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Billete de ida y vuelta al ‘paraíso’ del Brexit

Carlos Carnicero Urabayen
 |  30 de marzo de 2019

Al cumplirse ahora dos años desde que Reino Unido entregó la carta con su petición de salida de la Unión Europea, es difícil elegir la mejor metáfora que ha dado de sí el Brexit, pero un vuelo reciente de British Airways seguramente ocuparía un puesto destacado. Tras despegar en London City Airport, el destino del avión debería haber sido Dusseldorf (Alemania), pero los viajeros comprobaron sorprendidos que habían aterrizado en Edimburgo (Escocia) una hora después. A los pasajeros del Brexit les sucede algo similar: se frotan los ojos y les cuesta reconocer su destino.

La abrumadora hemeroteca digital ofrece innumerables ejemplos de este envenenado viaje al paraíso iniciado por el irresponsable David Cameron. La portada de The Times del 18 de enero de 2017 nos decía que May advertía a la UE: “Dadnos un acuerdo justo o seréis aplastados”. Dos años después, el mismo diario titulaba: “May suplica el retraso del Brexit ante una UE que se mantiene firme”.

 

 

El guion de los impulsores no se ha cumplido exactamente al pie de la letra. De hecho, los golpes de realidad han sido crueles en relación con las paradisiacas promesas que anunciaron los promotores. Ni Reino Unido se ha marchado el 30 de marzo, ni quizá lo haga nunca porque es difícil pedirle a un país que de manera consciente ejecute un acto contra sus propios intereses, por mucho que se deba a un mandato democrático que debería poder ser revisado por los ciudadanos.

La política del país vive atrapada en un eterno día de la marmota. Los diputados muestran excelentes dotes de oratoria y hacen gala de hacerlo en uno de los parlamentos más antiguos del mundo, pero solo son capaces de ponerse de acuerdo en lo que no quieren (saltar fuera de la UE sin paracaídas, ni tampoco hacerlo con el acuerdo que May ha negociado durante dos años) pero poco más.

¿Qué podría salir mal? Un país dividido por la mitad, con la consiguiente falla en la sociedad, el Parlamento, los partidos, el gobierno, frente a 27 Estados unidos en el duelo de su primer divorcio. El Brexit acumula un referéndum, dos primeros ministros, unas elecciones generales, 18 ministros dimitidos, entre ellos dos con la cartera del Brexit, una moción de censura, otra de confianza de los propios tories e innumerables conspiraciones internas para derribar a su primera ministra.

Me gusta contar la anécdota que compartió conmigo recientemente un profesor de la  London School of Economics. Tras la llegada de unos nuevos vecinos, organizaron una merienda y en un momento dado uno de ellos sacó el asunto del Brexit. “Fue tan incómodo como si en realidad se hubieran puesto a hablar de sus costumbres sexuales más íntimas”, me decía este profesor. La polarización y el constante martilleo mediático y político del Brexit está causando estragos, con esa característica tóxica propia del nacionalismo que se empeña en diseminar día y noche a los buenos y malos ciudadanos.

En sociedades divididas prácticamente en dos mitades iguales, no es una buena idea emplear un referéndum con dos opciones para sellar una disputa. Una de las dos partes vivirá alienada en la derrota. Los caminos intermedios suelen ser una opción mejor. Curiosamente, Reino Unido todavía disfruta de un camino intermedio, una integración europea a la carta, fuera de la zona euro y otras políticas como Schengen. Es comprensible que le resulte difícil tirar por la borda un estatus que refleja bien su compleja relación con Europa.

Lo peor de este asunto es que ni había en Reino Unido una abrumadora mayoría partidaria del referéndum, ni este tipo de instrumentos de participación política forman parte de la tradición democrática del país. Cameron cometió la gran irresponsabilidad de convocarlo, ante las tensiones de su partido y los miedos por la crecida de UKIP.

May se ha empeñado en hacer también una interpretación partidista del resultado, volcada en un Brexit duro para satisfacer (en vano) al sector duro de los tories y olvidando por completo al 48% de los derrotados en el referéndum. Un camino intermedio, como la permanencia de Reino Unido en el mercado único –todavía una hipótesis posible en estas horas desesperadas– evitaría el principal problema: salvaguardar la paz en Irlanda y evitar la posible desintegración del país (Escocia votó mayoritariamente a favor de la permanencia).

A las puertas del 12 de abril, un nuevo 29 de marzo, conocemos prácticamente lo mismo que el día después del referéndum de 2016: Reino Unido quiere salir de la UE, pero no sabemos cómo lo hará ni si llegará a hacerlo. Parece pronto para que los impulsores del Brexit se disculpen por el monumental y humillante lio en el que han metido a un país tan respetado, admirado y querido en tantos lugares del mundo. Pero cuando las aguas se calmen y sepamos si el billete al paraíso del Brexit es de ida y vuelta, los impulsores deberían dar la cara.

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