El círculo vicioso de violencia en el que Argelia parece estar  inmersa recuerda de algún modo la guerra de independencia  que, entre 1954 y 1962, se llevó la vida de unos 500.000  argelinos y decenas de miles de soldados franceses. La perversidad de dicha guerra no fue sólo resultado de la extensión de la  tortura o del uso del napalm contra los “rebeldes”: la traición de los  argelinos musulmanes entre sí, cuando los partidarios del Frente de  Liberación Nacional (FLN) lucharon contra los del veterano líder  nacionalista, Messali Hadj; la violencia fraticida que los líderes del FLN  practicaron y continuaron practicando durante los treinta años posteriores  a la independencia; la traición de los colonos franceses entre sí y por  parte de su propio Gobierno; todos estos factores contribuyeron a la orgía  de muertes, violaciones, torturas y mutilaciones, la verdad de las cuales  no ha sido todavía aceptada debidamente ni por Argelia ni por Francia.  

Hoy, el alcance es diferente, pero si la espiral de violencia en la que  vive Argelia desde enero de 1992, cuando sus líderes civiles y militares  suspendieron las elecciones que el Frente de Salvación Islámico (FIS) se  preparaba a ganar, no se detiene, podría desembocar en una guerra civil  en la mayor nación del norte de África. Sus efectos en los países vecinos,  Marruecos y Túnez, son incalculables; las consecuencias en aquellos  países musulmanes en los que movimientos islámicos radicales están  luchando contra sus Gobiernos, con toda la fuerza derivada de la  frustración económica y social, serán graves. Los países europeos que  cuentan con importantes minorías de inmigrantes musulmanes como  Francia, Bélgica, Alemania e Italia, se verán involucrados a la fuerza.  

Es bastante extraño que, una generación más tarde, algunos de  quienes inspiran y dirigen el actual asalto islámico al Estado argelino sean  aquellos mismos que…