Vidas paralelas: la FIFA de Sepp Blatter y la Rusia de Vladímir Putin

Blattímir

Jorge Tamames
 |  11 de junio de 2015

He estado repasando fotos del dúo dinámico Vladímir PutinSepp Blatter, y me lo he pasado muy bien. Pruébenlo ustedes mismos, ya verán que es divertido. Aquí los tenemos contemplando la maqueta de un estadio para el Mundial de Rusia, perfeccionando sus respectivas caras de póker. Acto seguido, lloran de risa. ¿Qué se habrán contado entremedias? Igual Blatter ha propuesto construir el estadio en Crimea:

– ¡Muy buena Sepp! Imagínate el careto de los ucranianos.

– Ya que estás, anexiónate algún estadio de aquellos de la Eurocopa de 2012.

– ¿En Ucrania o en Polonia?

– Ay madre, Vlad, ¡cómo eres!

Aquí, en el Brasil-Alemania. Venga a carcajadas. Tienen a Angela Merkel frita, si hasta tiene que llamarles la atención, bitte, un poco de silencio, danke.

Menuda petarda está hecha la Frau, ¿eh, Vlad?

– Cansina es, desde luego.

– A la próxima que marque Alemania, haz como si no fuera contigo.

Entrañable amistad, la del gordo y el flaco. Y es que la institución y el país que presiden desde hace década y media son aves de idéntico plumaje. De las miserias de la FIFA, organización sinónimo de lucro, “cómicamente grotesca” en palabras de John Oliver, ya está todo dicho. ¿Alguien puede dudar de su bancarrota moral tras la decisión de celebrar un mundial navideño en Catar? Igual por eso se reían de Merkel: fantaseaban con cambiar las fechas de los mundiales en el último momento; ya se están imaginando el percal: alemanes derritiéndose bajo el sol veraniego de Catar; homenaje a Stalingrado en pleno invierno ruso, ay madre…

La corrupción en Rusia tampoco es novedad. En 2014, Transparencia Internacional colocó al país en el puesto 136 de 175 en su reconocido ranking de corrupción. “Si la FIFA fuera un país, sería Rusia,” observa Rob Cox, de Reuters. “Igual que la federación de fútbol, la estructura de gobernanza rusa se basa en un elaborado sistema clientelar repartido por un jefe autocrático”. La agencia de noticias ha elaborado una sección especial sobre el “capitalismo de camaradas,” esa particular forma de hacer negocios al calor del Estado de Putin (tampoco nos escandalicemos demasiado, que en todas partes cuecen habas).

Esta corrupción sistémica merece cierto reconocimiento. Con Blatter al timón, la FIFA ha aumentado 20 veces su valor. Algunas de las iniciativas del suizo, como el Goal Programme, son una obra maestra de clientelismo: los fondos que distribuye para construir instalaciones deportivas mantienen engrasada la maquinaria de la FIFA. Blatter es “más un humanitario que un administrador,” explica el secretario general de la federación de fútbol de Lesotho. ¿Cómo no reelegir a este hombre con corazón y bolsillos de oro?

Los méritos de Putin son más respetables. Cuando Boris Yeltsin cedió la presidencia de Rusia, el país se encontraba sumido en una profunda crisis humanitaria, consecuencia del desplome de la Unión Soviética y una intervención desastrosa del Fondo Monetario Internacional. Entre 1999 y 2015, el número de rusos viviendo bajo el umbral de la pobreza ha pasado del 40% al 10% de la población del país. El principal mérito de Putin –y la razón por la que mantiene una base de apoyo popular tras quince años en el poder– es haber reconstruido el Estado ruso de 2000 en adelante, incluso aunque lo haya hecho en torno a un proyecto autoritario y oligárquico.

¿El pegamento que mantiene unidos a Blatter y Putin? Estados Unidos, naturalmente. Aunque la nueva general fiscal solo esté haciendo su trabajo, resulta fácil encajonar sus acciones contra la FIFA como el enésimo intento de Washington de meterse donde nadie le llama. “Los fiscales americanos como Loretta Lynch suelen llegar más lejos que sus homólogos; a veces demasiado». No lo dice Pravda, ni RT, ni la web de la FIFA, sino ese panfleto subversivo llamado The Economist.

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