Trump 2.0 se está revelando más disruptivo, centrado y disciplinado que Trump 1.0. El mantenimiento de la hegemonía de Estados Unidos sigue siendo su gran objetivo y las relaciones comerciales su principal herramienta, pero es más consciente de que hay otras herramientas posibles. Trump 2.0 es más impaciente y quiere resultados desde el mismo inicio de su mandato. Tampoco quiere ataduras. Sus ataques a la administración hay que verlos como un intento de eliminar posibles cortapisas a su acción. Con la administración emasculada, parece que su siguiente objetivo serán los jueces. Tampoco quiere verse constreñido por el orden liberal internacional creado en la posguerra de la Segunda Guerra Mundial. Trump se ha rodeado en su segundo mandato de radicales que piensan como él y comparten los mismos objetivos. No hay en el gobierno moderados como fueron Rex Tillerson o H.R. McMaster, que trataron de controlar la impetuosidad del presidente en su primer mandato.
Por zonas geográficas, Trump desea reafirmar la presencia estadounidense en Latinoamérica, frenar la penetración de China y antagonizar a los regímenes de Cuba, Nicaragua y Venezuela. En cambio, no parece que vaya a dedicar una especial atención al África Subsahariana, donde en los últimos años Rusia y China han avanzado posiciones en detrimento de Occidente. Su interés por Europa también va a ser matizado. No desea que el continente se convierta en un sumidero de recursos para Estados Unidos, ni que sus países “se aprovechen” de Estados Unidos. Oriente Medio continuará siendo una prioridad, como en su primer mandato. Dará carta blanca a Benjamín Netanyahu y colaborará con aquéllos a los que percibe como amigos, empezando por Mohamed Bin Salmán. El gran cambio es su deseo de negociar un acuerdo nuclear con Irán más o menos semejante al que Trump 1.0 rechazó en 2018. Aparte de…