Al margen de su valor sentimental, los aniversarios valen de poco si no llevan a reflexionar y corregir el presente. Hace cuarenta años, el 25 de marzo de 1957, los seis plenipotenciarios firmaban en el palacio Barberini la constitución de la Comunidad Económica Europea y el Euratom. Este último no es un detalle menor. No se firmaba sólo el (luego llamado) tratado de Roma. El tratado CECA (Comunidad Europea del Carbón y el Acero) había sido firmado en 1952.
La firma en Roma ponía en marcha un experimento institucional único en la Historia: carecía de modelo y escapaba a las formas del Estado-nación. Contra lo que dicen, no sin desenvoltura, tantos columnistas españoles, han sido grandes los avances hacia la unidad y firmes sus bases. Pero el proceso tiene flancos abiertos y los riesgos son muchos. Lo que queda por recorrer requerirá quizá otros tantos años de trabajo. Los padres fundadores, el canciller Konrad Adenauer y Jean Monnet –junto a Robert Schuman– respondían a sus nacionalidades, alemana y francesa: el tratado CECA era ante todo un plan de paz, un diseño para evitar nuevos enfrentamientos armados a un lado y a otro del Rin. Este es un punto central en el origen de la Europa comunitaria y no debería olvidarse. La paz, antes que la prosperidad económica, es el gran impulso que puso en marcha el ideal europeo a través de hombres tan distintos como Churchill y De Gaulle, Erhard o De Gasperi. Por eso hoy, en este cuadragésimo año del tratado de Roma, conviene volver sobre el fundamento y la necesidad de la paz. Como origen de la nueva Europa, la paz amenazada es a un mismo tiempo riesgo y motor de la Unión Europea (UE). La división de Yugoslavia ha puesto de relieve la fragilidad de la Unión….

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