“Un mundo sin normas es una terra incognita, un tiempo sin normas es una Edad Media”. Así hablaba el Rey Felipe VI ante la Asamblea General: “Creer en las Naciones Unidas es, también, creer en un mundo basado en normas. Las normas generan conductas a las que se ciñe la enorme mayoría de los actores internacionales. Incluso cuando se incumplen o se vulneran, hay base para reivindicarlas, para hacerlas valer. Las normas son la voz de la razón aplicada a las relaciones internacionales, la mejor defensa que tenemos ante la ley del más fuerte”.
Se dice en este número que el orden liberal internacional, construido tras la Segunda Guerra Mundial, se tambalea. Un orden siempre imperfecto, pero basado en normas que ofrecen certidumbre. Un orden que proclama el principio de respeto a la soberanía inviolable de los Estados y confía en las organizaciones internacionales para promover el comercio, la cooperación y el valor universal de los derechos humanos.
Sin embargo, el país que dio forma a este orden lidera hoy su cuestionamiento. Ha abandonado la defensa del comercio abierto y la democracia liberal, para convertirse en un promotor del proteccionismo y del iliberalismo. A ello se suman otras potencias revisionistas, que apuestan por un sistema basado en la fuerza, las zonas de influencia y la política del poder.
Asistimos al grave deterioro del multilateralismo: a la creciente desconfianza hacia las organizaciones internacionales, al uso de la fuerza sin autorización del Consejo de Seguridad, a la proliferación de medidas unilaterales. En estas páginas, nuestros autores no renuncian al multilateralismo, pero tampoco caen en la nostalgia. Lo defienden con convicción, conscientes de que debe adaptarse a los desafíos de nuestro tiempo y fortalecerse mediante nuevas alianzas.
Se trata de un gran reto para Europa, en un tiempo marcado por el auge…
