Francia carece de políticos de peso, pero mantiene una serie de referencias identitarias inamovibles. Nicolás Sarkozy y Les Républicains son el reflejo de ambas tendencias.

La République, c’est moi

Jorge Tamames
 |  12 de junio de 2015

Un amigo estadounidense, al que le gusta recurrir a interpretaciones culturales para entender las vicisitudes de diferentes países, me explicó hace poco su teoría sobre los males que aquejan a Francia. “El problema de los franceses –especulaba– es una combinación que los tiene chafados: son inteligentes, idealistas, y su país está decayendo. Los ingleses son inteligentes y su país está decayendo, pero no son idealistas. Así que les da igual, no se deprimen”.

No soy muy dado a las explicaciones culturales, pero algo de razón tiene mi amigo. Francia hoy es una paradoja. Por un lado, carece de referentes políticos de peso. Al mismo tiempo, mantiene una serie de referencias identitarias inamovibles. Nicolas Sarkozy y su nuevo partido político son el reflejo de ambas tendencias.

Anda el ínclito sumido en la crisis de los 40. Aún se ve joven y con fuerzas para un segundo mandato como Président. Toca, pues, refundarse. Esto es algo que siempre le ha gustado: ya prometió refundar el capitalismo en 2008 y la Unión Europea en 2011, aunque aquello quedó, como el resto de su presidencia, en mucho ruido y pocas nueces. Ahora ha refundado su partido, la Unión por un Movimiento Popular, renombrada Les Républicains. Necesario lavado de cara para un Sarkozy lastrado por escándalos de corrupción, un expresidente que, en lo que a su huida hacia delante respecta, recuerda más a Silvio Berlusconi que a su admirado Charles de Gaulle.

Nada de esto importa. Lo que importa con Sarkozy es la forma y no el fondo. Se trata de reinventarse, de reciclarse, en fin, de refundarse. Así que recorre el país contando chistes, o mejor dicho contando chiste, el mismo en cada mitin, para demostrarnos que ya no es un cascarrabias ostentoso.

Mucho cuidado, porque Sarkozy le está tocando la fibra sensible a su país. Y es que Francia atravesará una crisis de valores, pero eso en ningún momento afecta a su ADN republicano. Incluso el Frente Nacional se vende como un defensor de las esencias patrias: protejamos de las hordas inmigrantes nuestros valores laicos, republicanos, etcétera: Marine Le Pen es una parricida, pero no reivindica a Edipo rey. Llamando a su partido “los republicanos”, Sarkozy intenta apropiarse de todo un país. Una denuncia interpuesta por 143 personas y cuatro asociaciones le acusa de “privatizar” un término aplicable a todos los franceses. Sería como si en España… no, olvídenlo. Aquí no existe ningún símbolo que funcione como aglutinante universal.

Sarkozy es, ante todo, el síntoma de una Francia a la deriva. Su regreso refleja el fracaso de François Hollande y su gobierno, incoherentes tanto a nivel personal como político, dividido tras prometer reformas progresistas y gestionar la economía como un partido de derechas. El último patinazo lo ha dado Manuel Valls, descubierto usando un avión oficial para llevar a sus hijos a ver la final de la Champions. Revelación enternecedora: el primer ministro que saltó a la fama dándoselas de implacable (intolerancia frente a los inmigrantes, austeridad fiscal), también es humano.

El Parti Socialiste en proceso de autodestrucción. Le Pen al acecho de cara a 2017. Y si derrota a Alain Juppé, su rival centrista dentro del partido, Sarkozy se convertirá en la última esperanza de la república –y, por ende, de los republicanos–. ¡Pobre país!

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