POLÍTICA EXTERIOR  >   NÚMERO 67

Guerra de Independencia de Cuba (1895-1898) contra España. Puesto de mando en Santa Clara. Grabado en color. GETTY

Reinterpretaciones del 98. ¿Derrota española o impulso modernizador?

En 1898 se produjo uno de los hechos históricos más importantes de nuestra contemporaneidad. Una guerra, una derrota y pérdida de colonias... España pasó de imperio a nación.
Juan Carlos Pereira
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Ha terminado el año 1998 y con él las conmemoraciones de aquel otro ‘98’. La política gubernamental e institucional de celebrar, conmemorar o recordar acontecimientos históricos españoles se ha convertido desde 1986, fecha en la que se recordaron los cincuenta años del comienzo de la Guerra Civil, en una característica singular de nuestra sociedad. Los años 1989, 1992 o 1998 serán recordados por el conjunto de publicaciones, exposiciones, conferencias, cursos de verano o series de televisión que se han desarrollado en casi todos los rincones del país, incluso en lugares en donde esos eventos no tuvieron mucha repercusión.

¿Sirven para algo todos estos actos y publicaciones conmemorativas? A priori, para un pueblo como el español que no desea recordar en muchos casos un pasado no muy brillante, y para unos dirigentes políticos obsesionados en los últimos tiempos con el futuro modernizador, defensores de las ciencias “duras y puras” y recelosos de la historia en su conjunto, es siempre positivo que la ciencia histórica –ese pasado que nos permite comprender un presente– sea objeto de atención. Es indudable también que estos acontecimientos sirven para que se incrementen, en cantidad muchas veces no correspondida con la calidad, los trabajos escritos por especialistas, interesados o simplemente recopiladores con conocimientos enciclopédicos. Quizá para valorar la importancia de lo realizado, más que analizar todas y cada una de las actividades y publicaciones es, creo, más productivo y serio hacer un balance global de la conmemoración, lo que queda después del interés circunstancial.

En 1898, como es sabido, se produjo uno de los hechos históricos más importantes de nuestra contemporaneidad. Una guerra, una derrota, una pérdida de colonias –para unos–, de provincias tan españolas como las peninsulares –para otros–. España pasó de imperio a nación. Durante muchos años estos acontecimientos fueron considerados como “lamentables” para el conjunto de la sociedad; una “derrota” sin paliativos para la que no había explicación racional, exigiéndose responsabilidades; un “desastre nacional” lo calificó la prensa. El pesimismo definió el período posterior y durante muchos años más. Franco escribiría en su Diario: “Cuba. Injusticia. Traición. Abandono de Europa”.

 

«Durante muchos años estos acontecimientos fueron considerados como ‘lamentables’ para el conjunto de la sociedad; una ‘derrota’ sin paliativos»

 

En 1998 comenzaban las conmemoraciones de aquel evento. Para tal fin se constituyó en abril de 1997 una Comisión Nacional, presidida por la ministra de Educación, para “impulsar, programar y coordinar” las actividades previstas. El programa oficial era muy amplio y diverso. Desde su constitución se observó ya una línea argumental sobre la que han girado gran parte de esas actividades: “(…) hemos de huir –dijo el presidente Aznar– del victimismo, evitando relacionar los hechos del 98 con los lamentos por unas pérdidas territoriales que obligaron a España a vivir con realismo su propio destino (…) Aquellos hombres del 98 abrieron a España las puertas del siglo XX”.

En función de este apoyo institucional, un contexto propicio y un cierto negocio editorial, comenzó a aumentar el número de publicaciones sobre “el 98”, completando así el elevado conjunto de trabajos que se habían anticipado más de un año a las celebraciones. Un catálogo como el elaborado por Marcial Pons, recoge 127 publicaciones entre enero de 1997 y mediados de 1998. El realizado por la Librería Polifemo tiene más de 500 títulos sobre la España de la Restauración, y el publicado por el CINDOC, coordinado por M.C. Rubio, bajo el título La Crisis del 98, incluye también 2.094 referencias de artículos y libros. ¿Cuál es el panorama que se nos ofrece tras el análisis de los trabajos más representativos?

Una primera nota: el gran número de obras colectivas, fruto tanto de los congresos celebrados como de los encargos específicos de editoriales. Dos personalidades de la talla de Pedro Laín y Carlos Seco, abren la serie con la titulada España en 1898. Las claves del desastre (Barcelona: Círculo de Lectores/Galaxia Gutenberg), un libro que, en principio, por la cantidad –diez– y la calidad de los autores –Abellán, García Delgado, Seoane …– prometía presentar realmente las claves del “desastre”, pero que se convierte en una buena recopilación de reflexiones sobre la Restauración, en una línea revisionista y favorable al período histórico estudiado.

Juan Pan-Montojo presenta como coordinador otra obra colectiva, Más se perdió en Cuba. España 1898 y la crisis de fin de siglo (Madrid: Alianza), en la que seis autores analizan la crisis finisecular, insertándola dentro de lo que podríamos denominar como una fase estructural de la historia española que culmina en 1898 con una derrota, con un fracaso, que impulsa a la reflexión colectiva. El trabajo general coordinado por el profesor José Cayuela, Un siglo de España: centenario 1898-1998 (Universidad de Castilla-La Mancha), presenta un panorama multitemático, intemporal y desigual del centenario; frente a trabajos rigurosos y novedosos sobre “el 98”, se nos presentan otros lejanos en el tiempo y con poca relación con el asunto central –la urbanización en Latinoamérica o el franquismo, como ejemplos–.

Esta serie de obras colectivas adolece de un problema común: lo colectivo no debe identificarse con una mera recopilación ordenada de trabajos, fruto de una reunión científica o un encargo específico. El coordinador-editor no debe convertirse en un mero presentador y sí debe ser un verdadero sintetizador de los planteamientos, debates o propuestas que se presentan en la obra. Por otra parte, en casi todas las actividades científicas convocadas se ha podido apreciar la participación mayoritaria de especialistas o miembros del colectivo profesional sobre el que giraban las mismas –historiadores dialogando con historiadores, militares con militares, etcétera– sin considerar que era el momento más oportuno para que la “crisis del 98” se abriera al estudio global, interdisciplinar. Quizá una excepción notable sea la publicación que próximamente realizará la Universidad Complutense y la Editorial Biblioteca Nueva: Los significados del 98, que recogerá las ponencias presentadas al congreso que bajo el mismo título se celebró en esta universidad: historiadores, economistas, politólogos, militares, diplomáticos, especialistas en literatura o arte, reflexionaron conjuntamente sobre esa ya mítica fecha de 1898.

Pocos han sido los grandes libros de referencia que sobre el “98” se han publicado. Contrasta esta situación con lo ocurrido con el otro hecho histórico conmemorado durante 1998, los cuatrocientos años de la muerte del rey Felipe II. El debate se ha centrado más que en lo colectivo o en las exposiciones celebradas –muy revisionistas también en relación con la monarquía y el papel de España en Europa– en función de tres libros: La gran estrategia de Felipe II de Geottrey Parker; Felipe de España de Henry Kamen y Felipe II y su tiempo, de Manuel Fernández Álvarez, de algunos de los cuales se han vendido ya más de 30.000 ejemplares. Todo un ejemplo que no ha sido seguido por los contemporáneos.

En el caso de la crisis “noventayochista” no ha habido, en mi opinión, ni muchas novedades en relación con lo que ya sabíamos ni polémicas destacadas sobre uno o varios libros. Quizá, sin embargo, podríamos referirnos a dos trabajos que han merecido una mayor atención por parte de los especialistas.

El primero se publicó en 1997 por el hispanista británico Sebastian Balfour bajo el título El fin del Imperio español 1898-1923 (Barcelona: Crítica). Una apretada síntesis de un cuarto de siglo de la historia de España, en la que señala de qué manera el “desastre” es la clave explicativa del derrumbe del sistema de la Restauración creado por Cánovas del Castillo. Sus interpretaciones sobre la inconsistencia del imperio español, unidas a las repercusiones sociales y políticas de la crisis a corto y medio plazo, explicarían, por lo tanto, no sólo la pérdida de nuestras colonias sino el resultado final del “desastre”: el golpe de Estado de Primo de Rivera en 1923, como solución/alternativa/respuesta a un fracaso en el denominado por algunos “proceso de modernización” de España.

Junto a este libro el publicado por los profesores Antonio Elorza y Elena Hernández Sandoica, La guerra de Cuba, 1895-1898 (Madrid: Alianza), representa una de las escasas aportaciones además de rigurosas, interesantes y polémicas. Un estudio bien re- dactado en el que destacan, en mi opinión, el análisis crítico relativo al nacionalismo cubano versus política reformista española; el desarrollo pormenorizado de la guerra iniciada en 1895 desde ambos lados de la “trocha”; el problema de la esclavitud y los intereses económicos y políticos que sobre el mismo se establecieron, muchas veces relegados en otros trabajos. No se olvidan los autores de insertar la guerra hispanocubana en un contexto internacional, atendiendo a los crecientes intereses norteamericanos sobre la isla de Cuba, ni de señalar el conjunto de factores que desde 1868, principalmente, explicarán la posterior guerra con Estados Unidos y su consecuencia directa, el tratado de París de diciembre de 1898.

 

«No se olvidan los autores de insertar la guerra hispanocubana en un contexto internacional, atendiendo a los crecientes intereses norteamericanos sobre la isla de Cuba»

 

También nos encontramos con un gran número de artículos aparecidos en revistas que han dedicado monográficamente sus ediciones a esta conmemoración: Revista de Occidente, Torre de Lujanes, Cuadernos de la Escuela Diplomática, Revista de Historia Militar o Cuadernos de Historia Contemporánea. Publicaciones periódicas en las que suelen escribir casi los mismos autores que de una u otra forma sintetizan, amplían, combinan de otra manera lo ya expuesto anteriormente, sin aparato crítico y escasa investigación novedosa.

No obstante, sí parece interesante señalar que comparando lo publicado en este año con lo editado en 1997, aparecen en éste trabajos más sugerentes y novedosos. Debe destacarse, por ejemplo, la obra colectiva editada por Juan Pablo Fusi y Antonio Niño, Vísperas del 98 (Madrid: Biblioteca Nueva) en la que especialistas como Jover, Espadas, Hernández Sandoica, De la Torre, Cacho, Offner, Mainer o Álvarez Junco, entre otros, analizan con detalle las vertientes civilizadoras, políticas, militares, coloniales, culturales o internacionales que condujeron al “desastre”, sometido en ese trabajo a un fuerte revisionismo expresado en el relegamiento del “paradigma del fracaso” tan asentado durante el siglo XIX y gran parte del XX.

Desde un punto de vista diplomático, la obra de Javier Rubio, La cuestión de Cuba y las relaciones con los Estados Unidos durante el reinado de Alfonso XII (Madrid: Ministerio de Asuntos Exteriores) se ocupa también de los orígenes, especialmente del período básico para entender la crisis finisecular, 1875-81, en el que se combina una acción ofensiva norteamericana del gabinete Grant, el final de la guerra de Yara en 1878 y una visión irreal de la realidad cubana de los dirigentes españoles y especialmente de Cánovas del Castillo.

Desde un punto de vista militar, los estudios de Agustín Rodríguez, Política naval de la Restauración, 1875- 1898 (Madrid: Editorial San Martín); Rafael Nuñez Florencio, El ejército español en el desastre de 1898 (Madrid: Arco Libros), autor también de una obra sugerente y muy bien elaborada, Tal como éramos: España hace un siglo (Madrid: Espasa); y Gabriel Cardona y Juan Carlos Losada sobre Weyler, nuestro hombre en La Habana (Barcelona: Planeta) nos presentan como especialistas en la materia conclusiones sugerentes, avaladas, en gran parte, por investigaciones rigurosas. El mito del “desastre naval y militar” como consecuencia del estado de nuestras fuerzas armadas y la incompetencia de sus mandos es rechazada de plano. El singular esfuerzo de transportar el mayor contingente militar desde España hacia América en el siglo XIX; el preciso plan de modernización de nuestras fuerzas navales desde 1887, que no pudo estar a punto para la confrontación de 1898; el estudio de la estrategia y la táctica militares en las operaciones de una guerra en la que morían más soldados por las enfermedades que por los enfrentamientos directos con el enemigo, son algunas de las aportaciones que incorporan los citados trabajos.

 

Sobre el caciquismo

Otra nota que sobresale del análisis de lo publicado sobre “el 98” es la popularización de un tema histórico. En pocas ocasiones se ha producido una participación tan alta de la opinión pública en un acto conmemorativo de carácter histórico. El gran número de personas que han visitado las exposiciones organizadas en España y las opiniones expresadas después de su recorrido, indican no sólo un renovado interés por el pasado de la nación por parte de un pueblo que no valora en exceso su historia, sino que el mensaje que se ha querido transmitir con estos actos ha calado: esa España del caciquismo, del sufragio censitario y del atraso económico, poseedora de colonias en tres continentes, ha sido sustituida por una España en transformación modernizadora donde la monarquía, gracias a la labor de líderes como Cánovas y Sagasta, pudo superar con éxito una guerra “no deseada” y un desastre colonial que hizo pasar a nuestro país de un pasado imperial a un presente nacional.

Esta socialización de la historia se ha visto favorecida también por el papel de los medios de comunicación. Dos periódicos, El País y El Mundo, a través de sus coleccionables y secciones conmemorativas; y revistas como Cambio 16 o Historia 16 han acercado unos hechos históricos al lector a través de imágenes, documentos de la época y los propios historiadores que los han estudiado con rigor. También Televisión Española con una serie titulada “El 98”, ha contribuido a este fenómeno; en honor a la verdad, debe ser considerado como uno de los mejores trabajos realizados por la televisión pública en los últimos años, especialmente por la colaboración en la misma de historiadores de todas las partes implicadas y de diferentes escuelas historiográficas, además de la labor de recuperación de documentos visuales históricos.

Es en este contexto en el que cabe incluir las aportaciones de lo que podríamos definir como periodismo histórico al estudio del “98”. Profesionales del periodismo como José Antonio Plaza, recientemente fallecido, nos presentaba el trabajo El maldito verano del 98 (Madrid: Temas de Hoy), divulgativo, excesivamente periodístico y anecdótico; Agustín Remesal, El enigma del Maine (Barcelona: Plaza y Janés), gran trabajo recopilador de documentos norteamericanos principalmente, que confirman la tesis ya señalada por los especialistas sobre el incidente que puso en marcha la maquinaria de guerra de EEUU; o Manuel Leguineche, Yo te diré… la verdadera historia de los últimos de Filipinas (Madrid: El País/Aguilar), obra excesivamente pretenciosa y superficial, poco rigurosa y Yo pondré la guerra (Madrid: El País/Aguilar), sobre el papel de la prensa norteamericana en la creación de un estado de opinión favorable a la guerra, convertida en gran negocio por Hearst).

¿Qué balance puede hacerse de todo este conjunto de reflexiones? En primer lugar sobresale una idea ya apuntada: son más las síntesis o reinterpretaciones sobre lo ya escrito anteriormente que las novedades basadas en el estudio de viejas o nuevas fuentes. Fuentes primarias que siguen, en la mayoría de los casos, sin ser objeto de una recopilación. ¿Cómo es posible que el ministerio de Asuntos Exteriores, representado en la Comisión Nacional del 98, no haya aprovechado para publicar la que podría haber sido como la primera recopilación de documentos diplomáticos existente en España? Colección, por otra parte, que se podía haber elaborado en perfecta colaboración entre diplomáticos e historiadores permitiendo dejar para el futuro un espléndido trabajo. Recordemos que los norteamericanos tienen sus propias colecciones sobre el período, incluso algunas relativas a las cuestiones de Cuba (Correspondence between the United States government and Spain in relation to the island of Cuba); de igual modo poseen ese trabajo los cubanos (Correspondencia diplomática de la delegación cubana en Nueva York durante la Guerra de la Independencia de 1895- 1898, publicado en 1943).

No puedo dejar de señalar cómo la crisis del 98 se ha reinterpretado desde la situación política española de 1998. En la línea argumental ya señalada, una parte importante de los trabajos publicados insisten en relegar para siempre los paradigmas catastrofistas del pasado –fracaso-atraso-desastre- decadencia– bien asentados en la conciencia colectiva de los españoles, para ser sustituidos por el paradigma democratizador/modernizador. Se señala así que tras la ¿derrota? la Restauración inició un proceso regeneracionista, de cambio, de modernización que puso las bases de la España del siglo XX, o lo que es lo mismo, que permitió llegar a la España actual: moderna, europea, estable y democrática.

El fuerte nacionalismo que impera en la historiografía española y los aún escasos trabajos de carácter internacional, me permiten indicar otra conclusión: siguen siendo muy limitados los estudios que insertan la “crisis del 98” en el contexto político internacional intersecular. No hay que olvidar que no hay un solo “98”, ni que tampoco hay un solo conflicto. Debe hablarse más correctamente de una verdadera crisis internacional compleja en la que se confluyen y se interrelacionan varios procesos: a) una guerra colonial; b) una guerra internacional entre España y EEUU; c) un conflicto entre viejas y nuevas potencias que se inserta en el proceso de redistribución colonial que arranca de 1885; d) un enfrentamiento político-diplomático entre Europa y América, y entre las grandes potencias europeas, ante la presencia cada vez más inquietante de EEUU en la escena internacional; e) una tensión entre España y Gran Bretaña como consecuencia de las acciones de ambos Estados en Gibraltar, ante la posibilidad de un enfrentamiento hispano-norteamericano en la Península. Sin tener en cuenta esos factores es imposible, en mi opinión, entender realmente la “crisis del 98”.

 

«No hay que olvidar que no hay un solo ’98’, ni que tampoco hay un solo conflicto»

 

Por último, me parece que hay que hacer también una revisión sobre las consecuencias del “98” para la política exterior española. Autores como Powell, Jover, Fernández Almagro o Bledsoe parecen indicarnos que tras la crisis España no pudo superar en materia de relaciones exteriores sus consecuencias, ni tampoco contó con los recursos necesarios para superar el pesimismo reinante y sólo el “africanismo” pudo suplir esas carencias y colmar las renacidas ansias colonialistas de un ejército derrotado.

En el estado actual de nuestras investigaciones podemos afirmar que será el período comprendido entre 1899 y 1914 cuando se pongan las bases de la política exterior del siglo XX. Resumiendo lo ya escrito en otras partes podemos sintetizar estas bases de esta manera: reducidos sus límites y territorios, España se convertirá en una potencia euroafricana, una potencia regional con un carácter periférico en el centro del sistema internacional; se confirmará como eje geoestratégico el comprendido entre las Baleares- Estrecho-Canarias; el africanismo, que algunos autores como Morales Lezcano identifican con “marroquismo”, irrumpirá con fuerza en nuestra acción exterior y como tal permanecerá hasta 1956; en el contexto de los debates mantenidos por los autores integrados en las generaciones del 98 y del 14, el europeísmo se planteará como una alternativa al llamado problema español: “España es el problema. Europa es la solución”, el reto de Europa se mantendrá así hasta 1986; no podemos olvidar, por último, el “hispanoamericanismo”, no sólo como término para identificar el área geohistórica sobre la que se iba a desarrollar una nueva política, sino también como significado del primer gran proyecto, el más duradero, de relaciones entre España y América, hasta que sea sustituido por el “iberoamericanismo”.