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Los residentes de Ballina, la pequeña localidad irlandesa de donde es originaria la familia de Joe Biden, celebran anticipadamente la victoria del candidato demócrata frente a Donald Trump, el 7 de noviembre. BRIAN LAWLESS. GETTY

Autonomía europea y vínculo transatlántico: dos caras de la misma moneda

En el siglo XXI será más difícil defender tanto la protección de nuestras democracias liberales en el interior como la promoción de los valores democráticos liberales en el exterior, dentro de los límites de un orden internacional basado en normas.
Nathalie Tocci
 |  13 de noviembre de 2020

Nunca habría imaginado el discutir los patrones de votación en Nevada y Pensilvania con mi mecánico. De hecho, nunca los europeos hemos seguido con tanta pasión y ansiedad el recuento de votos en Estados Unidos, durante cuatro días y noches, sin apenas dormir.

Más allá del psicodrama, ¿por qué las elecciones presidenciales de 2020 en EEUU han sido tan importantes para Europa?

 

Democracia en América

Estas elecciones han sido, ni más ni menos, sobre la democracia en EEUU. Esto es cierto para sus ciudadanos, pero también para las democracias liberales y los Estados autoritarios alrededor del mundo. Siendo EEUU, nolens volens, el líder del mundo democrático, una quiebra de su sistema democrático representaría un golpe mortal para las democracias liberales en otros lugares, envalentonando a los autócratas locales a seguir el ejemplo. Esto reivindicaría las narrativas antiliberales promulgadas por los líderes autoritarios en relación con la inestabilidad, la ineficacia y la bancarrota moral de las democracias liberales. Esta es una historia que Vladímir Putin ha defendido de manera explícita y Xi Jinping ha implicado más sutilmente.

El riesgo ha estado y en cierta medida sigue estando ahí. Un presidente en ejercicio que reclama la victoria de antemano, denuncia fraude, pide que se detenga el recuento de votos y monta una batalla legal para revertir el resultado de las elecciones: todo ello ha hecho mucho daño a la democracia de EEUU. Los tuits y las conferencias de prensa de Donald Trump durante el recuento hacían que uno se preguntara: ¿esto es EEUU o Bielorrusia? El contraste entre las mentiras descaradas de Trump y la elegancia del discurso de concesión del senador John McCain en 2008 no podría ser más marcado: un recordatorio nostálgico de lo bajo que ha caído el país.

Sin embargo, la profundidad y la duración del daño dependerá de cómo se desarrollen los acontecimientos en los próximos días y semanas. Si la violencia callejera se descontrola, o los tribunales, incluyendo el Tribunal Supremo, se envenenan por la politización, socavando el sacrosanto principio de la separación de poderes, el daño sería irreparable. Por fortuna, las primeras señales apuntan en la dirección opuesta, con las apelaciones de Trump siendo rechazadas en gran medida por los jueces de Nevada, Michigan, Georgia y Pensilvania.

La victoria de Joe Biden representa una derrota para los populistas nacionalistas europeos, que vieron en Trump un líder y un modelo a seguir. El hecho de que el sistema democrático de EEUU se mantenga, a pesar de los intentos de Trump de socavarlo, es un buen augurio para el futuro. La forma en que se asiente el polvo en aquel país tendrá enormes consecuencias para las democracias liberales en Europa y en otros lugares del mundo.

 

Trabajando con los EEUU del presidente Biden

A medida que la ola azul anegaba el mapa, la mayoría de los europeos suspiraron con alivio. No es ningún secreto que los últimos cuatro años han sido un duro camino para Europa. A lo largo de las últimas décadas ha habido muchas diferencias y desacuerdos transatlánticos, frustraciones y malentendidos, como los hay en todas las familias. Sin embargo, estos se desarrollaban dentro de los contornos de lo que siempre se vio incuestionablemente como una familia.

EEUU siempre ha sido el garante de la seguridad europea, el primer y principal defensor de la integración europea, y el socio de referencia de la Unión Europea y sus Estados miembros en los asuntos mundiales. En los últimos cuatro años, por primera vez tras la Segunda Guerra Mundial, un presidente de EEUU cuestionó la defensa colectiva de la OTAN, trató a la UE como un adversario en el ámbito comercial, amenazó con sanciones secundarias debido a la adhesión de Europa al Derecho Internacional y socavó de forma deliberada las instituciones y acuerdos multilaterales que forman parte del ADN europeo. Trump veía y trataba a Europa como cualquier cosa menos como una familia.

Bajo la administración de Biden, gran parte de esa pesadilla desaparecerá. El compromiso de EEUU con la OTAN se reafirmará y las discusiones transatlánticas sobre la defensa europea se desviarán de la obsesión mercantilista con los desequilibrios comerciales hacia una preocupación más sana de EEUU sobre el riesgo europeo, el reparto de responsabilidades y la resistencia de la OTAN.

Una administración de Biden buscará una verdadera asociación al otro lado del Atlántico. Trabajará junto con la UE en los Balcanes, y no con objetivos cruzados con ella, coordinará con los europeos sobre en asuntos como los de Ucrania, Bielorrusia, el Cáucaso, Rusia y Turquía, y acogerá con beneplácito el trabajo europeo para facilitar su regreso al acuerdo nuclear con Irán.

Desde la respuesta a la pandemia hasta el clima, la no proliferación y la recuperación económica, con Biden los europeos tendrán de nuevo un socio estadounidense para la gobernanza mundial. Naciones Unidas, el G7, el G20 y la próxima cumbre del clima (COP26) se convertirán en formatos multilaterales donde europeos y estadounidenses jugarán principalmente en el mismo equipo.

 

Los buenos viejos tiempos se han ido

Sin embargo, sería un error terrible para los europeos creer que Trump ha sido una aberración y que los buenos tiempos de la relación transatlántica han vuelto. Estas elecciones nos dicen lo contrario. Algunos en Europa estarán ahora tentados a esconder la cabeza en la arena y fingir lo contrario. Hacerlo sería irresponsable.

Trump ha perdido las elecciones, pero el trumpismo está vivo y coleando. Biden ha ganado por un cómodo margen en el Colegio Electoral, pero lo ha hecho con una mayoría mínima en varios Estados. Es cierto que los demócratas recuperaron Estados clave del llamado “cinturón del óxido”, como Pensilvania, Michigan y Wisconsin. Georgia también hizo el trascendental cambio de rojo a azul. Sin embargo, Trump ha cosechado cerca de setenta millones de votos y los europeos no pueden permitirse el lujo de ignorar esto.

No solo porque en 2024 el presidente de EEUU pueda ser una nueva encarnación de lo que hoy representa Trump. Tampoco porque con toda probabilidad, dependiendo de la segunda vuelta para los escaños del Senado de Georgia, Biden tendrá que acomodarse a vivir con una cámara alta de mayoría republicana. Más fundamentalmente es porque los valores e intereses que Trump encarnó son orgánicos para un importante segmento de la sociedad estadounidense, que no puede ser desestimado como un grupo menguante de hombres blancos enojados del Medio Oeste. Trump personifica una visión del mundo que ha calado entre diferentes generaciones, géneros y orígenes étnicos. Esta es una realidad que no podemos ignorar.

Todo ello tiene tres implicaciones principales para Europa. Primero, el proteccionismo en EEUU está aquí para quedarse. Es poco probable que la administración de Biden regrese a los días de Barack Obama, cuando EEUU acordó una Asociación Trans-Pacífica y negoció una Asociación de Comercio e Inversión Transatlántica. Esa agenda fue revertida por el Trump y es poco probable que la administración de Biden vuelva a dar un giro de 180 grados.

Una economía pandémica y pospandémica probablemente verá acortadas las cadenas de suministro, sobre todo de suministros críticos, dando lugar a una globalización más regionalizada y, por tanto, a un vínculo económico transatlántico más fuerte. La relocalización en el propio país más que una deslocalización cercana es más probable que gane el favor de la opinión pública, sobre todo en EEUU. Si bien es de esperar que Biden dé un paso atrás respecto a los aranceles sobre el aluminio impuestos a la UE y se abstenga de amenazar con sanciones secundarias, es poco probable que los europeos vean un cambio inmediato en la política comercial de EEUU, ya sea bilateralmente, vis-a-vis con los europeos, y posiblemente tampoco en el ámbito multilateral, en el marco de la Organización Mundial del Comercio.

Segundo, el enfrentamiento entre EEUU y China está aquí para quedarse. De hecho, puede agravarse bajo Biden. El antagonismo hacia China es compartido por ambos partidos en el Congreso y muy difundido entre la opinión pública estadounidense. El tono y las tácticas pueden cambiar, pero la visión general de China como competidora y adversaria permanecerá constante.

El enfrentamiento entre EEUU y China será un rasgo definitorio de la política internacional del siglo XXI, con independencia de quién se siente en la Casa Blanca. Habrá, por supuesto, diferencias, y estas tendrán consecuencias para los europeos. Pero Europa puede verse en un lugar más difícil que en los últimos cuatro años, pues el choque entre Washington y Pekín puede profundizarse, con un Biden menos inclinado a llegar a acuerdos con líderes autoritarios y más genuinamente preocupado por las cuestiones de democracia, derechos humanos y Estado de Derecho, desde la situación interna de China hasta Hong Kong, Taiwán y el mar de China Meridional.

Además, si bien es probable que la administración de Biden coordine su política sobre China con los europeos, el objetivo de esa coordinación será hacer que Europa se incline por la idea estadounidense de lo que debe significar la disociación. Para los europeos será infinitamente más difícil rechazar a Biden que a Trump. Decirle que no a un amigo nunca es fácil.

En tercer lugar, la administración presidida por Biden se verá desgarrada por el deseo de reconectar con el mundo y la necesidad de tratar los problemas existenciales en casa. Biden es consciente de la necesidad de reconstruir los puentes hacia el mundo, muy consciente del daño hecho a la reputación y credibilidad de EEUU durante el mandato de Trump. Sin embargo, el demócrata luchará por sellar y sobre todo ratificar los acuerdos internacionales con un Senado de mayoría republicana. Volver a comprometerse con el Plan de Acción Integral Conjunto sobre el programa nuclear iraní, por ejemplo, será más fácil de decir que de hacer.

Además, la nueva administración quedará absorbida por las prioridades nacionales. La magnitud de los desafíos internos a los que se enfrenta Biden hace que el reto de Obama en el apogeo de la crisis financiera mundial palidezca. La lucha contra la pandemia y la reactivación de la economía serán lo primero. Más allá del Covid-19, la administración estará preocupada por paliar la tóxica polarización política, las divisiones sociales y las desigualdades económicas que envenenan el país. Abordar esto es crítico para el futuro de la democracia en EEUU.

A su vez, los europeos contarán con un oído amigo en Washington, pero no necesariamente con una mano estadounidense mucho más activa en esta parte del mundo. La expectativa de que EEUU considere los problemas europeos, en y alrededor del continente, como una cuestión que atañe y deben manejar los europeos no solo es probable, sino también razonable.

 

Autonomía europea y el fortalecimiento del vínculo transatlántico

El riesgo más grave al que se enfrentan los europeos bajo una presidencia de Biden es el de descuidar todo lo anterior y dejar de lado su búsqueda de autonomía estratégica. La pandemia ya ha llevado a los europeos a cambiar su enfoque. Mientras que los últimos cinco años han estado marcados por un instinto de mirar hacia afuera y pensar en la seguridad, los próximos cinco años estarán impulsados por un instinto de mirar hacia adentro y pensar en lo socio-económico.

En los últimos años, los europeos hemos visto cómo nuestro mundo se desmoronaba, desde guerras en regiones circundantes hasta la amenaza del terrorismo en nuestras ciudades, desde el resurgimiento de la rivalidad entre las grandes potencias en el escenario mundial hasta la ansiedad de la migración incontrolada. El orden internacional liberal que nos había servido tan bien se ha deshilachado y su máximo promotor y protector –EEUU– ha desaparecido en combate.

Ha sido un baño frío de realidad, pero ha despertado a los europeos de un sueño de 70 años. Por tanto, a pesar de –o tal vez incluso debido a– la incapacidad de la UE para actuar internamente, ya sea en la economía o en la migración, esta comenzó a dar tímidos pasos en materia de política exterior, seguridad y defensa. El debate sobre la autonomía estratégica europea surgió en estos años.

El impulso para la autonomía estratégica europea ya ha disminuido, como lo demuestra el destino de los fondos destinados a la seguridad y la defensa de la UE en el marco del próximo presupuesto comunitario, o la pasividad europea a la hora de abordar los conflictos, desde Libia hasta Nagorno-Karabaj.

Con Biden, algunos europeos se verán tentados a esconder la cabeza en la arena, poniendo fin a las ambiciones mundiales, envueltos en la quimera de un cómodo retorno a un pasado que desaparece con rapidez. Otros argumentarán que la búsqueda de la autonomía estratégica es incompatible con un vínculo transatlántico reforzado, y con Biden en la Casa Blanca la prioridad debería ser la segunda, no la primera.

La autonomía europea no es incompatible con un vínculo transatlántico más fuerte, es la condición previa para ello. Solo una Europa más capaz, y por tanto más autónoma, puede trabajar de manera significativa con los EEUU de Biden para volver a hacer grande el multilateralismo. Desde la respuesta a la pandemia hasta el comercio, la seguridad y el clima, los europeos y los estadounidenses volverán a estar en el ajo, pero para cumplir con ello la autonomía europea es una necesidad.

Dada la profunda transformación del sistema internacional, no podemos permitirnos ver la autonomía estratégica europea y un renovado vínculo transatlántico como una opción binaria. Es doloroso ver que el orden liberal internacional apoyado por la hegemonía de EEUU se desvanece. Hoy vivimos en un mundo no liberal donde Estados liberales y antiliberales luchan por el poder. Es un mundo en el que no podemos seguir afirmando a la ligera que la democracia es la peor forma de gobierno, salvo todas las demás.

Como demócratas liberales creemos firmemente en la cita épica de Winston Churchill, pero no podemos ignorar el hecho de que otros no están de acuerdo y cuentan con argumentos más fuertes que nunca. No podemos seguir afirmando que la prosperidad económica solo puede ir de la mano de la libertad política. China demuestra lo contrario.

A medida que China crece, habiendo erradicado aparentemente el Covid-19, y europeos y estadounidenses batallan con la segunda ola, también tenemos que demostrar la mayor eficacia de nuestro sistema de gobierno a la hora de lidiar con la pandemia. Creemos firmemente en la no negociabilidad de los derechos que conforman la buena vida. Pero en el siglo XXI será más difícil defender tanto la protección de nuestras democracias liberales en el interior como la promoción de los valores democráticos liberales en el exterior, dentro de los límites de un orden internacional basado en normas.

Tenemos una buena oportunidad de tener éxito si, y solo si, entendemos que la autonomía estratégica europea y un renovado vínculo transatlántico son dos caras de la misma moneda. En el siglo XXI, una no puede existir sin la otra.

1 comentario en “Autonomía europea y vínculo transatlántico: dos caras de la misma moneda

  1. Talvez seja interessante recordar à autora deste artigo que Joseph Kennedy, pai de JFK, escapou ao colapso bolsista de 1929, porque ao engraxar os sapatos, ouviu as considerações do engraxador sobre os investimentos que fazia na bolsa e concluiu que onde o engraxador colocava o seu dinheiro não era local para ele, Joseph Kennedy, colocar o dele. Liquidou assim assim as suas posições bolsistas e daí a dias assistiu tranquilo à queda das cotações e, provavelmente, de alguns dos investidores que se lançaram das janelas dos escritórios em Wall Street. Pois quando os mecânicos voltam a tecer considerações sobre a política dos EEUU, talvez seja melhor para os peritos retirarem-se desse campo de debate, em que já não é possível obscurecer as questões por via de informação reservada e linguagem difícil. A seguir este conselho, a autora poderá vir a ser embaixadora, tal como Joseph Kennedy. Espero porém que venha a ficar na história com declarações menos conservadoras, para não dizer reacionárias, que as do Kennedy pai.

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