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Visita de Ahmed al Shara al príncipe heredero saudí Mohamed ben Salman. Riad, 2 de febrero de 2025. /foto de bandar algaloud/corte real saudí/handout/anadolu via getty images

Países árabes del Golfo, alineamientos regionales y el futuro de Oriente Medio

Comprometidos con la estabilidad regional, el papel de los Estados del Golfo se verá condicionado en gran medida por Israel y Turquía, así como por las políticas de Estados Unidos en la región.
Kristin Diwan
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El año pasado se produjeron cambios trascendentales en la región de Oriente Medio, especialmente en el Levante, que sigue sufriendo las consecuencias del ataque del 7 de octubre de 2023 por parte de los militantes de Hamás contra Israel y la posterior guerra de Gaza. El impacto es de gran alcance, e incluye nuevas y amplias zonas de devastación: en Gaza y Cisjordania, en el sur de Líbano y otros bastiones de Hezbolá, y en Siria, que vivió sus propias turbulencias con el derrocamiento del régimen de Bashar al Assad. Las campañas militares, ataques y contraataques, han reordenado radicalmente el equilibrio geopolítico en la región, debilitando a Irán y ampliando la influencia de Israel y Turquía.

A medida que las potencias mundiales y regionales tratan de alcanzar un cierto grado de estabilidad, abordar las crecientes crisis humanitarias y valorar el enorme coste de la reconstrucción, inevitablemente se volverán hacia las monarquías árabes del Golfo. Estos Estados han emergido como relativas islas de estabilidad, habiendo logrado escapar de las peores consecuencias tanto de los conflictos actuales como de los disturbios políticos y guerras civiles que siguieron a las revueltas árabes de 2011. También representan una fuente obvia de financiación, dada su riqueza proveniente de los hidrocarburos y acumulada durante dos décadas de precios del petróleo relativamente altos.

Varios de estos países –Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos y Catar– han aprovechado su riqueza e influencia política para convertirse en potencias intermedias destacables, trabajando a través de la diplomacia, el comercio, la política económica y, en ocasiones, la fuerza militar, para presionar por sus intereses en Oriente Medio. Sin embargo, siguen dependiendo en gran medida de las potencias mundiales, sobre todo de Estados Unidos, además de estar pendientes a sus intereses. Carecen de la mano de obra y el poderío militar de las potencias regionales no árabes –Irán, Israel y Turquía– y tratan alternativamente de disuadirlas o atraerlas en función de sus intereses y del contexto del momento.

Al valorar el futuro papel de los Estados del Golfo en Oriente Medio, hay que tener en cuenta dos consideraciones importantes. Las prioridades del Golfo seguirán siendo sus propias y costosas transformaciones internas. Y aunque están comprometidos con la estabilización regional, los Estados del Golfo carecen de capacidad para lograrla por sí solos. Será necesario el compromiso y la coordinación de EEUU y los países de la región para fomentar su participación y consolidar sus esfuerzos.

 

Los intereses del Golfo tras el 7 de octubre: desarrollo y distensión

Dieciocho meses después del ataque sorpresa de Hamás contra Israel, los Estados árabes del Golfo contemplan un panorama geopolítico cambiado. Su principal rival, Irán, se ha visto gravemente debilitado. Su instrumento de influencia más eficaz en Oriente Medio, Hezbolá, ha sufrido tremendas pérdidas y su control sobre el gobierno libanés ha sido cercenado. El gobierno de Al Assad, socio de Irán y conducto para aprovisionar a Hezbolá, ha sido derrocado. Turquía ha mejorado su posición geopolítica con su apoyo a los rebeldes sirios que ahora gobiernan el país. También tiene planes para ampliar su influencia y ventaja económica en la región a través de la Ruta de Desarrollo que se extiende desde el puerto de Faw, en Irak, hasta Anatolia. Israel se ha vuelto más asertivo. Parece dispuesto a mantener su presencia militar en Gaza y ha incrementado sus ataques en Cisjordania. Sus fuerzas están desplegadas en territorio libanés y sirio, y sigue sopesando un ataque contra Irán para hacerle retroceder en sus capacidades nucleares.

Al sopesar la posición del Golfo hacia estos acontecimientos, es importante comprender sus prioridades. En la actualidad, están centrados en sus propios programas de desarrollo: estrategias para reformar el gobierno y establecer nuevas expectativas sociales con el objetivo de diversificar su economía. Estos programas han adquirido una nueva urgencia con la inminente transición energética, que exige que los Estados reduzcan su dependencia de las exportaciones de petróleo y gas, que siguen siendo la base de sus economías. Requieren enormes inversiones en infraestructuras y en nuevas industrias: compromisos que deberían frenar las expectativas de generosas contribuciones del Golfo a la estabilización regional. Y suponen una integración más profunda en los mercados globales: atraer inversión extranjera, talento extranjero y visitantes extranjeros.

Esto requiere estabilidad regional. Una guerra entre Israel e Irán sería la más perjudicial, pues amenaza con implicar a los Estados del Golfo. Irán ha amenazado explícitamente con atacarlos si prestan apoyo material o moral a EEUU o Israel. Su capacidad para cumplir sus amenazas ha quedado demostrada, sobre todo tras los ataques con misiles y drones contra las instalaciones petroleras de Arabia Saudí en 2019, y en los numerosos ataques ejecutados por los hutíes, aliados de Irán, contra infraestructuras críticas tanto en Arabia Saudí como en EAU. Los líderes iraníes creen que amenazando a los Estados del Golfo pueden obtener un nuevo punto de influencia, obligando a sus homólogos de la región a presionar a la administración estadounidense en su nombre.

Fueron precisamente esas amenazas, y la incapacidad o falta de voluntad de EEUU para impedirlas o de responder, lo que llevó a los Estados del Golfo a pasar de una política de escalada contra Irán a otra de acercamiento. EAU mantuvo contactos diplomáticos con Teherán durante años que culminaron con una reunión directa entre los presidentes Mohamed bin Zayed (MBZ) y Masud Pezeshkian en 2024. Arabia Saudí cerró un acuerdo formal con Irán, con la mediación de China, en 2023. 

Estas políticas de distensión con Teherán han demostrado su eficacia a la hora de mantener a los países del Golfo al margen del conflicto entre Irán e Israel. EAU y Arabia Saudí han procedido con cautela, cooperando con EEUU e Israel en el seguimiento de misiles disparados por Irán hacia Israel en 2024, pero rechazando el uso de su territorio para el sobrevuelo de misiles israelíes dirigidos contra Irán. Arabia Saudí ha seguido políticas similares de desescalada con los dirigentes hutíes de Yemen, con los que mantiene una tregua de facto desde 2022. Tanto EAU como Arabia Saudí se negaron a participar en la operación marítima «Guardián de la prosperidad», liderada por EEUU y lanzada para contrarrestar las acciones de los hutíes contra la navegación en el mar Rojo, una de las varias ofensivas de los militantes yemeníes en protesta por las acciones israelíes en Gaza.

En sus declaraciones, los principales países del Golfo han denunciado el ataque directo a las instalaciones nucleares iraníes y cualquier ampliación del escenario de guerra. No obstante, Arabia Saudí y otros países estarán deseosos de aprovechar el revés de Irán y aumentar su influencia a costa de él. Las relaciones saudíes y emiratíes con Turquía también han mejorado desde la resolución en 2021 de la crisis intra-Golfo en la que Turquía apoyó a Catar. Aun así, estos Estados recelarán a la hora de dejar sin control a su vecino del Norte.

Las relaciones del Golfo con Israel son complejas. EAU y Baréin firmaron los Acuerdos de Abraham para normalizar las relaciones en 2020 y no han cortado los lazos diplomáticos a pesar de los ataques militares de Israel contra los palestinos. Arabia Saudí expresó su voluntad de unirse a ellos en la normalización de relaciones con Israel como parte de la consecución de un acuerdo de seguridad con EEUU. Esto parece ahora poco probable y marca un importante punto de división en los planteamientos del Golfo respecto a la región.

 

La competencia entre los países del Golfo y la aparición de alineamientos regionales

La resolución de la crisis de Catar y la práctica de la distensión con los competidores regionales ha provocado, sorprendentemente, fisuras en el eje saudí-emiratí. Esta alianza excepcionalmente estrecha, especialmente entre los dos ambiciosos líderes MBZ y el más joven príncipe heredero Mohamed bin Salman (MBS), se ha deteriorado por razones tanto políticas como económicas. Ha habido desacuerdos sobre la guerra de Yemen y el momento de poner fin al boicot a Catar, que ambos Estados consideraban demasiado favorable a los movimientos populares islamistas y juveniles y demasiado blando con Irán. Ha habido desacuerdos sobre la política petrolera, ya que Arabia Saudí lucha por mantener una postura unificada en la OPEP, mientras que los emiratíes presionan para que se aumenten las cuotas de exportación. La competencia se ha intensificado, ya que los saudíes intentan convertirse en un centro de negocios regional, a veces a costa de los emiratíes.

Lo más significativo ha sido su enfoque opuesto de la gestión de la seguridad en lo que ambos perciben como el declive de la protección estadounidense. Esto ha provocado intervenciones más frecuentes por parte de los propios Estados del Golfo –como en Yemen–, pero también una búsqueda de socios regionales que puedan mejorar sus capacidades e influencia. En este contexto puede entenderse el acercamiento emiratí a Israel. Los beneficios para EAU en tecnología civil y militar, intercambio de inteligencia y capital político en Washington y otros lugares de Occidente son sustanciales.

Arabia Saudí también ha considerado la normalización desde el punto de vista de su propia seguridad y de su futuro desarrollo en el norte del mar Rojo. Esto fue especialmente cierto bajo la administración Biden, que englobó la normalización saudí con Israel junto con un acuerdo formal de seguridad con EEUU, lo que habría proporcionado más garantías de seguridad al Reino, así como apoyo a su programa nuclear nacional. Sin embargo, la normalización con Israel entraña más riesgos para Arabia Saudí. Su liderazgo tanto en el mundo árabe como en el islámico son activos valiosos que gestionar, y su margen de maniobra en la cuestión palestina con su propia población, más tenue.

Con el devastador ataque de Israel a Gaza y la expansión de su posición en la región, se ha cerrado la puerta a la normalización saudí. En la actualidad, sus dirigentes han endurecido sus críticas a las acciones israelíes, así como su insistencia en que cualquier acuerdo vaya precedido de un compromiso israelí con un Estado palestino, con una vía concreta para conseguirlo. En su lugar, Arabia Saudí busca cada vez más otros socios, incluidos sus antiguos rivales, Catar y Turquía.

 

Los nuevos alineamientos del Golfo

Los principales Estados del Golfo comparten el interés por contener el conflicto entre Israel e Irán, garantizar un alto el fuego en Gaza y estabilizar Oriente Medio. Sin embargo, en cuestiones más concretas –el desarrollo de políticas para estabilizar y reconstruir Gaza, el fortalecimiento del Estado libanés y la colaboración con el gobierno de transición sirio– surgen importantes diferencias. Al evaluarlas, cobran relevancia las reflexiones anteriores sobre la divergencia saudí-emiratí en materia de regionalización.

Espoleados por la necesidad de contrarrestar el improvisado llamamiento del presidente Trump a desplazar a la población palestina para preparar el reordenamiento de la Franja de Gaza bajo la autoridad estadounidense, los Estados árabes se apresuraron a presentar una alternativa. El plan árabe, liderado por Egipto y respaldado por la Liga Árabe en marzo, propone 51.000 millones de dólares para la reurbanización con un comité de tecnócratas que actúe bajo el paraguas del gobierno palestino. No es probable que se aplique ninguno de los dos planes, sobre todo en el contexto del fallido alto el fuego y la reocupación israelí del corredor Netzarim. No obstante, el proceso reveló importantes diferencias entre los Estados del Golfo en relación con la gobernanza palestina.

Desde hace algún tiempo, los dirigentes emiratíes insisten en una reforma fundamental de la Autoridad Nacional Palestina (ANP), que incluya un nuevo liderazgo. También son menos tolerantes con la presencia continuada de Hamás en la Franja. Los demás Estados del Golfo respaldan el plan de Egipto, que es más pragmático a la hora de trabajar con la actual ANP y tolera un papel de facto de Hamás en la seguridad, aunque no en la gobernanza formal. EAU ha aprovechado la oportunidad para hacer pública su postura, que lo alinea mejor tanto con Israel como con EEUU. Su embajador en Washington ha insinuado incluso la necesidad de aceptar el traslado voluntario de la población palestina de Gaza.

Cabe destacar que EAU ha sido el que más se ha ofrecido a contribuir a una fuerza de estabilización en Gaza; la coordinación de EAU con Israel ya le ha permitido desempeñar un papel importante en el suministro de ayuda humanitaria. Aun así, sigue siendo extremadamente difícil imaginar unas condiciones que lo permitan. Podría ser que los emiratíes tengan más esperanzas en que la presión militar israelí obligue a expulsar de Gaza a los dirigentes y altos cuadros de Hamás. Es poco probable que Catar, que ha actuado como principal mediador con Hamás, continúe desempeñando algún papel en Gaza en un escenario así. Y, como ya se ha señalado, los saudíes han endurecido su postura de no contribuir a menos que exista una vía hacia un Estado palestino.

También existen importantes diferencias en cuanto a la Siria post-Al Assad. EAU destacó una vez más por su postura proactiva a la hora de actuar para poner fin al aislamiento del régimen de Al Assad, restableciendo lazos en 2018 y defendiendo su readmisión en la Liga Árabe en 2023. Este apoyo persistió durante la reciente y exitosa rebelión, cuando EAU, así como de Omán y Baréin, hicieron declaraciones respaldando al gobierno sirio en su lucha contra el «terrorismo y el extremismo». Por el contrario, los saudíes, que habían restablecido lazos con Damasco hacía poco, se negaron a emitir una declaración.

Con el derrocamiento de Al Assad, Arabia Saudí ha jugado un papel destacado de coordinación sobre Siria, convocando una reunión en enero en Riad con los ministros de Asuntos Exteriores de los principales países árabes, Turquía y la Unión Europea. El cortejo por parte del gobierno de transición bajo el líder de Hayat Tahrir al Sham (HTS), Ahmed al Shara, queda patente en su cuidadosa labor de proyección, que hace hincapié en la eficacia en reducir la influencia iraní. En su primer viaje al extranjero, a Riad, Al Shara elogió efusivamente el programa «Visión Saudí» y aseguró al gobierno saudí que los dirigentes sirios están centrados en el desarrollo y la estabilización internos, no en exportar la revolución.

Este apoyo por parte de Arabia Saudí complementa el papel de liderazgo desempeñado por Turquía en Siria, junto a un gobierno catarí que mantuvo sus conexiones y su respaldo al HTS cuando aún se encontraba en Idlib. De hecho, Siria podría estar ofreciendo un escenario para mejorar los lazos entre Arabia Saudí y Turquía, un punto al que aludió el embajador saudí en Reino Unido, quien señaló que su mayor coordinación era una consecuencia positiva. Esto contrasta notablemente con sus comentarios de 2019 condenando la incursión turca en Siria al calificarla como un desastre para la región.

Es probable que estos tres países, junto con el Consejo de Cooperación del Golfo, con Kuwait a la cabeza, desempeñen un papel destacado en la reconstrucción de Siria. Catar ya se ha comprometido a apoyar el presupuesto sirio mediante el pago de salarios públicos notablemente más elevados. Arabia Saudí ha iniciado programas para modernizar la banca. Y ambos han puesto en marcha puentes aéreos humanitarios. Sin embargo, el apoyo efectivo al gobierno de transición se verá obstaculizado hasta que EEUU suavice las sanciones.

El respaldo diplomático de estos Estados es fundamental, sobre todo porque el gobierno de transición sigue enfrentándose a graves desafíos a su estabilidad y soberanía. EAU se ha mantenido más cauto, expresando su preocupación por los orígenes extremistas del gobierno. Sin embargo, se ha unido a otros Estados árabes en las declaraciones de apoyo a un gobierno integrador y a la soberanía siria, y en la condena de los ataques israelíes y el mantenimiento de tropas en el Sur.

También es destacable la coordinación de Arabia Saudí con Francia y EEUU para impulsar una prórroga de la tregua en Líbano con Israel. A partir de 2016, Arabia Saudí había ejecutado una serie de medidas punitivas contra Beirut por su frustración con Hezbolá y la posición dominante de Irán en el país. Tras el debilitamiento de Hezbolá, Arabia Saudí parece dispuesta a volver a la carga, mientras el nuevo presidente libanés visita Riad. Arabia Saudí ha prometido restablecer su apoyo financiero al ejército libanés y estudiará poner fin a su prohibición de las importaciones libanesas.

 

La necesidad de coordinación

Los Estados del Golfo están preparados para desempeñar un papel importante, tanto política como económicamente, en los países de Oriente Medio. Su interés por evitar el retorno de la influencia iraní les mantendrá comprometidos, al igual que la necesidad imperiosa de estabilidad regional para poner en práctica sus ambiciosas estrategias de desarrollo. Sin embargo, las otras dos potencias emergentes no árabes, Israel y Turquía, les plantearán un reto. El alcance y la eficacia de su compromiso también vendrán definidos en gran medida por las políticas estadounidenses en la región.

Los principales Estados del Golfo comparten objetivos y han trabajado para coordinar sus políticas, especialmente en Siria, donde su apoyo a grupos rivales contribuyó al extremismo y a las divisiones que marcaron la guerra civil siria. Sin embargo, surgen diferencias en sus prioridades y funciones. Arabia Saudí sigue teniendo una importante influencia que podría utilizarse para atraer a Israel hacia una posición más cooperativa. Sin embargo, si la administración Trump no presiona al gobierno de Benjamín Netanyahu para que acepte un papel para la ANP en Gaza y una vía hacia un futuro Estado palestino, es poco probable que Arabia Saudí se comprometa. En cambio, se centrará en liderar una posición árabe común en coordinación con Europa. Los intereses de EAU divergen aquí debido a su fuerte desdén tanto por el actual gobierno palestino como por Hamás. Son proclives a romper el consenso árabe y podrían coordinarse con la administración Trump e Israel para buscar alternativas.

Arabia Saudí está preparada para volver a dar apoyo diplomático y financiero a Líbano y Siria. Su liderazgo aquí es fundamental, pero debe coordinarse con Turquía, el actor dominante en Siria. Sin embargo, Israel y EEUU volverán a condicionar su éxito, ya que pueden desempeñar un papel perturbador mediante la ocupación israelí y los continuos ataques tanto en Líbano como en Siria, y mediante la imposición de sanciones paralizantes por parte de EEUU.

Estas decisiones políticas tendrán un peso importante a la hora de determinar el nivel de compromiso político y apoyo financiero de los Estados del Golfo. Su interés por la estabilidad es real, pero no pueden crear las condiciones políticas por sí solos. Si estas no se dan, es poco probable que comprometan contribuciones considerables, sobre todo porque estos Estados buscan cada vez más rentabilidad política y financiera a sus inversiones. EAU está muy implicado en África Oriental y Arabia Saudí está más centrada en su propio país. Es probable que Catar mantenga su compromiso de larga data con Siria si las condiciones lo permiten, pero está dando muestras de alejarse de su posición de avanzada con los palestinos ante las críticas procedentes de Israel y de parte de la administración Trump./