos importantes. Así fue en la Conferencia de Rodas de 1949 cuando, bajo los auspicios de la ONU, se firmaron los acuerdos de armisticio entre Israel y todos los países árabes de su alrededor. Años más tarde, en 1973, se firmaron con Egipto los acuerdos del kilómetro 101; en el 1974 se llegó con los sirios a un acuerdo de separación de fuerzas militares en el Golán. Desde ese momento hasta hoy no se ha disparado ni un sólo tiro en la estratégica meseta.

En 1979 se firmaron los acuerdos de paz entre Israel y Egipto; y en abril de 1987 el rey Hussein y Simón Peres, elaboraron en un encuentro secreto en Londres una iniciativa conjunta para una Conferencia de Paz en Oriente Próximo. Desafortunadamente tenían que transcurrir desde el encuentro de Londres años de crisis interna en Israel, de una rebelión nacional palestina como es la intifada y de indecisiones y confusión por la parte árabe e israelí para que la Conferencia concebida en Londres por dos estadistas, uno israelí y otro jordano, se haya hecho realidad aquí en Madrid.

La paz en Oriente Próximo es inevitable; lo que hoy está en juego son sus parámetros. Es una condición constante de la realidad geoestratégica en Oriente Próximo que las guerras y las victorias de Israel nunca han servido ni podrán servir en el futuro para imponer un acuerdo de paz. Tanto la realidad internacional como la debilidad estratégica intrínseca de Israel, impiden una repetición de las guerras del pasado en las que un poder victorioso desfilaba en la capital de su derrotado enemigo para dictarle condiciones de paz humillantes. Todas las guerras de Israel, aunque tácticamente ofensivas, fueron siempre estratégicamente defensivas. Israel luchó para alejar la amenaza de la extinción, para quebrar el cerco árabe y para obligar a sus enemigos a asumir la realidad de su existencia. Aunque Israel ha sido incapaz de traducir sus victorias militares en acuerdos políticos, está consiguiendo por medio de su imbatibilidad militar la materialización del gran sueño sionista: el reconocimiento del mundo árabe y su legitimidad como estado en la zona. A pesar de todo, la fuerza sirvió para algo.

 

«La paz en Oriente Próximo es inevitable; lo que hoy está en juego son sus parámetros»

 

El presidente Sadat no llegó en noviembre de 1977 a Jerusalén porque se le revelaron las maravillas del sionismo, sino porque descubrió que ni en un ataque sorpresa de escala sin precedentes pudo recuperar la península del Sinaí. Tanto Sadat como Hafez al-Assad descubrieron en 1973 que el camino que conduce de El Cairo y Damasco a Tel Aviv, es el mismo que conduce de Tel Aviv a El Cairo o Damasco, la guerra no terminó a unos cuantos kilómetros de Tel Aviv sino a escasas millas de las dos capitales árabes. Este argumento es aplicable también a la cuestión palestina. La retórica flamante de los años 50, cuando el Movimiento Nacional Palestino estaba liderado por un demagogo fanático como Ahmed Shukeiri, que amenazaba con movilizar al mundo árabe para cometer “masacres en comparación a las cuales iban a palidecer las masacres de Gengis Khan”, sólo consiguieron que el estado judío se consolidara. El naserismo por su parte movilizó a las masas árabes en torno al odio y al rechazo incondicional de Israel.

Este esfuerzo fue respaldado por una campaña política a nivel internacional destinada a aislar Israel y a estrangularle económicamente con el respaldo incondicional del emergente bloque del tercer mundo y del apoyo automático del bloque de los países comunistas. Esta estrategia también fracasó; en 1967 Israel doblegó y convirtió en un montón de chatarra la máquina bélica de Egipto. Jordania y Siria. Por triste que sea la conclusión, es no obstante real: si Israel existe, y sus enemigos están dispuestos a hablar de paz con ella es porque han sido incapaces de destruirla militarmente.

Es necesario interpretar la guerra de Yom Kipur como el gran giro que condujo a la paz entre Israel y Egipto y, en definitiva, a todo el proceso político que nos trajo a la Conferencia de Madrid. Pues a pesar de la retórica que existió tanto en el mundo árabe como en Israel en torno a la guerra del 73, ésta no fue una guerra lanzada con la idea de aniquilar al Estado de Israel, sino más bien un esfuerzo bélico destinado a desencadenar un proceso político. En ese sentido la guerra de Yom Kipur fue una guerra clausewitziana clásica. Los árabes veían que las presiones internacionales y el boicot económico no eran capaces de poner fin al statu quo que Israel parecía querer consagrar; las superpotencias y los distintos foros internacionales perdían interés en el conflicto árabe-israelí, y parecía que la imbatibilidad militar de Israel relegaba sine die el sueño de recuperar los territorios ocupados en la guerra del 67. Sadat concibió la guerra del 73 como el último medio que le quedaba en la mano para reactivar la diplomacia internacional y el interés de las superpotencias en una solución pacífica del conflicto árabe-israelí.

La visita de Sadat a Jerusalén en 1977 no hubiera sido posible sin los acuerdos de separación de fuerzas del kilómetro 101, y en definitiva sin la guerra de Yom Kipur. A pesar de que perdieron la guerra, los árabes recuperaron la dignidad perdida en 1967. Israel por su parte aprendió una dura lección: el statu quo que no podrá consagrarse sobre la base exclusiva de la superioridad militar.

 

Esperanzas frustradas

A raíz de la Conferencia de Paz para Oriente Próximo, los ingredientes principales del problema árabe-israeií y los desafíos inmediatos relacionados con él eran ya lo suficientemente claros. La paz existente entre Israel y el mayor país árabe, Egipto, ha frustrado las esperanzas de muchos israelíes que, a cambio de una retirada total y completa de la península del Sinaí, esperaban una paz más cálida con su vecino del sur. Pero los egipcios, que llegaron a Madrid como observadores privilegiados y líderes indiscutibles de la familia árabe, transmitían así un mensaje claro tanto al mundo árabe como al Estado de Israel, y es que su acuerdo de paz con Israel sólo se llenará de contenido cuando se amplíe a la cuestión palestina y a otros países árabes. Egipto nunca se sintió cómodo con su paz separada con Israel. La Conferencia de Madrid supuso la apertura de una extraordinaria posibilidad para alcanzar una paz global en Oriente Próximo. Si en el pasado se trató de acuerdos puntuales y separados, ahora se trataba de poner en marcha la gran ilusión de un acuerdo global.

Paradójicamente, y lo corroboró la Conferencia de Madrid, en esta etapa de las negociaciones la cuestión palestina presenta menos dificultades que los temas bilaterales pendientes entre Israel y Siria. Esto es así puesto que ha sido aceptada la lógica de la postura israelí según la cual la primera etapa de las negociaciones en torno a la cuestión palestina aspirará a un arreglo funcional que no implique concesiones territoriales inmediatas. Las negociaciones con la delegación jordano-palestina se centrarán en la elaboración de un estatuto de autonomía para los palestinos en Gaza y Cisjordania, un estatuto que regirá durante cinco años, y que a los tres años de su comienzo empezarán negociaciones sobre el status final de los territorios. Seguramente, hay discrepancias entre el concepto de autonomía defendido por los palestinos y el que el Gobierno de Shamir estaría dispuesto a conceder. Pero el propio primer ministro ha declarado recientemente que él contemplaba una autonomía en la que los palestinos tendrían “ministerios propios encargados de todos los temas que no sean Exteriores y Defensa”. La paz con los palestinos es perfectamente posible. Es en la etapa posterior a la autonomía en la que se tratarán las cuestiones verdaderamente conflictivas: la soberanía de los territorios, las concesiones territoriales y las relaciones entre la entidad palestina de los territorios y el Estado de Israel y/o Jordania. Sea como fuere, Israel y los palestinos entran ahora en el umbral de su mayor oportunidad hasta el presente de conseguir un compromiso histórico que ponga fin a largos años de odio, terror, sangre y lágrimas.

No obstante, aunque el Partido Laborista en Israel acaba de manifestarse a favor de los “derechos nacionales” de los palestinos, me temo que la sensación de muchos palestinos de que la Conferencia de Madrid ha sido el Congreso de Basilea del pueblo palestino (en Basilea en 1897 se reunió el primer congreso sionista en el que Teodoro Ilerzel pronosticó la creación de un Estado judío cincuenta años después) puede llevar a corto plazo a una frustración peligrosa. La sociedad israelí aún no está madura para contemplar la creación de un Estado palestino en la margen occidental del río Jordán. Los más moderados entre los israelíes no piensan que sea absurdo el argumento de Shamir de que la superficie entre el Jordán y el Mediterráneo no permite la existencia de dos Estados soberanos.

 

«Israel y los palestinos entran ahora en el umbral de su mayor oportunidad hasta el presente de conseguir un compromiso histórico que ponga fin a largos años de odio, terror, sangre y lágrimas»

 

Desafortunadamente, el encuentro bilateral con los sirios en Madrid fue un diálogo de sordos. Los sirios no estaban dispuestos a hablar de nada que no sea la retirada total e inmediata de los Altos del Golán. Tampoco estaban dispuestos a dialogar en torno a su visión de un tratado de paz que podría alentar a los israelíes a entrar en una discusión territorial. No obstante, es necesario destacar lo positivo que significa para el futuro el hecho que el régimen Baath sirio esté dispuesto a hablar de paz incluso si se trata a cambio de territorios.

 

El Golán, zona estratégica

El futuro inmediato de las negociaciones con Siria parece ser más complicado. El Golán es una zona estratégica vital para la seguridad del Estado de Israel. En cuestión de horas una columna de blindados sirios, en un ataque sorpresa durante la guerra de 1973, fue capaz de llegar hasta el valle de Huía antes de que Israel movilizara sus fuerzas de reserva para conseguir repeler el ataque y ello a costa de grandes sacrificios. El trauma del 73 es la causa directa de la posterior anexión del Golán por ley del Parlamento israelí. Una retirada total de Israel del Golán y la restitución incondicional de la soberanía siria en ese territorio, es totalmente inasumible para cualquier Gobierno israelí, sea de derechas o izquierdas. Si en la cuestión de Gaza y Cisjordania existen profundas discrepancias en el seno de la sociedad israelí, el Golán es la fuente de un amplio consenso: es vital para la seguridad e incluso para la existencia del Estado de Israel, lo cual, tal como queda reflejado en las recientes resoluciones del congreso del Partido Laborista israelí, no significa que no exista margen para el compromiso. Por tanto las posturas diametralmente opuestas que sostienen Siria e Israel no presagian un buen futuro para las negociaciones si se centran exclusivamente en la dimensión territorial del conflicto.

Es posible contemplar para el frente del Golán una lógica kissingeriana de acuerdos transitorios que vayan creando un ambiente de confianza para un posterior arreglo definitivo. Pero el Gobierno de Israel acudió a la Conferencia con el objetivo de conseguir una paz definitiva con su vecino del Norte.

En ocasiones, al leer la prensa europea, parece que la paz depende sólo de las concesiones que Israel esté dispuesto a hacer, y que la “intransigencia” de Shamir es el mayor obstáculo. Que un líder sirio esté “dispuesto” a recibir por medios pacíficos territorios que ha sido incapaz de conseguir por medio de un ataque sorpresa –pues la guerra terminó a cuarenta kilómetros de su capital– no es ninguna flexibilidad. ¿Qué concesiones piensa hacer Assad? ¿Qué tipo de paz piensa proponer exactamente? ¿O simplemente entra en este proceso para conseguir, por medio de la diplomacia norteamericana, el Golán, ahora que se ha quedado desnuda de la opción militar que le proporcionaba la Unión Soviética en la etapa de confrontación bipolar entre los dos bloques? Hasta ahora los sirios se han negado incluso a mencionar el tratado de paz como el objetivo de las negociaciones. Más aún, los sirios se niegan a participar en los grupos mixtos de trabajo para el desarrollo regional que deben reunirse unas semanas después de la inauguración de la conferencia. Una apuesta solidaria y realista para la solución del problema de los refugiados –al cual los árabes se han negado hasta hoy manteniendo aquel trágico pleito como instrumento de guerra y de propaganda contra Israel– sería un inconfundible mensaje de paz. Siria sólo conseguirá concesiones de Israel si es capaz de transmitir un mensaje de paz que llegue al corazón de la sociedad israelí. Aquellos que siguen obsesionados con la “intransigencia” de Shamir llegando incluso a insinuar en algún editorial reciente que la política israelí justifica uno de los más escandalosos actos de pornografía política de la era contemporánea –la resolución de las Naciones Unidas que equipara el sionismo con el racismo–, harán bien en movilizar sus plumas para forzar al sangriento régimen dictatorial de Hafez al-Assad a que se manifieste con claridad sobre los objetivos de la política siria.

 

«Una apuesta solidaria y realista para la solución del problema de los refugiados sería un inconfundible mensaje de paz»

 

En esta conferencia, todos nos jugábamos la seguridad y el futuro de nuestras sociedades y Estados. Jordania se juega probablemente su existencia. La precaria situación económica en el reino hachemita, el difícil equilibrio interétnico entre beduinos y palestinos, y el riesgo de una palestinización incontrolada del Estado jordano, obligan al rey Hussein a acudir a la conferencia en un último intento de salvar su reino de la desaparición, y asegurar el compromiso, tanto de los palestinos como de Israel, de respetar su integridad territorial y sus fundamentos constitucionales. Israel siempre ha apoyado la integridad territorial del reino jordano y la solidez del trono hachemita. Si existe alguna amenaza para la estabilidad de Jordania ésta no proviene de Israel, sino del difícil equilibrio entre jordanos y palestinos. La cuestión palestino deberá tratarse en las postrimerías de la Conferencia de Madrid, no sólo por sus propios méritos, sino también en el marco de su proyección hacia las sensibilidades defensivas del Estado de Israel por una parte y de las preocupaciones vitales del reino jordano por otra.

Aún antes de entrar en un análisis de la etapa de negociaciones bilaterales, la Conferencia de Madrid nos permite unas primeras conclusiones. Sin subestimar por un momento la extraordinaria ocasión histórica que supuso la reunión de Madrid ésta no obstante tuvo el aspecto de una gran rueda de prensa en la que las partes en el conflicto presentaron su interpretación del pasado y su visión del futuro. Pero todos, o casi todos, dejaron la puerta abierta. La mayor coincidencia que se pudo notar fue aquella entre el discurso del primer ministro Shamir y el jefe de la delegación palestina. En sus respectivas referencias al problema ambos destacaron su disponibilidad a avanzar inmediatamente hacia un acuerdo posterior y definitivo. Kissinger decía que el problema del conflicto árabe-israelí no es el desconocimiento mutuo entre los enemigos sino más bien todo lo contrario: se conocen demasiado bien. En el caso de los israelíes y palestinos esto es aún más notorio. Los palestinos conocen mejor que nadie la superioridad militar de Israel, pero al mismo tiempo conocen mejor que nadie la intrínseca fragilidad de la sociedad israelí y su extraordinaria sensibilidad en torno al choque armado en los territorios ocupados. Retórica aparte, los palestinos mejor que nadie conocen la democracia israelí y su trágico dilema en torno al debate de la ocupación. La Conferencia de Madrid puso de relieve la extraña y curiosa afinidad entre el ocupante y el ocupado. Tras la Conferencia de Madrid el futuro de la relación entre palestinos e israelíes parece mucho más prometedor que en ningún otro momento del pasado. Camino a la elaboración de un sistema de autonomía es también posible ya empezar a contemplar medidas de “construcción de confianza” en los territorios: la apertura de aquellos centros universitarios que aún quedan cerrados, una mayor flexibilidad en la política de visados en los puentes del Jordán, una simbólica presencia jordana en los territorios, y la congelación de los asentamientos a cambio del cese de la intifada y el fin del boicot árabe.

 

«Los palestinos conocen mejor que nadie la superioridad militar de Israel, pero también la intrínseca fragilidad de la sociedad israelí y su extraordinaria sensibilidad en torno al choque armado en los territorios ocupados»

 

Otra lección de Madrid es la de la fragilidad del frente común árabe. Antes de llegar a la capital de España se reunieron en Damasco las delegaciones árabes para definir una política común para la Conferencia. El famoso frente no resistió ni unas horas. Los sirios fracasaron estrepitosamente en un intento de radicalizar los discursos de sus hermanos árabes. Incluso el discurso del ministro de Exteriores del Líbano, un país bajo la tutela incondicional de Siria, parecía más aperturista que el del ministro sirio. Pero la quiebra del frente árabe se manifestó no sólo en los matices de los discursos sino también en la incapacidad de los sirios para dictar la estrategia en las negociaciones bilaterales a las otras delegaciones, cuya primera ronda tuvo lugar en Madrid. En Madrid quedó patente que si los sirios se aferran a una postura radical será perfectamente posible y factible avanzar en las negociaciones con los jordanos, los palestinos y quién sabe si también con los libaneses, marginando a los sirios de este magno proceso. Es importante que los sirios entiendan que a pesar del desafío militar que presentan para Israel, en Israel hay importantes sectores políticos que consideran interés nacional “aparcar” la cuestión del Golán para un futuro lejano resolviendo entre tanto cuestiones vitales como la cuestión palestina.

En lo que se refiere al Líbano, va a ser muy difícil entablar negociaciones serias con un país cuya soberanía queda seriamente limitada por su total dependencia de Siria. El Líbano no sería hoy capaz ni de aceptar una hipotética, pero no imposible, propuesta israelí de retirada del sur del Líbano a cambio de un tratado de paz, puesto que esto le obligaría a recuperar su soberanía sobre todo el territorio libanés incluyendo la Bekaa siria. No obstante, Israel puede contribuir a la consolidación de la soberanía libanesa avanzando conjuntamente con el gobierno libanes en la creación de medidas de confianza y seguridad en nuestra común frontera.

 

El papel de Europa, la URSS y Estados Unidos

En el capítulo de las lecciones a deducir de la Conferencia es necesario mencionar el papel de la Comunidad Europea, de la Unión Soviética y de Estados Unidos. En lo que se refiere a la Comunidad Europea, no debo ocultar que el discurso de su presidente causó gran decepción en la delegación israelí, y no porque las posturas comunitarias tradicionales nos fueran desconocidas, sino porque se alistó a las posturas árabes en una conferencia que se reunió precisamente para facilitar negociaciones sin condiciones previas. ¿Será que la frustración de los portavoces comunitarios por el papel secundario que se les ha asignado en el proceso político de Oriente Próximo les conduce a ser más categóricos que, por ejemplo, el presidente Bush que midió sus palabras precisamente por ser consciente del papel vital que le corresponde jugar? No es ningún secreto que las posturas de la Comunidad Europea y de Estados Unidos en el conflicto árabe-israelí no difieren en nada sustancial, sólo que los americanos, conscientes de su papel de “mediador honesto” prefieren, a estas alturas, sacar sus conocidas posturas fuera de la mesa de las negociaciones. La sensación en la delegación israelí en torno al discurso de Bush fue que el presidente norteamericano hizo un esfuerzo loable por recuperar el papel de “mediador honesto” que, según Shamir, iba perdiendo en las semanas de crisis entre Israel y Estados Unidos anteriores a la Conferencia, El papel de la Unión Soviética en la Conferencia nos pareció a todos de menor peso, el presidente Gorbachov nos pareció a todos muy preocupado por los problemas internos de su país. Más que un discurso en torno a la paz en Oriente Próximo, el suyo fue una alocución pro domo sua.

Es verdad que la Unión Soviética ya no es la superpotencia que era, y no es menos cierto que su influencia sobre sus clientes o ex-clientes árabes se ha reducido drásticamente. La paz en Oriente Próximo será, en mi opinión, una paz americana o no será. No obstante, la Unión Soviética seguirá siendo un país con intereses vitales en Oriente Próximo, una zona estratégicamente limítrofe con las repúblicas musulmanas de la nueva Unión de Repúblicas Soviéticas, y su voz seguirá siendo escuchada en el concierto de este proceso de paz.

El papel de Egipto en la Conferencia decepcionó a la delegación israelí. Egipto, el único país árabe que mantiene un acuerdo de paz con Israel, llegó a Madrid con el mensaje de que la paz sería posible sólo si se aplica a rajatabla el modelo de paz con Egipto al resto de los interlocutores con Israel. Poca sensibilidad hacia el dilema israelí y toda la simpatía por la parte árabe manifestó el ministro egipcio, que no hizo más que reforzar así la sensación de algunos israelíes de que los árabes no han llegado a Madrid para conseguir la paz, sino más bien para recuperar los territorios. La postura del ministro egipcio parece estar sólidamente avalada por el comportamiento político de su presidente Mubarak. En una era en la que todos se entrevistan con todos, hasta el presidente Gorbachov finalmente con Shamir, Mubarak, que tiene un acuerdo de paz con Israel, sigue negándose rotundamente a entrevistarse con Shamir, o más bien pone un alto precio a esa entrevista: que Shamir se comprometa a congelar los asentamientos o a retirarse de los territorios para que el Rais se digne verle. Esta actitud del presidente Mubarak no sólo es muy poco constructiva para el proceso de paz, sino que refleja un conocimiento muy pobre del perfil humano y político de Shamir.

 

Oriente sin líderes

Pero esta observación en torno a Mubarak nos recuerda otra característica importante de la Conferencia de Madrid y es que el Oriente Próximo de 1991 carece ya de las grandes figuras románticas, valientes y creativas que en 1981 se distribuyeron entre sí el Premio Nobel de la Paz, Begin y Sadat. Si el proceso de paz desencadenado por la visita de Sadat a Jerusalén en noviembre de 1977 tenía la imagen de una conmoción política sin precedentes, que llegó al corazón de la sociedad israelí haciéndola cambiar radicalmente de posturas a favor de una retirada completa de la península del Sinaí a cambio de paz, el presente proceso político, aunque en definitiva no menos prometedor que el anterior, es el resultado de una operación diplomática burocráticamente cuidadosa pero carente de visión, generosidad y valentía. Lo que separa a Madrid de Camp David es la distancia entre el ingenuo neo-Wilsonianismo de Cárter y la meticulosa profesionalidad de un tándem de dos superburócratas carentes de sentimientos, Bush y Baker. Falta aquí el gran shock: está ausente el mensaje electrizante dirigido al corazón de las sociedades de Oriente Próximo. Mi fe en la diplomacia tradicional, es limitada; no creo que este conflicto tenga soluciones de libro de texto, ni veo tampoco que la paz dependa de Bush, Baker o Shamir. Pienso que la clave está en nuestras respectivas sociedades. Son los movimientos de respuesta social y política los que en definitiva podrán llevarnos a una solución de compromiso.

El 4 de diciembre se inaugurará probablemente en Washington la segunda fase de las negociaciones bilaterales. Esta nueva sede no deja lugar a dudas de algo que todos sabíamos ya: la mediación norteamericana será imprescindible a lo largo de todo el proceso de paz. A pesar de la insistencia israelí en las negociaciones directas, es una ilusión pensar que podamos llegar a acuerdos definitivos con todas las partes árabes sin los buenos oficios de la administración americana. Portavoces israelíes que mencionan los acuerdos de Camp David como un ejemplo de negociaciones directas olvidan que para que aquellas negociaciones llegaran a su final feliz fue necesario la intervención activa del presidente Cárter, llegando hasta hipotecar el futuro de su presidencia con una gira diplomática a Oriente Próximo. No tardará pues en llegar el momento en que tanto árabes como israelíes necesitarán las propuestas de compromiso americanas como la mejor salida del estancamiento. Tampoco cabe olvidar que Israel está ahora en un año electoral Si los gobiernos y delegaciones árabes son capaces de elaborar posturas de compromiso puede que las próximas elecciones en Israel adquieran un carácter plebiscitario que respalde una política de compromiso por parte de sus gobernantes.

Las negociaciones bilaterales deben ser alimentadas y estima ladas por las negociaciones multilaterales, a las que ya se han apuntado 17 países de fuera de la zona, destinadas a elaborar proyectos de cooperación regional, a resolver el problema de los refugiados palestinos y a avanzar en la cuestión del desarme.

En definitiva, un plan Marshall para Oriente Próximo en el que una superpotencia financiera como es Arabia Saudí debe participar, puede convertirse en el gran estímulo del proceso de paz. Más aún, puede que la clave para una paulatina democratización de las sociedades árabes y en definitiva su posible absorción de la lógica de la paz, pasa por una política de desarrollo. Sólo el desarrollo equilibrado podrá frenar el riesgo del fundamentalismo y poner fin a frustraciones nacionales siempre y cuando, claro está, problemas políticos y de fronteras sean tratados en profundidad en las negociaciones bilaterales.

 

«Un plan Marshall para Oriente Próximo en el que una superpotencia financiera como es Arabia Saudí debe participar, puede convertirse en el gran estímulo del proceso de paz»

 

La solución a los problemas de Oriente Próximo no está a la vuelta de la esquina. Todos tenemos un largo camino por recorrer, pero en Madrid hemos dado el primer paso que, como decía Mao, es imprescindible para toda larga marcha. No tengo ninguna duda de que al final del camino nos espera un Oriente Próximo pacífico. Los recursos humanos y naturales de la zona serán capaces de cambiar para siempre la lógica de la guerra y la confrontación por una de desarrollo y cooperación. Es imprescindible para el éxito de esta empresa apasionante que la Comunidad Europea, Estados Unidos y la Unión Soviética respalden la dinámica de la negociación y no la de las soluciones impuestas, que resultarían políticamente inaplicables, e inadmisibles para las partes. Las partes en el conflicto no tendrán más remedio que entender que todo arreglo basado en la plena satisfacción de sus aspiraciones implica la insatisfacción de la otra parte y por lo tanto sólo presagia inestabilidad para el futuro. Para evitar situaciones revolucionarias será inevitablemente necesario llegar a acuerdos posibilistas basados en satisfacciones parciales y en la limitada materialización de grandes sueños y aspiraciones.