AFKAR-IDEAS  >   NÚMERO 67

Relanzar la integración euromediterránea en tiempos de crisis

La crisis actual debería servir de punto de partida para el relanzamiento de una zona euromediterránea más integrada por medio de los intercambios comerciales y las inversiones.
Blanca Moreno-Dodson
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A menudo nos referimos a las crisis como ventanas de oportunidad. Pero estas solo pueden aprovecharse si existe la voluntad política de superar los desafíos de acuerdo con la magnitud de la transformación requerida, algo especialmente difícil cuando esa transformación implica la participación de varios países entre los cuales el diálogo es débil o incluso está paralizado, ya sea por decisiones diplomáticas o como consecuencia de conflictos.

Sin embargo, las crisis también pueden reforzar la solidaridad entre países que sufren carencias semejantes e incluso dar lugar a cambios históricos capaces de transformar la vida de poblaciones enteras. Incluso en una situación en la que la voluntad política sigue siendo débil, la necesidad puede estar en el origen de la implementación de soluciones comunes.

La magnitud del choque exógeno provocado por la pandemia de la Covid-19 en todo el mundo no tuvo precedentes y puso en peligro todas las cadenas de suministro comerciales, provocando numerosos bloqueos e impidiendo a los ciudadanos acceder a bienes y servicios a los que estaban acostumbrados. Posteriormente, la invasión rusa de Ucrania, acontecimiento tan inesperado como devastador cuyo final aún no se vislumbra, contribuyó a la reducción de la oferta y al aumento generalizado de los precios asociado, sobre todo, a las dificultades en el suministro de energía y productos alimenticios, lo que provocó que surgieran nuevos cuellos de botella en el comercio mundial, así como una escasez de determinados productos básicos que afectan a los países y sus poblaciones de manera errática y desigual.

 

 

 

Hacia una diversificación y relocalización de las cadenas de valor mundiales

Para Europa en concreto, la gran dependencia de las importaciones de Asia, especialmente de China, se ha manifestado en muchos sectores, como el automóvil, la informática o los productos químicos. Sería imposible prever de la noche a la mañana un cambio en los acuerdos de importación, la logística o la conectividad del transporte. Sin embargo, es evidente que las soluciones regionales y locales son extremadamente necesarias y pueden ofrecer las únicas alternativas viables para superar esta doble crisis sin precedentes.

Estudios en profundidad muestran que los países del Sur y el Este del Mediterráneo tienen una capacidad de producción y exportación suficiente para cubrir las necesidades de Europa en un gran número de sectores y, en particular, en determinados productos específicos (Post Covid-19: opportunities for growth regional value chains and Mediterranean integration, Augier, P.; Moreno-Dodson, B.; Blanco, P.; Gasiorek, M.; Mouley, S.; Tsakas, C.; Ventelou, B., CMI y FEMISE, 2022). Si Europa recurriera más a estos países para abastecerse, se beneficiarían todos. El impacto positivo para los consumidores europeos se manifestaría en términos de disponibilidad y suministro de productos a precios competitivos. Al mismo tiempo, esta demanda europea también podría tener un efecto multiplicador tanto en el crecimiento económico como en la creación de empleo en los países exportadores de la orilla sur.

Sin embargo, esta alternativa, que nos parece tan evidente en el plano analítico, tropieza con varios obstáculos. En primer lugar, el comercio de productos entre el Norte y el Sur del Mediterráneo se enfrenta a diversas medidas arancelarias y no arancelarias que representan en torno al 30% del coste total del comercio y desaniman a los importadores europeos (Commercer ensamble: vers un relance de l’intégration de la región Moyen-Orient et Afrique à l’ère post-covid, Arezki, R.; Moreno-Dodson , B.; Yuting Fan, R.; Gansey, R.; Nguyen, H.; Cong Nguyen, M.; Mottaghi, L.; Tsakas, C.; Wood, C., Banco Mundial, 2020). Los acuerdos comerciales bilaterales firmados con países como Marruecos, Túnez o Egipto no incluyen a todos los sectores y se han visto superados por los acontecimientos actuales. Aunque se reconoce que estos acuerdos necesitan ser revisados, puesto que ya no responden a las necesidades actuales, las perspectivas de esa revisión son muy divergentes y distan mucho de tener un enfoque conciliador en el Norte y el Sur. También sería importante a este respecto ampliar la vía de la sociedad civil, porque son las poblaciones civiles quienes sufren los efectos de los acuerdos tal como existen hoy.

 

Los acuerdos comerciales bilaterales entre la UE y los países MENA ya no responden a las necesidades actuales, pero las perspectivas de revisión están lejos de un enfoque conciliador entre el Norte y el Sur

 

En segundo lugar, las brechas de eficiencia en el transporte y la logística entre el Norte y el Sur son considerables. Mientras que los países europeos actúan de acuerdo con las normas comunitarias, los países del Sur no disponen del mismo marco normativo y están sometidos a otras rigideces ligadas principalmente a su entorno empresarial. Existen trámites que se consideran todavía complicados y excesivos (esta situación es diferente en cada país) provocando así retrasos en los puertos y/o elevados costes de espera, lo que también desanima a los importadores.

Por último, el clima de confianza de los inversores es una variable clave en este sentido. Cada país tiene su grado de estabilidad política y social específico, por lo que cualquier comparación sería demasiado simplista. Pero está claro que los inversores europeos están a favor de aquellos países del Sur y del Este capaces de ofrecer más garantías de sostenibilidad y capacidad de resolución de conflictos, si llegara el caso. La confianza en el sistema judicial es, por tanto, un elemento esencial.

Pero los obstáculos no vienen únicamente del Sur. También es necesario que los modelos de inversión que se utilicen en los países europeos respondan a una auténtica visión de cooperación con particulares y empresas de los países receptores de la inversión. Esto debería traducirse en oportunidades para el intercambio de experiencias e innovaciones tecnológicas y en una mayor implicación de los actores locales, en particular de las pequeñas y medianas empresas, todo ello en un marco que incluya objetivos concretos para la creación de empleo. Hay ejemplos positivos de grandes empresas que han invertido en el Sur con buenos resultados (en los sectores del transporte aéreo, el automóvil y los seguros, por ejemplo). Sin embargo, hay menos ejemplos de asociaciones con externalidades positivas cuando se trata de pymes locales.

Esta situación única que atravesamos debería ser el punto de partida para el relanzamiento de una zona euromediterránea más integrada a través del comercio y la inversión. Ha llegado el momento de superar los obstáculos que impiden a los ciudadanos beneficiarse de las ventajas que conllevaría esta integración.

 

Integración por medio de la descarbonización

En este contexto general, no debemos perder de vista los objetivos de descarbonización que todos los países siguen con diferentes grados de ambición, por supuesto. Por un lado, estos objetivos de descarbonización para 2030 y 2050 podrían constituir un incentivo añadido para diversificar y reubicar cadenas de valor en el ámbito regional, dada la consiguiente disminución del tiempo de transporte, la reducción de la contaminación y la menor huella de carbono que se derivarían de ello. Por otro lado, en el caso que nos ocupa, el de la región euromediterránea, ni los países europeos ni los países de la orilla sur y este podrán alcanzar sus objetivos de descarbonización si no colaboran y comercian más entre sí, incluso en el sector de la energía. Una vez más, es necesario poner en marcha proyectos que ofrezcan soluciones comunes.

 

 

Por un lado, la oferta actual de recursos energéticos de Europa no tiene ni el volumen ni la flexibilidad de suministro necesarios para satisfacer las crecientes necesidades energéticas de las poblaciones, especialmente a la vista de las restricciones adoptadas por Rusia. Por otro lado, el Sur ofrece un gran potencial tanto para el gas y su transporte a Europa como para las energías renovables. Estas son muy abundantes (solar, eólica) y se pueden producir (hidrógeno) eficientemente en el Sur; merecen ser explotadas conjuntamente con inversiones que establezcan objetivos comunes de codesarrollo e integración.

El sector energético constituye hoy el vector de integración euromediterránea más evidente y urgente. Las nuevas inversiones deben canalizarse hacia soluciones que permitan a Europa reducir su dependencia energética de Rusia, mientras los países del Sur ricos en recursos renovables diversifican y transforman sus economías. Los efectos serían triplemente positivos si tenemos en cuenta los avances que se derivarían de una lucha unida contra el cambio climático. También es necesario que mejoren la colaboración y el diálogo entre países y que los incentivos económicos y sociales faciliten la toma de decisiones, que de otro modo se vería obstaculizada por la falta de diálogo político.

Para ello habría que recurrir a la normativa de la Unión Europea, en concreto al nuevo Pacto Verde. Para que los países socios del Sur y el Este del Mediterráneo puedan perseguir sus propios objetivos de descarbonización teniendo en cuenta las nuevas reglas que vienen de Europa, el diálogo y la colaboración Norte-Sur y Sur-Sur son ineludibles. También será necesario reforzar la capacidad para reforzar la absorción de las inversiones en beneficio de la población y compartir las experiencias.

En este contexto, los países del Sur deben prepararse para enfrentarse a las consecuencias del impuesto al carbono. Esto significa que en los sectores más contaminantes que son objeto de exportaciones a Europa, se tendrán que poner en marcha las medidas necesarias para que el contenido y/o las emisiones de carbono se reduzcan para seguir siendo competitivos con los productos europeos, que se supone que deben reducir gradualmente su contenido de carbono. De lo contrario, se volverían menos competitivos y tendrían más dificultades para exportar a determinados mercados europeos. La colaboración y coordinación, así como el intercambio de conocimientos, son también fundamentales en este ámbito.

 

Inseguridad alimentaria: ¿otro factor de inestabilidad?

Entre los factores más desestabilizadores derivados de esta doble crisis, tanto en el plano económico como en el social, existe el riesgo de no poder satisfacer las necesidades alimentarias básicas de las poblaciones. Este riesgo se ha vuelto más evidente en los últimos años debido a la sequía y a las temperaturas extremas que afectan al Mediterráneo de forma más grave que al resto del mundo.

Incluso antes del conflicto en Ucrania, la inseguridad alimentaria amenazaba a la orilla sur del Mediterráneo (op. cit), y a algunos países en particular. Aunque las importaciones de determinados productos agrícolas seguirán siendo necesarias, porque la autosuficiencia alimentaria no se presenta como un fin en sí misma, es cierto que una gran dependencia de las importaciones de los productos esenciales para la dieta y los hábitos de cada país crea importantes situaciones de vulnerabilidad que deben corregirse.

 

Las nuevas inversiones deben canalizarse hacia soluciones que permitan a Europa reducir su dependencia energética de Rusia, mientras los países del Sur, ricos en recursos renovables, diversifican y transforman sus economías

 

La pregunta que se plantea es por qué los modelos de producción agrícola no han dado necesariamente prioridad a los productos importantes y emblemáticos, como el trigo y otros cereales. Con la crisis de Ucrania, las dificultades de suministro y la subida de precios han puesto de manifiesto una vez más el peligro de una dependencia excesiva de las importaciones de productos esenciales. Con la caída de los ingresos generados por las exportaciones y la ralentización de los flujos de capital, la capacidad importadora de los países del Sur se ha reducido y, en este sentido, su situación se ha vuelto extremadamente frágil.

En un contexto de cambio climático, en el que es necesario tener en cuenta el estrés hídrico y adaptar las prácticas agrícolas de forma eficiente y productiva, primero convendría identificar qué productos se debería favorecer para la producción agrícola local, en respuesta a las demandas locales. Después sería necesario que los gobiernos invirtieran en bienes públicos regionales, como la extensión agraria y los métodos de riego eficientes, y crearan los incentivos económicos necesarios para que los agricultores produzcan estos alimentos básicos que necesitan las poblaciones, a la vez que preservan y aumentan sus ingresos, así como su capacidad para llevar una vida digna en las zonas rurales.

Invertir más en las zonas rurales también debería tener como objetivo preservar los ecosistemas existentes y buscar soluciones basadas en la naturaleza que también producirían empleo y oportunidades empresariales, especialmente para los jóvenes (por ejemplo, el CMI presta su apoyo a los jóvenes emprendedores de Mediterranean Youth for Water Network -MedYWat, apoyándolos en la incubación de sus proyectos innovadores y la creación de start-ups). Al mismo tiempo, estas inversiones contribuirían a frenar el éxodo de las poblaciones rurales hacia las ciudades y a equilibrar mejor las distintas fuentes de crecimiento de cada país. La agricultura aún ofrece un gran potencial para alimentar a las poblaciones y aumentar las exportaciones, además de servir de base para el sector agroindustrial, por lo que no debe ser descuidada.

En el campo de la seguridad alimentaria, el diálogo entre países y la colaboración entre los responsables de las políticas económicas también son fundamentales en la región. Aunque en este momento la idea de una política agraria común en el Mediterráneo parece remota, dada la falta de un marco normativo común, todavía es posible, sin embargo, que los países del Sur y el Este del Mediterráneo colaboren entre sí y con los países de la orilla norte en la gestión de los recursos hídricos y la adecuación de los cultivos agrícolas, teniendo en cuenta las buenas prácticas existentes y los últimos avances tecnológicos. También será necesario que el sector agrícola entre en las negociaciones en el marco de los tratados de libre comercio que deben ser revisados y actualizados.

 

Hacia un futuro inmediato

Los desafíos actuales en el Mediterráneo solo pueden convertirse en oportunidades si los países involucrados son capaces de coordinar sus acciones y sus políticas en un marco coherente, aunque no esté armonizado. La Unión Europea se enfrenta a la necesidad de revisar algunos acuerdos con sus países vecinos del Mediterráneo, incluso en el marco de los acuerdos comerciales bilaterales, la integración del mercado energético, la coordinación de las políticas agrarias y la gestión de los recursos hídricos.

Esto es necesario no solo para sacar partido a un movimiento hacia la regionalización de las cadenas de valor, que hay que aprovechar, sino también para preservar la estabilidad económica y social de los países mediterráneos menos desarrollados.

Europa podría poner fin a su situación de dependencia tanto en lo referente a las importaciones de productos intermedios como de recursos energéticos, reforzando la política de vecindad y dotándola de los medios para que sus objetivos de cooperación y desarrollo en el Sur se materialicen por fin y cosechen resultados concretos. Al mismo tiempo, los países del Sur también deben dar sus propios pasos para reducir su inseguridad alimentaria y promover un desarrollo rural integrado y sostenible.

La crisis de Ucrania no debe ser una distracción que aparte a Europa de su relación con el Mediterráneo. Al contrario, precisamente en el Mediterráneo se podrían encontrar soluciones beneficiosas para todos./