Asistencia alimentaria: eje estratégico de la respuesta humanitaria

Lucía Fernández Suárez
 |  25 de mayo de 2016

La intención del secretario general de Naciones Unidas, Ban Ki-moon, al convocar en 2012 la Cumbre Humanitaria Mundial que se celebra estos días en Estambul era abordar, por primera vez en una cita de alto nivel, los retos que dificultan atender las necesidades humanitarias del creciente número de personas afectadas por emergencias (125 millones este año) y que necesitan de una respuesta internacional. La asistencia alimentaria es uno de los componentes principales de dicha respuesta, como corresponde a una de las más inmediatas necesidades del ser humano: comer para sobrevivir.

El hecho de que la mayor parte de las emergencias se produzcan en lugares donde la seguridad alimentaria y la nutrición son precarias para buena parte de la población, hace que la asistencia alimentaria adquiera una mayor dimensión. Así, las personas afectadas por desastres y emergencias complejas sitúan los alimentos como su necesidad inmediata. No en vano, la alimentación representa más del 40% (26.000 millones de dólares) de la financiación de los llamamientos de la ONU en la última década, según el Global Humaniarian Assistance Report 2015.

A la hora de responder de manera más eficaz a las necesidades de la población vulnerable, la que más sufre las catástrofes y los conflictos, la asistencia alimentaria adolece de limitaciones similares a las del resto de sectores humanitarios. Para simplificar, hay una falta de recursos para atender unas necesidades que no dejan de crecer. Las especificidades del sistema humanitario, modeladas a menudo por los mecanismos de financiación, imponen un esquema de trabajo que se traduce demasiado a menudo en una respuesta reactiva, cuando la situación ya ha desembocado en crisis.

Sin embargo, en muchos contextos hay espacio para un trabajo más efectivo si se actúa de manera preventiva. Es el caso de las emergencias relacionadas con el clima, que son más del 90% de los desastres naturales, según datos de 2013. Se trata de fortalecer las capacidades de la población vulnerable e invertir en la reducción de riesgos de desastre, preparación ante emergencias y la respuesta temprana. De este modo se consigue proteger los avances del desarrollo, salvar vidas, ahorrar dinero y ayudar a que las poblaciones salgan del ciclo de vulnerabilidad crónica.

La oportunidad que ofrece la tecnología actual (incluyendo el análisis de big data proporcionados por la telefonía móvil) para detectar de manera temprana una crisis de hambre en ciernes se podría aprovechar mucho mejor. Contamos con la información, contamos con la capacidad técnica, pero faltan con frecuencia los recursos económicos para ponerse en marcha.

El Servicio de Seguridad Alimentaria y Resiliencia Climática FoodSECuRE, un dispositivo de respuesta temprana del Programa Mundial de Alimentos de la ONU (WFP, en sus siglas en inglés) es un ejemplo innovador de mecanismo de financiación para la preparación ante desastres. Extender la filosofía de FoodSECuRE a otros ámbitos y contextos ayudaría a mejorar el modo en que se abordan las necesidades de la población y reducir los costes de la ayuda. Este enfoque preventivo cobra aún más relevancia ante la perspectiva de que la frecuencia e intensidad de los desastres relacionados con el clima aumenten a causa del cambio climático.

En la actualidad, sin embargo, preocupa de manera muy especial la atención de las poblaciones afectadas por conflictos bélicos, que a día de hoy generan el 80% de las necesidades humanitarias. En los conflictos, la población con menos recursos sufre de manera desproporcionada. El acceso a alimentos se complica y las personas forzadas a abandonar sus hogares a causa de la violencia, 42.500 cada día en 2014, engrosan a menudo las filas de los hambrientos, la más extrema manifestación de la pobreza y la desposesión. El abandono de sus tierras, la pérdida de medios de vida y la progresiva disminución de sus exiguos ahorros tienen para los desplazados internos (38,2 millones) consecuencias tan dramáticas como para los refugiados (19,5 millones) y los solicitantes de asilo (1,8 millones).

El modo de proporcionar asistencia alimentaría debe responder a las particularidades de cada situación, y por eso WFP contempla diferentes formas de facilitar el acceso a comida. Así, los refugiados sirios en Oriente Próximo reciben ayudas económicas para adquirir alimentos en supermercados locales, lo que redunda en la economía del lugar. Las tarjetas monedero que se recargan mensualmente o la tecnología más avanzada para que con una simple lectura del iris una familia pueda comprar alimentos forman parte de las opciones de intervención. Sin embargo, en contextos en los que los mercados no son funcionales, como por ejemplo en buena parte de Yemen o Sudán del Sur, las familias reciben directamente comida en raciones mensuales de productos no perecederos.

El respaldo de los gobiernos donantes, del sector privado y de los ciudadanos es clave para continuar evolucionando las diferentes alternativas de asistencia alimentaria de modo que respondan de forma más ágil y mejor a las necesidades de la población más vulnerable. Por este motivo, WFP se ha involucrado activamente en conversaciones sobre cómo mejorar la respuesta que incluyen el indispensable aspecto de la financiación. La Cumbre Humanitaria Mundial puede aportar cambios positivos en ese sentido. Pero no podemos llevarnos a engaño: las organizaciones humanitarias (“el sistema humanitario”) nunca podrá resolver las crisis que desembocan en emergencias humanitarias. Su resolución pacífica es de índole política y, por tanto, responsabilidad de los gobiernos.

 

Pie de foto: Descarga de alimentos en Madaya, la ciudad siria sitiada, tras las negociaciones que permitieron en enero de 2016 acceder a la ciudad a un convoy de varias agencias humanitarias. WFP/Hussam Al-Saleh
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