AFKAR-IDEAS  >   NÚMERO 62

Manifestación de protesta por el deterioro de las condiciones económicas y sociales. Beirut, marzo de 2021./ANWAR AMRO/AFP VIA GETTY IMAGES

Pandemia y autoritarismo: la tormenta perfecta

En un contexto de crisis económica, los regímenes árabes recurren a medidas coercitivas para frenar el descontento, con el riesgo de desencadenar una tercera ola revolucionaria.
Ignacio Álvarez-Ossorio
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Existe alguna relación entre la pandemia de la Covid-19 y el retroceso de las libertades registrado en 2020? La respuesta, según Freedom House, es afirmativa, ya que durante 2020 se ha experimentado un deterioro generalizado de la democracia a escala mundial. Como señala su último informe, “la democracia y el pluralismo están bajo ataque. Los dictadores se esfuerzan por eliminar los últimos vestigios de disidencia interna y extender su influencia a nuevos rincones del mundo. La brecha entre avances y retrocesos se amplió en comparación con el año anterior, ya que la población en 64 países experimentó un deterioro de sus derechos políticos y libertades civiles, mientras que en solo 37 países se registraron avances”. También el Democracy Index 2020 apreció un declive relevante: “La media global cayó de 5,44 en 2019 a 5,37 puntos en 2020: es, sin duda, el peor registro desde 2006. Este resultado reresenta un deterioro significativo y se debió en gran medida, pero no en exclusiva, a las restricciones impuestas por los gobiernos a las libertades individuales y civiles en respuesta a la pandemia de la Covid-19”.

Este retroceso ha sido mucho más acentuado en la región MENA que ya partía de una situación preocupante. Según el informe Democracy Index 2020: in sickness and in health? elaborado por The Economist Intelligence Unit “tras el África subsahariana, la región MENA registró el segundo mayor retroceso en la puntuación regional en 2020: dicha puntuación ha disminuido cada año desde 2012, cuando los avances que siguieron al levantamiento prodemocrático de la Primavera Árabe en diciembre de 2010 comenzaron a revertirse. La región sufre una concentración de monarquías absolutas, regímenes autoritarios y conflictos militares y es la peor valorada de todas las regiones incluidas en el Democracy Index, con siete países entre los 20 últimos del ranking mundial”.

 

Los efectos económicos de la pandemia

La región MENA se enfrenta a una tormenta perfecta. A la segunda ola de movilizaciones prodemocráticas registrada en algunos países como Argelia, Sudán, Líbano o Irak en 2019 le ha seguido, al año siguiente, la devastadora crisis económica provocada por la propagación de la Covid-19. La pandemia ha golpeado con mucha mayor intensidad a Oriente Medio que al Norte de África. Según el Coronavirus Research Center de la Universidad Johns Hopkins, hasta el 1 de marzo de 2021 el país con mayor incidencia de la región era Irán con 60.000 fallecidos y 1,63 millones de contagiados, seguido de Turquía con 28.500 muertes y 2,7 millones de infectados. No obstante, las cifras podrían ser mucho más elevadas, dada la escasa transparencia de muchos países que no han aportado suficientes datos sobre el aumento de mortalidad ni tampoco realizan test a gran escala. Particularmente preocupante es el impacto de la Covid-19 entre la población refugiada o desplazada de los conflictos de Libia, Siria o Yemen.

El informe Food Security Analysis, Impact of COVID-19 in the Middle East, North Africa, Central Asia, and Eastern Europe del Programa Mundial de Alimentos constata que los efectos de la pandemia han sido mucho más devastadores en los países frágiles como Líbano, Sudán e Irak o en conflicto como Libia, Siria y Yemen, donde la Covid-19 ha impactado negativamente en la situación económica provocando una aguda depreciación de la moneda y la consiguiente hiperinflación, lo que ha supuesto el incremento de precios de los alimentos, la pérdida de poder adquisitivo de los hogares y, por último, un aumento exponencial de la pobreza. Como señala el informe, “los menores ingresos, el agotamiento de los ahorros y la disminución de la capacidad de los gobiernos para responder a una segunda ola de coronavirus pueden frenar la recuperación económica, agudizar la pobreza y la desigualdad y conducir a un deterioro importante de la seguridad alimentaria de los hogares”.

 

 

Debe tenerse en cuenta que no todos los países disponen de los mismos recursos para hacer frente a la pandemia, ya que Israel y los países del Golfo cuentan con sistemas sanitarios más modernos y, por tanto, con mayor capacidad para hacer frente a la Covid-19, lo que ha quedado recientemente en evidencia en el rápido proceso de vacunación. La otra cara de la moneda la representan los países inmersos en conflictos armados como Libia, Siria y Yemen, que disponen de unos recursos limitados dado que sus sistemas de salud han sido dañados o destruidos durante la guerra. En el caso sirio, por ejemplo, se calcula que el 70% de los sanitarios ha abandonado el país y solo funciona el 50% de los centros de salud primaria.

El informe del Fondo Monetario Internacional (FMI) Trading Together: Reviving Middle East and North Africa Regional Integration in the Post-Covid Era, publicado el pasado mes de octubre, señalaba que la economía de los países MENA se contraería un 5,2% durante 2020. No obstante, el retroceso sería mucho mayor en los países productores de petróleo con una caída del 6% del PIB, mientras que los no productores retrocederían tan solo un 1,1%. De hecho, el país menos afectado por la crisis económica sería Egipto que no solo sortearía la recesión, sino que además crecería un 3,5%. Parece evidente que la disminución de las exportaciones y la caída del precio del crudo dañaron especialmente a los países petrolíferos, que tuvieron que aumentar considerablemente su deuda externa para hacer frente a la situación de emergencia provocada por la Covid-19. No obstante, la recuperación de los precios del petróleo podría favorecer un rápido crecimiento de estos países durante 2021.

Los países no productores de petróleo también han tenido que afrontar una situación extremadamente delicada, puesto que la caída del turismo y el descenso de las remesas han provocado el aumento del desempleo y han disparado la pobreza. El cierre de fronteras y las restricciones a la movilidad han afectado a los países más turísticos, entre ellos Jordania, Líbano, Marruecos y Túnez, donde el turismo representa entre el 15% y el 20% del PIB. De hecho, la Organización Mundial del Turismo estimó que durante 2020 se registró un descenso del turismo a escala global de casi el 80%. Esta disminución golpeó a Emiratos Árabes Unidos y Catar, que se han convertido en nodos en las comunicaciones internacionales gracias a las líneas aéreas Emirates, Etihad y Qatar Airways, y también a Arabia Saudí, que cada año recibe 20 millones de peregrinos que visitaban La Meca y Medina para hacer el hach.

Según el Banco Mundial, esta contracción económica tuvo un especial impacto en el desempleo y, sobre todo, entre jóvenes y mujeres. Debe tenerse en cuenta que la región MENA es la que tiene un mayor porcentaje de desempleo juvenil del mundo (un 27%) y un menor acceso de la mujer al trabajo asalariado (apenas un 20%), quedando la mayor parte de ellos abocados al sector informal. Según diferentes previsiones, la pobreza aumentará de manera significativa en el mundo árabe afectando al 25% de la población: un total de 115 millones de personas, lo que crearía una bomba de relojería de difícil gestión.

Lo más probable es que esta explosiva situación se traduzca, en el corto plazo, en un aumento del malestar social. Entre los países que registrarían mayores caídas del PIB en 2020 estarían precisamente Sudán con un 8,4%, Irak con un 12,1% y Líbano con un 23%, tres países que en el curso de los dos últimos meses han experimentado masivas movilizaciones populares que han derribado a sus respectivos gobiernos. Un informe del FMI advertía de la posibilidad de que la crisis económica y el aumento de desempleo intensifiquen la frustración de las poblaciones y que “los riesgos aumenten en los casos en los que la crisis exponga o acentúe problemas, como la falta de confianza en las instituciones, la deficiente gobernanza, la pobreza o la desigualdad”.

Como hemos señalado, la situación es mucho más grave en los países frágiles o en conflicto. En Líbano, la pandemia de la Covid-19 ha provocado una contracción de la economía del 23% que ha agudizado la delicada situación que vivía el país desde el estallido de la crisis financiera de octubre de 2019, provocada por la devaluación de la moneda desde las 1.500 liras por dólar a las 10.000 hoy en día. La inflación alcanzó el 137%, la cesta básica de alimentos se encareció en un 116% y el desempleo pasó del 6,2% al 17,7% en 2020. En los países en conflicto la situación es todavía mucho peor. En Siria, la moneda se ha devaluado de manera notable con respecto al dólar pasando de las 50 liras por dólar en 2011 a las 4.000 liras en la actualidad y, solo en el último año, ha perdido un 75% de su valor con el consiguiente aumento del precio de la cesta básica del 125%. En Yemen, 16 millones de personas, más de la mitad de la población, se encuentran en necesidad de asistencia urgente y el 80% de la población vive bajo el umbral de la pobreza, al igual que en Siria. En el caso de Libia, la agudización del conflicto entre el gobierno del Acuerdo Nacional y el Ejército de Liberación Nacional de Khalifa Haftar se vio acompañada por el descenso de los precios del petróleo, la principal fuente de riqueza del país. La irrupción de la pandemia provocó un aumento de la inflación y del coste de los alimentos en un 18%.

 

Reforzamiento del autoritarismo y recorte de las libertades

El Freedom House Democracy Status elaborado por Freedom House pone en evidencia que 2020 no ha sido un buen año para las libertades en la región MENA. Cuando se cumple el décimo aniversario de las movilizaciones prodemocráticas que pusieron fin a las dictaduras de Zine el Abidine Ben Ali en Túnez, Hosni Mubarak en Egipto y Ali Abdallah Saleh en Yemen, podemos afirmar que en los últimos años se ha experimentado una regresión autoritaria en el conjunto de Oriente Medio y el Norte de África. Hoy por hoy, solo Túnez puede considerarse una democracia defectuosa en la que se da una alternancia pacífica en el gobierno, aunque la delicada situación económica que padece el país amenaza con revertir los avances registrados hasta el momento.

Dos países se sitúan en una escala intermedia como regímenes híbridos –Marruecos y Líbano–, mientras que Argelia, Jordania y Kuwait descienden posiciones para engrosar la extensa lista de regímenes autoritarios. Los farolillos rojos vuelven a ser, una vez más, Libia, Siria y Yemen, países donde el autoritarismo se ha acentuado como resultado del conflicto civil en el que se encuentran inmersos. Arabia Saudí se sitúa como duodécimo país del mundo con menos libertades y, según The Economist Intelligence Unit, “sigue siendo un estado autoritario profundamente represivo, que niega casi todas las libertades civiles y derechos políticos y discrimina sistemáticamente a las mujeres y las minorías religiosas”.

El informe de Freedom House relaciona, además, la intensificación del autoritarismo con el agravamiento de los conflictos regionales al considerar que “la ausencia de un liderazgo internacional consistente por parte de las democracias [occidentales] ha alentado a las potencias autoritarias a tomar parte en guerras por delegación devastadoras” poniendo como ejemplo los casos de Libia, Siria y Yemen donde intervienen, en distinta medida, Emiratos, Turquía, Catar, Arabia Saudí o Irán, así como Rusia y EEUU. El caos resultante en dichos países se ha traducido en una intensificación de las crisis migratorias y un ascenso de los grupos terroristas de carácter yihadista que gozan de implantación en aquellas zonas sin presencia gubernamental.

El Democracy Index 2020 de The Economist Intelligence Unit, por su parte, advierte de que la región MENA es la que se encuentra en peor situación con siete países árabes entre los 20 peor posicionados a escala mundial y con una clara tendencia a la baja, lo que se debe “principalmente al resultado de la pandemia Covid-19, con las posiciones de 19 de 20 países empeorando como resultado de las restricciones introducidas por el coronavirus e impuestas a las libertades civiles”. Asimismo, el informe constata que “en toda la región hubo un retroceso en cuanto a las libertades civiles como resultado de los confinamientos y las restricciones a las libertades personales, como la libre circulación”.

En algunos países frágiles de Oriente Medio se ha asistido a una segunda ola de movilizaciones prodemocráticas que han logrado derribar regímenes híbridos o autoritarios, como en el caso de Líbano, donde el colapso de las finanzas provocó la caída del gobierno de Saad Hariri en enero de 2020 o en Irak, donde Ali Abd Al Mahdi se vio obligado a abandonar el poder un mes más tarde. Se da la circunstancia de que ambos países comparten un sistema confesional que ha reforzado el sectarismo y son permeables a las influencias de las potencias regionales y, en particular, Irán, que apoya a las diferentes milicias armadas chiíes que, de una u otra manera, condicionan la actividad política. En ambos casos, la sociedad civil es objeto de persecución y decenas de activistas han sido encarcelados o asesinados en los últimos 12 meses.

Como resultado del desapego de la población hacia la clase política y de la propagación de la pandemia, los procesos electorales desarrollados en el curso del pasado año han registrado una escasa participación. En el caso de las elecciones generales jordanas del 10 de noviembre tan solo participó un 30% del censo electoral, mientras que en los comicios en Egipto, celebrados entre octubre y noviembre, el porcentaje fue incluso menor (un 28% del electorado, según datos oficiales) en un contexto caracterizado por la intensificación de la represión contra los opositores y los actores de la sociedad civil. En las elecciones parlamentarias de febrero de 2021 en Irán tan solo participó un 42,6% de los votantes, el porcentaje más bajo desde la Revolución Islámica de 1979.

Varios países del Norte de África también han experimentado un rebrote de las manifestaciones antigubernamentales, como en el caso de Argelia y Túnez. En Argelia, las manifestaciones convocadas por el movimiento Hirak no se detuvieron a pesar de la caída del presidente Abdelaziz Buteflika y su sustitución por el septuagenario Abdelmayid Tebbune, lo que llevó a la detención de decenas de activistas. El descontento generalizado explica la baja tasa de participación en el referéndum constitucional del 1 de noviembre, en el que solo tomó parte un 23,7% del electorado. En Túnez, la única democracia efectiva en todo el mundo árabe, también se registraron nuevas movilizaciones debido a la agudización de la crisis económica y la imposición de confinamientos en las zonas más pobres del país.

De lo anteriormente dicho cabe concluir que la brecha entre gobernantes y gobernados continúa aumentando en toda la región MENA. Para hacer frente al creciente descontento de la población, los regímenes se han visto obligados a intensificar el autoritarismo recurriendo de manera sistemática a medidas coercitivas en un contexto de aguda crisis económica y de aumento exponencial de la pobreza. Esta situación está creando una tormenta perfecta que podría desencadenar una tercera ola revolucionaria en el conjunto de los países árabes. Como destaca el Democracy Index 2020, “dada la inquietud de las poblaciones y las crecientes tensiones económicas, es probable que, tarde o temprano, se produzca una erupción de mayor inestabilidad social y política”.