Es probable que la ambigüedad inicial americana continúe, aun cuando se dediquen esfuerzos a encontrar nuevos grupos que apoyar, e influenciar, en una región cambiante.
La Primavera árabe está resultando ser considerablemente menos verde ahora que cuando fue recibida, con tanto entusiasmo por muchos en Washington. Las revoluciones en Egipto y Túnez, las guerras civiles en Bahréin, Libia y Yemen, el desesperado levantamiento en Siria y las protestas en Argelia y Jordania no constituyen un mosaico, sino un collage caótico. El asesinato del líder de Al Qaeda, Osama bin Laden, la intensificación del conflicto entre Estados Unidos y Pakistán, el interminable laberinto de Afganistán y las grandes incertidumbres de Irak se suman a la perplejidad tanto de las élites políticas como de los ciudadanos interesados. Es imposible llegar a una conclusión general sobre la inminencia, los límites y la naturaleza de un cambio importante de la política americana en el mundo árabe y musulmán. Mientras tanto, la decisión de Egipto de normalizar sus lazos rotos con Irán y el respaldo egipcio a la tentativa de reconciliación entre Al Fatah y Hamás constituyen un fracaso para la diplomacia americana…

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